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Reportaje:

Unos niños muy especiales

La integración de disminuidos físicos, psíquicos y motóricos en colegios e institutos está aceptada por completo, pero sufre una permanente falta de recursos y de apoyos educativos

Nadie discute, 16 años después de implantarse la integración de discapacitados físicos, psíquicos y motóricos en los colegios e institutos, la conveniencia de que exista este modelo. Sin embargo, los expertos resaltan la necesidad de flexibilizarlo para permitir que se adapte mejor a las necesidades de cada niño y de considerar la posibilidad de que en numerosos casos lo más conveniente sea que la educación de estos niños se alterne entre los centros de integración y los específicos de educación especial.

La falta de recursos, sobre todo de personal especializado y de formación especial para los docentes, y los graves problemas con los que se enfrentan estos alumnos al llegar a la educación secundaria obligatoria (ESO) marcan la situación actual de la formación de los discapacitados.

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En 1985, el entonces ministro de Educación, el socialista José María Maravall, anunció la integración de los 200.000 niños con discapacidad física o psíquica en las escuelas ordinarias en un plazo de ocho años. Las razones que señaló: la consecución de 'un objetivo humanitario y solidario'. Era toda una revolución. Por aquel entonces, y salvo escasas excepciones, los discapacitados se veían recluidos a centros de educación especial.

Locos en una isla

La noticia no supuso ningún cambio en el colegio Ágora de Madrid. Hacía 10 años que alumnos ordinarios y discapacitados compartían aula. 'La idea era crear un colegio abierto donde los chavales fueran atendidos según sus capacidades', relata Mari Carmen Aparicio, la orientadora. 'Lógicamente, al principio nos veían como unos locos, como una isla. El ministerio nos dejaba hacer, pero luego acercó el modelo educativo a nosotros'.

Un real decreto de 1985 era tajante: los discapacitados sólo estarán escolarizados en centros específicos de educación especial cuando, 'por la gravedad, características o circunstancias de su disminución o inadaptación, el alumno requiera apoyos o adaptación distintos o de mayor grado a los que podrían proporcionársele en centros ordinarios'. Para llevarlo a la práctica, el Gobierno inició en el curso 1985-1986, de forma experimental, el Programa de Integración Escolar.

El primer curso se apuntaron 290 centros en toda España. El segundo, 483. Lo hacían de forma voluntaria. 'Ahora, la integración nos parece absolutamente normal, pero al principio levantaba mucho rechazo, sobre todo entre las familias de los no disminuidos, que temían que el tener a discapacitados iba a bajar el nivel', dice un portavoz de la Consejería de Educación de Madrid. Se comenzaban a oír mensajes del tipo: 'Los centros para deficientes contribuyen a segregarlos aún más'.En la actualidad, todos los centros públicos y concertados ordinarios son teóricamente de integración y, aunque nadie pone en duda las aportaciones de la coeducación, se comienzan a reconocer las limitaciones de aquella revolución. Los centros de educación especial se consideran necesarios tras superar el temor inicial de desaparecer (en el curso 1997-1998 había 499, con 29.193 alumnos, según el informe del Consejo Escolar del Estado), pero los alumnos integrados habían aumentado de forma espectacular: ese mismo año había 34.195 en el territorio que gestionaba el Ministerio de Educación.

El director del colegio Haití, Miguel Jerónimo, un centro de 500 alumnos donde 23 son discapacitados psíquicos, explica que 'estar en un contexto escolar normalizado ayuda a los discapacitados a adquirir hábitos y rutinas, a madurar y a avanzar más según sus capacidades'. 'En nuestras aulas hay un currículo oculto, no académico, del que se benefician los chicos de régimen ordinario y en el que descubren valores como la solidaridad', añade.

Pero también se escuchan quejas de cómo se está llevando a cabo la integración. Asunción Domingo, directora de servicios sociales de la Feaps (Federación de Organizaciones en Favor de Personas con Retraso Mental), conoce a muchas familias en las que ha fracasado el modelo de integración. 'Llegan muy descontentas por la falta de apoyo específico que tienen en las aulas y, aunque podrían seguir en integración, terminan optando por la educación especial para que los niños estén mejor atendidos'.

La integración es un modelo muy complicado de tejer. Al menos cuando se pretende que los discapacitados no terminen escuchando la lista de reyes godos aparcados en un rincón, en vez aprender algo que les sea de utilidad. Para evitar esta situación, los docentes, en colaboración con los tutores y los orientadores de los centros, tienen que realizar adaptaciones curriculares individualizadas. Cuando la adaptación es imposible salen del aula y reciben clases específicas, aunque la idea es que pasen el mayor tiempo integrados, como en asignaturas como música, gimnasia o plástica. Los servicios de orientación de las comunidades son los que, tras una evaluación psicopedagógica, deciden si el niño puede estudiar en un centro de integración.

El problema más grave es el paso a los institutos. 'Los docentes creen que bastante problema tienen con los alumnos normales como para tener que hacer un esfuerzo extra para integrar', dice María Pérez Solís, representante de la Asociación Española de Psicología Escolar. 'No se puede vender la moto de la integración y que en el paso a la ESO los chavales terminen en centros específicos porque no se les puede dar otra respuesta. Es algo que duele tanto a las familias como a los niños'.

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