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'Mamá, son 'chinos', como yo'

María tiene un hijo con síndrome de Down de 15 años y siempre apostó fuerte por la integración. Hasta que el chaval llegó a la ESO. 'Se pasó un año entero sentado en un silla y sin hacer nada. En el patio le dejaban solo para que sobreviviera. Cuando me quejé a los profesores llegaba a casa con unos deberes de números primos, átomos y otras cosas imposibles para él'. Este curso, y después de que un grupo de alumnos de un curso superior le desnudara en un baño y 'le hicieran cosas', decidió escolarizarle en educación especial.

'Al principio fue muy difícil, para él y para mí. Yo tenía la sensación de tenerlo abandonado en el centro y él llegaba a casa diciendo: 'Los otros niños son tontos'', recuerda María. 'A veces todavía me da pena, porque pienso cómo habría sido si hubiera seguido en integración'.

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Unos niños muy especiales

Y es que todo el mundo tiene claro que en edades tempranas la integración es mucho más fácil que en la adolescencia. 'Pero creo que la dificultad viene por la falta de interés profesional. Para los profesores es una molestia tener un niño así en el aula'.

María, al igual que Marga, otra madre de una joven con síndrome de Down, tiene claro que muchas veces han sido los propios discapacitados los que han pagado el pato por un modelo de coeducación muy atractivo políticamente y no siempre bien llevado a la práctica. 'Mi hija estuvo en una guardería ordinaria hasta los nueve años y, cuando me decidí a llevarla a un centro de educación especial, la vi mucho más integrada. Un día me confesó aliviada: 'Mamá, en mi clase son chinos, igual que yo'.

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