La Feria
Vuelve la Feria del Libro, no la del libro antiguo y de ocasión (que es por la que uno siente más querencia), sino la de las novedades, la de las vanidades, la de las largas colas frente a las casetas donde firman sus últimas obras los autores famosos, es decir, los que salen a diario o muchas veces en la televisión (mediáticos les llaman, qué palabra).
Tienen algo de monos enjaulados, encastrados en esas incómodas casetas de mecanotubo, los escritores invitados a firmar ejemplares de sus libros. Ellos son, sin embargo, y no sus obras, lo que atrae a decenas de curiosos. Los verdaderos ejemplares son ellos, sus libros poco importan, con comprarlos a pares ya basta, es de lo que se trata al fin y al cabo. Si uno se fija bien, verá que en las portadas de sus apasionantes y exitosas novelas aparece su nombre en caracteres más grandes y más gruesos que el título en cuestión. Lo importante es que Gala te roce con la cabeza de marfil del perrito que remata su famoso bastón. A lo mejor la fama es una enfermedad infectocontagiosa; a lo mejor el perro del bastón del maestro te muerde en una mano mientras recoges el ejemplar firmado. Todo puede pasar en el Gran Real de la Feria del Libro.
En nuestra adolescencia, las colas más sonoras de la Feria las protagonizaban José María Gironella con su millón de muertos y José Luis Martín Vigil con sus novelas para adolescentes. Gironella era una especie de rojo bueno (o de franquista malo), mientras que José Luis Martín Vigil tenía algo de morboso catequista. Nadie se acuerda de ellos pero en su día fueron los autores más leídos. Hoy sabemos los libros que se compran, pero ignoramos los que realmente llegan a leerse, que deben ser muy pocos. Hay quien compra los libros por el color de la cubierta, por el título o por la editorial. Y hay muchos compradores que únicamente leen el nombre del autor en la portada. Todo es cuestión de fe. La misma fe a la que uno se aferra cada vez que escribe un libro y lo lanza al mercado como quien lanza una botella al mar. Quienes tenemos la osadía y el gozo de escribir sabemos que lo hacemos, casi siempre, en medio de un naufragio.
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