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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un intérprete eminente

Procede la coproducción hispanoperuana Tinta roja, dirigida por Francisco Lombardi, de un relato intenso, rico en gente y con pinta de vivido o conocido desde dentro por su autor. Es el itinerario, interior y exterior, del turbulento proceso de conversión de un muchacho aprendiz que se asoma a la profesión del periodismo en un profesional dueño de las leyes de ese oficio, pero aprisionado por las contradicciones a que su desalmado ejercicio le conduce.

Estamos ante un puro cuento pedagógico, en el que la ortodoxia del patrón genérico impone que el relato gravite sobre el eje de un idilio -que subterráneamente se va convirtiendo en lucha, en rivalidad- de dos caracteres. Es el encuentro, abocado al desencuentro, entre un maestro y un alumno, que poco a poco se va haciendo línea de sombra de la busca de un padre a un hijo y de un hijo a un padre. Por esta razón, al guión de Tinta roja le lastra (e impide volar más alto a la película) un exceso de explicitud en el despliegue de la estrategia argumental de esta doble recíproca tensión de busca. El hijo deficiente mental del periodista viejo y el padre huido del periodista joven son hechos que sancionan el asunto, pues son más que pinceladas, más que rastros poéticos. Son subrayados.

TINTA ROJA

Dirección: Francisco Lombardi. Intérpretes: Gianfranco Brero, Giovanni Ciccia, Fele Martínez, Lucía Jiménez. Guión: G. Pollarolo. Género: drama. Fotografía: Teo Delgado. Música: Bingen Mendizábal. Perú-España, 2000. Duración: 121 minutos.

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La historia, o más exactamente las sucesivas historias, todas ellas de gran dureza y negrura, que se enlazan en Tinta roja componen un abrupto y vigoroso retablo de la vida, la mala vida, en los suburbios de Lima. Poco a poco, y a la par que el personaje del muchacho aprendiz de periodista de sucesos en un periódico peruano, los espectadores vamos entrando dentro de la dinámica de una vigorosa escalada hacia uno de los accesos al infierno de este mundo. Este grave y ambicioso objetivo del filme no es cosa fácil, pero la dirección y la puesta en pantalla que hay dentro de Tinta roja, como corresponde a un maestro de la finura de Lombardi, son más que impecables, son excelentes, y logran transmitirnos ese amargo y tenso descenso a un poco de dolor y de horror.

Y a esto hay que añadir que el gran cineasta dispone de un reparto bien cohesionado, pero en el que hay destacar la precisión, el desgarro y la elegante energía de Gianfranco Brero, que ganó por este eminente trabajo el premio al mejor actor en el último Festival de San Sebastián. Pero tan contagiosa, tan viva y exacta interpretación logra que esta gloria se convierta paradójicamente en otro lastre que impide volar al relato en el instante que más necesita hacerlo, pues cuando, en el borde de la zona de desenlace, Gianfranco Brero desaparece de la pantalla durante algún tiempo el filme pierde bruscamente gancho e intensidad y se percibe hasta qué punto este formidable intérprete sostiene por sí solo un complejo andamio dramático que, sin él en el centro, pierde firmeza y se tambalea.

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