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Columna
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Mas allá del centro educativo

Joan Subirats

El reciente y lamentable accidente de los dos niños del colegio Badalonès en una riera de la comarca de Osona pone de relieve el contraste entre la creciente importancia de las actividades extraescolares en el sistema educativo catalán y la poca atención que reciben de los responsables de ese mismo sistema. Las primeras reacciones apuntan a la necesidad de regular más la cuestión. Sin descartar que ello sea necesario, ya que no es la primera vez que lamentamos este tipo de accidentes mortales, me inclinaría más por avanzar también en otras direcciones. Los decretos y las normas sirven para lo que sirven. No resuelven la complejidad de unas actividades extraescolares para jóvenes y niños a las que les pide muchas cosas al mismo tiempo. Se busca la complementariedad de los contenidos educativos formales. Se busca vivir experiencias inusuales en una ciudad como el contacto con la naturaleza, las labores del campo o la autoorganización de la supervivencia. Se busca el que aprendan a valorar la convivencia con sus compañeros y con otros adultos diferentes de los habituales, fuera del marco tradicional de las paredes de la escuela y del hogar.

Es preciso dotar con más medios al ámbito de las actividades extraescolares
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Ese conjunto de demandas más o menos explícitas no pueden tratar de reglamentarse de manera excesivamente rígida, ya que entonces perderían buena parte de la emoción y espontaneidad que se busca, y que contrasta con las rutinas escolares habituales. Sin duda es preciso adecuar el nivel de riesgo de cada actividad con la edad, pero también es bueno que cada cual haga su propio camino hacia la responsabilización, para permitir que niños y niñas logren ser cada vez más autónomos y controlen sus propias capacidades con relación a los riesgos del entorno.

Desde mi punto de vista, para ello, lo que conviene es trabajar a favor de una mejor articulación entre profesionales de la enseñanza, entidades competentes y responsables de las actividades de ocio educativo, y una más adecuada formación y retribución de los monitores y demás personal implicado en ese plural y complejo mundo de prestaciones que rodean y complementan la educación formal. Este mismo periódico publicaba ayer la cifra según la cual el 70% de las escuelas de Cataluña organizan colonias para su alumnado. Y ello es sólo la punta del iceberg. Las actividades extraescolares y de ocio educativo se multiplican cada día que pasa. Hemos de ser conscientes de que los centros educativos no pueden abordar en solitario la aventura de la educación de calidad con las cortapisas de nuestra realidad institucional, con la rigidez de estructuras de profesorado, y con horarios y calendarios escolares que nada tienen que ver con los de las familias. Y por ello aumentan las demandas y las ofertas de actividades preescolares, de mediodía, posescolares, escuelas de verano, o de campos y colonias de todo tipo y para cada época del año.

Los incidentes que detectamos en ese poblado escenario son hasta ahora muy poco frecuentes si los comparamos con las estadísticas de accidentes laborales en nuestro país. Pero ello no es óbice para no tratar el tema y mejorar su actual situación. Desde el punto de vista de las entidades las cosas se mueven. En estas últimas semanas se han sucedido algunas iniciativas que sugieren que alguna cosa está cambiando. Por un lado, la fundación Pere Tarrés junto con la asociación Rosa Sensat organizó unas jornadas que con el significativo título Respostes a noves necessitats educatives i socials. Complicitats i recursos més enllà de l'aula, abordó en profundidad el tema. En esas jornadas se constató el malestar de algunos padres y madres por su incapacidad de incidir en la vida de los centros educativos, pero también el malestar de los profesionales de la educación por la sobrerresponsabilización de sus funciones, así como el malestar de los monitores y otros agentes que intervienen en actividades extraescolares y de ocio educativo (especialmente en las pausas del mediodía, y en los espacios de atención a las entradas y salidas de los centros), por el poco reconocimiento de su labor. Más allá de la constatación de ese malestar, se propuso abrir espacios de reflexión conjunta, exigir calidad en las actividades extraescolares, abrir la puerta a que los padres y madres intervengan en esos espacios, evitar la idea de que los alumnos sólo precisan alargar la jornada escolar para evitar quebraderos de cabeza a los adultos, y lograr que la labor de los monitores no sea vista como algo secundario, precario y temporal, y empiece a valorarse como lo que es: un trabajo de alta exigencia emocional y de clara repercusión educativa.

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En la misma línea, la Fundació Catalana de l'Esplai i la Federació d'Associacions de Pares i Alumnes de Catalunya que ayer publicaban un amplio comunicado con relación al tema de Osona, han suscrito un acuerdo por el que se iniciará una experiencia conjunta de organización de los espacios de actividades extraescolares en algunos centros educativos catalanes. También aquí se pretende dar una respuesta proveniente de la iniciativa social a una necesidad de la comunidad educativa, más allá de las ofertas mercantiles que las empresas de catering escolar empiezan a ofrecer aquí y allá. Estamos pues ante verdaderas oportunidades que, por ejemplo, los ayuntamientos no deberían desatender, cuando la propia Generalitat se hace la remolona y desoye las decisiones del propio Consejo Escolar de Cataluña (dictamen 3/2000). No se trata de que las administraciones sean las responsables de las actividades de los alumnos desde que se levantan hasta que se van a la cama. Ni tampoco de que para descargar a los padres y madres, los niños y niñas estén todo el día haciendo actividades educativas. Lo que es importante es que se evite que la organización de esas actividades aumente las desigualdades de acceso de aquellos que no dispongan de medios económicos, que lo que se haga, se realice en condiciones laborales y de seguridad adecuadas, y que en la planificación de esos espacios y de esas actividades complementarias de diversión y ocio puedan participar padres, madres, profesores y entidades sociales con recursos específicos al respecto. No es un problema de hacer happy parks municipales o autonómicos. Tampoco se trata de reglamentar al detalle un campo en el que conviene aún experimentar y profesionalizar. Lo que es seguro es que el problema existe, y que por eso mismo existe también la oportunidad. Una oportunidad de oro para aquellos (municipios, escuelas, padres y madres, entidades...) que entiendan que el futuro de la comunidad pasa de manera crucial por la calidad tanto de su sistema educativo formal como del ámbito educativo no formal.

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