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REDEFINIR CATALUÑA
Columna
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Un respiro

Me encuentro con Mendiluce en ese extraño paisaje de encuentros que es el puente aéreo y, casi sin pausa después del saludo, le espeto: '¡Qué gran artículo el que publicó el otro día Cebrián!'. '¡Y qué explosiva sorpresa ha significado para todos los suyos!', me responde veloz. Dicen por ahí que es cierto, que Savater y toda la escuela Savater de pensamiento -escuela que en algunos momentos ha parecido el pensamiento todo- han digerido mal esa estocada dialéctica en pleno espinazo de su corpus argumental. Quizá no como una traición, pero sí como una deserción relevante en el ejército del pensamiento correcto. ¿Era una respuesta al malestar suscitado el agrio artículo de ayer mismo del mismísimo Savater? Sea como sea, sobre lo vasco hemos hablado mucho, pensado más y dolido tanto que sólo esa muerte, esa que nos pisa los talones con espantosa frialdad, nos impide jubilarnos un ratito de la obligación de debatirlo. Pero a pesar de la sobredosis, lo cierto es que no ha habido multiplicidad de argumentos, sino dos o tres ideas básicas, machaconamente repetidas, que han acabado simulando un pensamiento entero. Y sobre todo, han dibujado un pensamiento maniqueo, delimitado con una frontera tan rígida que no cabían ni matices, ni zonas intermedias, ni nada parecido a una discrepancia. O conmigo o contra mí ha sido el rezo que ha negado el debate, a pesar de que surgiera de la ilustración más ilustrada. Lo bueno de Cebrián, respecto a lo malo de Savater, ha sido que ha recuperado para la ilustración el derecho a los matices, el campo intermedio, la complicidad desde la discrepancia. Casi me atrevería a decir que Cebrián ha lanzado desde Madrid lo que Cataluña gritó al unísono: frente a ETA todos, pero no todos con el mismo pensamiento.

No entraré a debatir aquí algunas de las ideas trampa del planteamiento de Savater. Y la palabra trampa la uso retóricamente, sin que ello ponga en cuestión, para nada, ni la inequívoca moralidad de Savater ni su férrea honestidad. Pero el maniqueísmo siempre crea trampas imposibles de sortear, y algunas de ellas, como la bondad sin fisuras del tàndem PP-PSOE, ante la maldad también sin fisuras del PNV, me parecen francamente estridentes. Considerar que el PP es un partido constitucionalista que lucha contra los nacionalismos irredentos ya no ha sido ni una trampa. Lamento decir que me ha parecido una burla. Ojalá tuviéramos una derecha tan fina, tan implacablemente democrática, tan ilustrada, pero el contraste entre la afirmación y la realidad es tan sonoro, que una acaba pensando que Savater continúa siendo excepcional, pero que se debe haber jubilado un ratito de la autoexigencia de pensar fríamente. Y lo digo con esa doble sensación que nos produce a muchos el Savater de los últimos tiempos: nos impacta su compromiso con la vida, casi diría su heroísmo, pero no entendemos para nada el discurso que está haciendo. Y negamos rotundamente que estar en desacuerdo con él signifique nada más que ejercer libremente nuestra capacidad de análisis. Creo que Savater ha sido, para nuestra desgracia, una coartada de lujo a una estrategia de pena, y el 'viva el perder' de ayer no sólo me reafirma la idea, sino que además me aporta una mala noticia: Savater va a continuar invariable con sus mismas fijaciones. Los grandes pensadores ¿ejercen siempre de grandes pensadores? Está visto que para nada...

En Cataluña todo esto suena a cercano y a la vez a lejano. Maragall hablaba de esa dualidad en un artículo de hace poco. Por un lado nos atañe, nos apela directamente y, en función del paisaje, nos sitúa bien o mal en el paisanaje. Pero, por el otro, nos deja como unos extraterrestres, una especie de espectadores de primera fila a los que, sin embargo, nadie ve, nadie pregunta ni nadie escucha. Me dirán que la película pasa en Euskadi, pero bien sabemos que lo que pasa en Euskadi atraviesa toda la espina dorsal de nuestro ser colectivo, lo catalán, lo español, todo se remueve. Y lo último que ha estado pasando, mientras la locura de ETA nos iba enloqueciendo a todos, es que, con la durísima estrategia de tensión de los dos grandes partidos españoles, se han secado los cauces del diálogo intelectual. Durante unos meses, con los Savater apuntalando el maniqueísmo, nos hemos quedado sin interlocutores, sin díscolos, sin pensamiento libre, sin capacidad de matizar intelectualmente allí donde la estrategia política se cargaba toda posibilidad de matiz. España ha sido una, y lo vasco íntegramente por malo y lo catalán de rebote se han quedado literalmente fuera de plano. Aislados en nuestras contradicciones, sin diálogo posible, enfrentados a la rendición total o la total demonización, ¿qué puñetas podíamos hacer o decir? Sobre todo, ¿qué podíamos decir si nadie estaba dispuesto a hablar con nosotros?

Por eso lo de Cebrián ha sido importante. Me dirán dos cosas, las dos ciertas: que Felipe estuvo antes, y que los dos podrían haber alzado su voz en medio del lío y no después de elecciones. De acuerdo, pero bueno... Aunque llegue tarde, el cable ha sido otra vez lanzado, el escenario de diálogo ha vuelto a dibujarse, los negros empiezan a recordar tonos grises y ya podemos volver a discrepar sin sentirnos cómplices de nada malo. Con Savater sólo podíamos abrazarnos en su dolor, o gritarnos en su cólera, pero no podíamos hablarnos. Con Cebrián hemos vuelto a la palabra. Y lo digo como un respiro porque, permítanme una confesión, por mucho que en Cataluña le demos al pensamiento y nos replanteemos o nos sometamos a una catarsis purificadora, ¿qué eficacia tiene todo ello si lo hacemos como unos autistas? A la Cataluña nueva le hace falta una España que hable y escuche, y no esa vieja España que culpabiliza, estigmatiza y sólo grita.

Pilar Rahola es escritora y periodista. pilarrahola@hotmail.com

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