Palabras contra guerra
Sólo con palabras y peticiones internacionales bienintencionadas no se detendrá la desigual guerra de Palestina, que ha entrado en una lógica endiablada. Sharon está decidido a responder a la violencia palestina con el uso cada vez más indiscriminado de su maquinaria militar; entre los palestinos, inermes ante los misiles o los bombardeos aéreos, gana adeptos el recurso al terrorismo, en una espiral que provoca respuestas aún más contundentes. Para frenar esta escalada hace falta algo más que declaraciones. El cumplimiento de las recomendaciones de la Comisión Mitchell pasa por presiones concretas, diplomáticas y económicas, por no hablar de militares, en primer lugar sobre Israel. Pero ni EE UU, cuya ausencia ha facilitado esta guerra, ni la UE están dispuestas a tomar medidas de presión sobre las partes, menos aún cuando no ven la situación madura para que puedan desempeñar un papel efectivo.
Sharon ganó la jefatura del Gobierno de Israel porque prometió seguridad a los israelíes mediante el uso de la fuerza. No les prometió paz, pero tampoco les ha aportado seguridad. El primer ministro israelí es un convencido de que la situación ha de empeorar para los palestinos antes de que se avengan a detener la Intifada, aunque teme que éstos le conduzcan a una guerra de desgaste que puede llegar a ser tan impopular en Israel como lo fue la intervención en Líbano. Por ello se ha lanzado a una escalada absolutamente desproporcionada, que le ha llevado a utilizar bombarderos F-16 contra objetivos palestinos, en represalia por el atentado suicida de un miembro de Hamás en un centro comercial de Netania, en territorio israelí. En unas horas, Sharon perdió todo el respeto internacional, e incluso dentro de Israel se han elevado voces en contra de esta terrible contienda que tiene caracteres de guerra, aunque sólo una de las partes utilice tanques y bombarderos para aplastar una revuelta popular acompañada de actos de terrorismo. El acto terrorista suicida de Netania ha restringido, a su vez, el margen de maniobra de un Arafat debilitado, y al que el Gobierno de Israel pretende ignorar como posible interlocutor para un eventual diálogo, e incluso destruir de forma metódica bombardeando sus sedes o las de la policía palestina, con la que han dejado de colaborar las fuerzas israelíes.
En este contexto, la comisión presidida por el ex senador George Mitchell hizo público ayer su informe sobre el actual enfrentamiento que empezó en septiembre, pidiendo un cese inmediato e incondicional de la violencia, el fin de los nuevos asentamientos judíos que promueve Sharon y otras medidas de confianza, pero sin exigir responsabilidades a ninguna de las partes ni condenar a Israel por las armas utilizadas en la represión. Sobre esas recomendaciones se apoyó ayer Colin Powell, el secretario de Estado de una Administración que se ha distanciado de este conflicto, en el que tiene que volver a involucrarse rápidamente. Como demostraron las declaraciones de la víspera del vicepresidente Cheney, EE UU ha subido el tono, pero poco más, ante el temor de la Administración de Bush a salir con las manos escaldadas de este hervidero. Es una actitud llena de cinismo que parte de la idea de que tiene que haber muchos más muertos antes de que su intervención pueda resultar eficaz. Es absolutamente necesario que Washington vuelva a involucrarse, puesto que es el único que puede, si acaso, frenar la escalada israelí. Y después de todo, fue EE UU quien vendió esos F-16 a Israel, no para usarlos contra los palestinos, sino para defenderse de enemigos exteriores.
Mientras, Mr. Pesc -Javier Solana-, que forma parte de la Comisión Mitchell, está inmerso en un frenético viaje por la zona haciendo de intermediario, pero sin que los europeos hayan sido capaces hasta ahora de diseñar una política común hacia Oriente Próximo. Y, sin embargo, la UE no carece de instrumentos económicos y comerciales para presionar a Israel, y también a los palestinos. Pero no los usa, y así, ayer en Bruselas, la primera reunión del Consejo de Asociación UE-Israel pasó sin pena ni gloria. Las presiones internacionales, incluida la de la Liga Árabe, que ha suspendido los contactos políticos con Israel, crecen, pero a Sharon parecen no importarle demasiado, porque conoce su absoluta falta de efectividad. Y sabe que si se detiene la violencia habrá que volver a hablar de paz, y entonces su Gobierno se romperá. Pero ante la masacre palestina, la comunidad internacional no puede limitarse a las palabras, resignarse a la impotencia. Entre otras razones, porque el enfrentamiento entre israelíes y palestinos puede convertirse al menos en una crisis regional si no se consigue un rápido cese de hostilidades.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.