Un tupido velo
Sobre lo que sucedió en la función isidril, que hacía quinta en la feria -novena por orden de abono, décima si cuentan los carteles-, mejor será correr un tupido velo, que dijo el rapsoda.
Una parte del público se durmió y otra pasó la función esperando que a alguien le diese por intentar algo. No importaría que fueran los toros. Muchas veces son los toros los que argumentan la corrida. Podría ser por su bravura o por su mansedumbre, por su nobleza o por su poderío. Sin embargo estos de María del Carmen Camacho no eran ni cuanto queda dicho ni todo lo contrario,
Ganado soso, valdría decir, si no se tiene intención de molestar al ama del predio que los vio nacer. De cualquier modo siempre hay alguien que menciona las cosas por su nombre y acaba echando por tierra los disimulos y los tupidos velos. Fue un aficionado del tendido 9 que seguramente no se podía aguantar y voceó: '¡Ganadera, mande sus borregos al matadero!'.
Las cosas claras.
En Madrid no faltan aficionados que dicen las cosas claras. Por ejemplo, a Finito de Córdoba se las dijeron con una transparencia cristalina. Iniciaba dubitativo Finito su primera faena, desde el graderío le afeaban que metiera el pico, hizo con la mano el gesto de pedir un margen de espera, y una voz del 7 le respondió: '¡Venga, ya, que llevamos esperándole 10 años!'.
La afición de Madrid, cómo es. Parte -entiéndase-, pues otra parte calla. Aunque a lo mejor quienes callan son sevillanos. Habrá que investigar.
La amenidad de la corrida, si la hubo, vino por estos monólogos del tendido, también algunos diálogos entre gente del graderío y gente de lidia. Se trataba, obviamente, de la libertad de expresión, que es característica en el foro de Las Ventas.
Toreo exquisito interpretó Ortega Cano con el capote a la verónica y sobre todo al dibujar dos medias cuasi belmontinas. No volvió a ocurrir, desde luego, ya que, al parecer, Ortega Cano tenía dificultades para conectar con las musas.
Las tenía asimismo para entender a la afición. Oyó en las alturas '¡Ese capote!', debió creer que se lo demandaba desde el cielo el Sumo Hacedor y entró rápido a quites. Mas no se refería a él sino al peón Cruz Vélez, que llevaba el capote almidonado y tan grande que parecía el telón del teatro de la Zarzuela.
Muleteó Ortega Cano con mayor voluntad que acierto a su primero, marcó el redondo en una embestida incierta y el toro le tiró una cornada a la ingle, dándole, de paso, un escalofriante volteretón. Se incorporó Ortega Cano sin mirarse, con la taleguilla destrozada (afortunadamente no había herida) y trasteó a la defensiva. Alguien del público le reprochó que el toro se le iba sin torear y Ortega le contestó con una sonrisa irónica y señalándose el boquete de la pernera.
El cuarto toro desarrolló sentido y como Ortega Cano tomó sus precauciones, le pitaron a modo. Se ve que a este veterano diestro no le toleran movimiento mal hecho.
A otros toreros tampoco, lo que pasa que algunos no intentan movimiento bueno ni por casualidad. A Finito de Córdoba no se le ocurrió nada distinto a meter el pico y rectificar terrenos tras cada muletazo, pese a la docilidad de sus toritos. A Javier Castaño, en tarde crucial pues confirmaba la alternativa, tampoco nada diferente a citar con la muleta retrasada, abusar igualmente del pico, destemplar derechazos y naturales, y ponerse tremendista ahogando las embestidas para pendular la pañosa y sacar pases por la espalda.
Tarde plúmbea, toros y toreros para el olvido.
'¡Que alguien toree algo, por favor!', solicitó, a voz en cuello, otro aficionado. Pero no le hicieron ni caso.
Babelia
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