Carne fofa
Siguen soltando en Las Ventas toros de carne fofa. No sólo en Las Ventas, desde luego. Por ahí es peor. Lo que mostraron las primeras ferias del año daba pena. La esperanza era que en Madrid no ocurriese igual y empieza a resultar fallida.
Hubo dos corridas, precisamente las iniciales de la feria, que trajeron emoción, pero la tercera y la cuarta han sido decepcionantes. La cuarta -de ayer- parecía una tomadura de pelo. Entiéndase: el día anterior, tan pronto se manifestaba la invalidez de los toros, el presidente los devolvía al corral. En cambio el que ayer ocupó el palco hacía el Don Tancredo.
Aún así, devolvió al corral dos de los inválidos. Claro que el primero de los sobreros, hierro Guardiola, padecía peor invalidez y lo mantuvo contra viento y marea en el redondel. De manera que sobre la sensación de la tomadura de pelo reinaban allí el surrealismo y el despropósito. Pobre fiesta.
Pobre fiesta y pobres de quienes la tienen ley, porque estorban en la moderna fiesta. Una gran mayoría de ellos, desilusionados por las continuas tropelías, han huido. Lo cual, por cierto, beneficia a quienes viven del espectáculo, pues les llena las plazas un público diferente, normalmente de aluvión, que no está en absoluto interesado por la fiesta, que no exige nada principalmente porque de nada se entera, va en masa si torean famosos, se pasa la tarde aplaudiendo y cuando acaba la función y se va, si te he visto no me acuerdo.
En esta soporífera corrida de la carne fofa había un famoso, bendito sea Dios. No famoso por sus proezas táuricas ni por sus hazañas bélicas sino por su peripecia sentimental y su blonda cabellera, bendito sea Dios por segunda vez. El famoso dice ser y llamarse El Cordobés y le aplaudían el más mínimo movimiento.
Fue maravilloso: como El Cordobés se movía mucho, el público partidario de su peripecia sentimental tuvo constantes motivos para aplaudirle y, obviamente, no paraba de aplaudir. El reducido cupo de aficionados, por el contrario, le señalaba las ventajas y las carencias de sus astrosos trapaceos, y la disensión devino ruidosa: unos que sí, otros que no; unos que eso no es torear, otros que te calles gilipollas.
Voces sueltas tomaron el protagonismo que no conseguían tener toros y toreros. El sobrero de Guardiola salido en tercer lugar, que parecía drogadicto, no podía tener faena alguna pese a que Víctor Puerto la intentaba y el aficionado del tendido 7 que llaman Salva hizo una proposición por las claras, para solucionar el problema: 'Mate ya esa mierda y nos ahorramos diez minutos'. Y, al oírlo, fue Víctor Puerto, montó la espada y lo mató. No sabe cuánto se lo agradecimos.
Al sexto toro, de apabullante presencia, cuyo poderío aniquiló carniceramente el picador, Víctor Puerto le hizo una faena larga e insustancial, mayormente a base de aburridos derechazos, compensando con su desmesura el ahorro de tiempo que propiciara en su turno anterior. Y la afición se lo demandó.
Para entonces llevábamos dos horas y media de corrida, se dice pronto.
Las corridas interminables se han convertido en el otro castigo de la fiesta. Toros fofos en corridas interminables. Qué horror. Porque, además, rara vez surge quien sepa amenizarlas o embellecerlas empleando las reglas del arte. Puede, sí, que haya aproximaciones. Juan Mora es uno de los diestros que mejor fingen el arte para lo cual se pone muy pinturero, y así obró en la presente ocasión. Mas el arte es distinto asunto. El arte, en tauromaquia, requiere parar, templar y mandar, ligar los pases, mientras Juan Mora pasaba de semejantes minucias y prefería aflamencarse. Como si estuviéramos en un tablao.
Bien mirado, mejor habríamos estado en un tablao. Por éstas que sí.
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