Cogida muy grave de El Formidable
El sobrero cogió al peón El Formidable de forma dramática al reunir un par de banderillas. Lo atrapó en plena acción de clavar, le levantó los pies del suelo, se lo pasó de pitón a pitón, lo corneó con ambos y, al caer, el torero quedó tirado en la arena cuan largo es, boca arriba, sin conocimiento y muy grave. Las cuadrillas acudieron al quite y se arremolinaron para llevar al torero a la enfermería, pero les costó mucho tomarlo en brazos porque es hombre de peso.
Este Formidable es hijo del famoso Formidable que dio tardes de gloria en muchas plazas y saludaba montera en mano después de banderillear. Padre e hijo poseen la misma fisonomía -altos y fuertes, recio corpachón- y lucen parecidas formas al intervenir en el segundo tercio. Sin embargo no coinciden en la técnica. El Formidable hijo, quien prefiere se le llame por su nombre civil, Juan Carlos de los Ríos -y así será- da un salto inútil al reunir que lo deja a merced del toro, y si saca sentido -cual fue el caso- corre riesgo de cogida. Ya tuvo otra Juan Carlos de los Ríos, en parecidas circunstancias, la pasada feria.
Fraile / Jiménez, Encabo, Renco
Toros de Juan Luis Fraile (uno devuelto al romperse un cuerno), con trapío y casta, bravucones, dificultosos. 4º, sobrero, de Julio de la Puerta, hondo y serio, manso y peligroso. Pepín Jiménez: estocada desprendida, rueda de peones -aviso- y descabello (ovación y salida al tercio); dos pinchazos, rueda de peones y bajonazo (silencio). Luis Miguel Encabo: pinchazo hondo tendido, otro caído -aviso antes de tiempo-, seis pinchazos más y descabello (silencio); pinchazo y estocada caída (silencio). El Renco: estocada corta, rueda de peones y descabello (silencio); estocada trasera atravesada y descabello (ovación y salida al tercio). El banderillero El Formidable sufrió tres cornadas de pronóstico muy grave. Plaza de Las Ventas, 13 de mayo. 5ª corrida de abono, 2ª de feria. Lleno.
El sobrero, hierro Julio de la Puerta, no se quiera saber cómo era: grande, con su bien puesta cabeza, su corpachón hondo, badanudo de los de bamboleante papada, y en cuanto a carácter, desarrollando una de esas mansedumbres que hacen recelar el derrote traicionero. Y, efectivamente, así se comportó. Pepín Jiménez, que venía dispuesto a desplegar su proverbial torería, le cuajó algunos naturales de buena factura. Hasta que al rematar uno de ellos el toro le atrapó. Literalmente. Cual si la cornamenta se hubiese transmutado en brazos humanos (inhumanos sería más apropiado decir) para hacerle una llave de yudoka. Salió ileso del trance Pepín, para su fortuna, e intentó repetir el toreo puro, mas ya no era posible con aquel sobrero de mala catadura.
La expectación de la corrida venía por los toros de Juan Luis Fraile, ganadería de acreditada casta, y, efectivamente, la traían -con ella la emoción, que no faltó en toda la tarde- pero no la bravura. Antes al contrario, los ejemplares de Fraile, con trapío todos, no pasaban de bravucones y en su mayoría acabaron avisados o incluso desarrollando un sentido que dificultaba el toreo.
Pepín Jiménez lo intentó reiteradamente con el primero, salvando las fortísimas acometidas e intentando acompasarlas, y llegó a instrumentar algunas estimables tandas de naturales, varias trincherillas, cierto kikirikí. Y antes, con el capote, unas bonitas verónicas de costadillo, a la antigua usanza, que recuperaban los aromas de la tauromaquia clásica.
Torería de la buena derramó asimismo Luis Miguel Encabo, en la que quizá sea su mejor tarde lidiadora y capotera de cuantas se le han visto en Madrid. Dio largas cambiadas de rodillas, paró estupendamente las embestidas de salida bajando las manos y arqueando la pierna de cargar la suerte, se superó en las medias verónicas. Entró a quites por faroles, colocó a los toros en suerte para las varas mediante eficaces capotazos o, sencillamente, sin emplear ninguno, sólamente fijándolos con el cuerpo. Banderilleó sin especial relieve pues parece que para lo de los palos no le ha llamado Dios. Y muleteó valiente, sin poder vencer la dureza de pezuña y la incierta acometida de los ejemplares de su lote.
Y en el mismo caso estuvo El Renco, al que únicamente cupo la opción de corresponder con valentía y enorme pundonor a las intemperancias de los toros violentos y reservones que le tocaron.
Corrida difícil resultó la de Juan Luis Fraile, también encastada y emocionante, con toros de verdad. Y sin embargo, el toro que trajo el drama fue un sobrero, de otro hierro, sin tanta casta ni nada que se le pareciera.
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