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Reportaje:

Los macarrones de la discordia

Sentencia salomónica para una pelea lingüística por pedir un plato en catalán en un restaurante

La culpa fue del queso rallado o, mejor dicho, de la falta de éste. Dos clientas de un restaurante de Figueres (Alt Empordà) habían pedido en catalán un plato de macarrones que llegó sin problemas a su mesa, pero cuando añadieron a su demanda un poco de 'formatge ratllat', se inició una agria trifulca lingüística que acabó con denuncias mutuas entre dueños y clientas ante un juzgado de instrucción de Figueres.

En respuesta a la denuncia por vejaciones presentada por las clientas contra la dueña del local (castellanohablante) falta por la que solicitaban una multa de 10.000 pesetas, los propietarios acusaron a su vez a las dos mujeres de injurias y coacciones, y pidieron asimismo que se les indemnizara con 20 millones de pesetas por los supuestos perjuicios causados en la imagen del restaurante, ya que, según sus dueños, ha aparecido en la prensa como un lugar donde se discrimina el catalán, por lo que ha sufrido una enorme merma en su clientela.

Tras la tramitación judicial del caso, el juez no ha considerado probado que existieran vejaciones, coacciones e injurias entre las partes. En la sentencia no entra en ningún momento en consideraciones sobre el supuesto conflicto lingüístico que dio lugar al incidente y opta por una solución salomónica: que las costas se paguen de oficio, es decir, con cargo al erario público.

La única de las dos clientas que acudió a juicio, Mireia Valldeperas, testificó que el camarero respondió a su demanda de queso rallado espetándoles: 'Lo que más me jode es que me hables en catalán cuando yo estoy hablando en castellano'. Según la versión de la clienta, cuando quiso razonar con la dueña, ésta le dijo que debía hablarle en castellano.

Discreparon en el juicio las partes sobre si la propietaria llamó o no sinvergüenzas a las clientas. El juez, en su salomónica resolución, también pone en cuarentena insultos más graves supuestamente dirigidos por las clientas al camarero, aunque una cocinera del establecimiento testificó haberlos oído.

Según la sentencia, 'la gran distancia entre la cocina y la mesa' y la 'relación de amistad' entre la testigo y los propietarios del mesón hace que estas manifestaciones resulten poco creíbles. El camarero reclamó un traductor durante el juicio y explicó que en el año y medio que llevaba residiendo en Figueres no había podido aprender el catalán.

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