Alternancia y concentración
Si algo caracteriza estas elecciones son las incertidumbres sobre su resultado y consecuencias, fruto del terrorismo y el miedo, por un lado, y de la polarización por la política de bloques, por otro. Las elecciones son el resultado de una legislatura abortada y, consecuentemente, los electores se encuentran ante la disyuntiva de apuntalar a la actual mayoría o, por contra, de producir una mayoría de cambio. De lo que no cabe duda es de que se trata de elecciones donde todo es posible, incluido el empate, por lo que generan un mayor interés ciudadano, que augura una movilización récord. En estas circunstancias y tras la voladura dual del centrismo por la política de adversarios, una de las principales incógnitas está en el comportamiento de los electorados moderados y menos identificados, tanto con la dinámica polarizadora como con su partido de referencia. Dado lo ajustado del resultado, puede resultar decisivo el comportamiento de ese casi 4% del censo (unos 65.000 jóvenes) que han alcanzado la mayoría de edad política desde 1998, particularmente en Álava. Y es que Álava, por su comportamiento tradicionalmente a favor del autonomismo, en general, y del PP, en particular, puede ser quien resuelva el empate potencial. Finalmente, la eficacia de la campaña va a ser más decisiva, si cabe, en lo que se refiere al funcionamiento del voto útil, aunque sea de rechazo.
Las elecciones tienen que producir representación y gobierno, algo que en un sistema tan polarizado como el vasco se revela realmente difícil. La representación es algo más que el recuento de los apoyos de cada sigla. El Gobierno es también más que la suma de apoyos parlamentarios o la simple administración del bienestar sin responder a las causas del malestar. Porque el problema del País Vasco no es de bienestar, sino de malestar. No existen graves conflictos ligados a las condiciones socioeconómicas del bienestar (el 72 % de los vascos, según la última encuesta de Demoscopia para este medio, valora positivamente la situación económica). Sin embargo, padecemos una quiebra seria de la libertad, de la confianza en las instituciones de una parte importante de nuestra sociedad, que se siente perseguida por razones políticas. Hay un grave malestar político (el 63% de los vascos valora negativamente la situación política en esa encuesta), generado por el terrorismo en todas sus formas, por la apropiación nacionalista de lo vasco. Malestar que está incrementando la crispación social y que, de llevar a la desesperación de determinados sectores sociales significativos, sobre todo jóvenes, no es irresponsable pensar que pueda producir reacciones violentas indeseables.
Por tanto, el Gobierno que salga de las urnas no lo va ser para administrar el bienestar, sino para acabar con el malestar. Para esto es para lo que se necesita concentración democrática. Por un lado, para la terapia a seguir en la estrategia contra el terrorismo y la subcultura de la violencia y, por otro, para recuperar el consenso en los fundamentos de nuestra convivencia: definición plural y compartida de lo vasco, lealtad constitucional y estatutaria, respeto a las reglas del juego de nuestra democracia y normalización de las relaciones entre las fuerzas democráticas. Por eso, el primer gran pacto de concentración del día después debería ser el rechazo a cualquier capacidad de chantaje o condicionamiento de la gobernabilidad por los representantes políticos del terrorismo abertzale y la aceptación de cualquier mayoría democrática capaz de formar gobierno estable e impulsar tal dinámica de unidad. Todo apunta a que, en las actuales condiciones, la única mayoría capaz de dirigir este proceso es la de los partidos autonomistas.
El único drama que parece existir para algunos, sobre todo para los que han monopolizado el poder, es simplemente la alternancia democrática. En nuestro caso, la alternancia es dramatizada como causa de nuevos males. Para aceptarla, hay que superar viejos prejuicios de catecismo ideológico, sacudirse el miedo al futuro, en definitiva, no dejarse engañar (una vez más) por cutres coartadas fraguadas en la ignorancia. No sería nada nuevo que ese gobierno del cambio no contase con mayoría absoluta y, además, durase o, incluso, aunque no durase demasiado, pero sí lo suficiente para restaurar el libre juego de las alternativas plurales.
El estropicio de los que, desde el Gobierno, nos han metido de forma irresponsable en la política de adversarios y se han metido a sí mismos en un callejón sin salida, sólo se resuelve con la vuelta a la política de consenso con una clarificación democrática previa. Ésta requiere trabajo, tiempo y cambio de política y debe ser dirigida por un Gobierno distinto, con capacidad y convicción para llevarla adelante. Sería ingenuo e irresponsable que en las actuales circunstancias cerrásemos los ojos y, haciendo como que no ha pasado nada, se constituyese una mayoría de gobierno, que ahora llaman 'transversal' los esnobs de la corte. Para nuestra regeneración democrática, es imprescindible que, también en Euskadi, la weberiana ética de las responsabilidades se imponga sobre la irresponsable ética de los principios.
Francisco José Llera Ramo es catedrático de Ciencia Política y director del Euskobarómetro de la UPV.
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