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Tribuna
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Libertad o miedo

Otra de las claves de las elecciones vascas, agudizada en la actual coyuntura, está en las limitaciones a la libertad de expresión y participación políticas por efecto del miedo producido por las distintas formas de violencia terrorista, callejera o simbólica. Lo denunciaba y lo hacía oficial hace algunos días en el Consejo de Europa el comisario europeo para los Derechos Humanos. Se trata de la espiral del silencio, formulada e ilustrada hace años por la socióloga alemana E. Nölle Neuman para referirse a su país y que ya fue evocada por Juan J. Linz en los años de la transición democrática para explicar la situación vasca de entonces. Silenciar, excluir y estigmatizar a todo y a todos los que no se expresen en clave nacionalista o no se identifiquen con su definición de la realidad es el objetivo combinado de la estrategia de socialización del sufrimiento de la llamada 'violencia de persecución' formulada y desencadenada por el terrorismo abertzale, pero también de la estrategia de desistimiento del soberanismo gobernante de Lizarra a que llevan las teorías del 'empate infinito' o del 'contencioso vasco' como explicación y justificación de la violencia.

'La movilización social verdaderamente útil es el voto. En eso sí confío, y más esta vez'

Esta dinámica social hace que, en primer lugar, una parte de la sociedad (la autonomista o la no nacionalista) no se atreva a expresar libremente sus aspiraciones o preferencias, políticas o de cualquier otro tipo, por miedo a ser identificado con el enemigo o, simplemente, ser considerado de fuera por el etnicismo excluyente del nacionalismo. Como se puede comprobar en el gráfico 1, sólo un tercio de los vascos, y de forma decreciente, se atreve a hablar libremente de política con todo el mundo, y son sobre todo los que se confiesan no nacionalistas los que perciben mermada su libertad de expresión. En la propia encuesta de Demoscopia, publicada por este diario hace unos días, el 42% de los vascos reconocían que 'los que no son nacionalistas tienen menos libertad que los nacionalistas' y dos de cada tres vascos, que 'mucha gente siente hoy miedo a decir libremente lo que piensa'. Pero tal espiral del silencio, en segundo lugar, se agrava con una nueva dimensión que lleva a una parte importante de la sociedad a tener miedo a las consecuencias del cambio que desea, a tener miedo a 'ser de los nuestros', interiorizando la estigmatización etnicista de las opciones de su preferencia. Hablando en plata, que teme que sea peor el remedio que la enfermedad para sus condiciones de convivencia o su seguridad, porque intuye que pueda tener razón aquel líder del nacionalismo gobernante que advertía, hace sólo unos días, de que con un cambio de mayoría autonomista 'ETA y su mundo podrían sentirse más justificados para actuar' (cualquiera puede deducir la calificación ética y política de tal advertencia). Como si en la retórica de campaña todo fuese igual de aceptable. Porque, como muestra el gráfico 2, existe un miedo mayoritario y creciente entre los vascos a participar activamente en política, y de nuevo son los no nacionalistas los más afectados por tal percepción. Es verdad que este sentimiento se había reducido en el último año, seguramente, por la movilización cívica y las reacciones de coraje, que, entre otras consecuencias, cristalizan en el Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo suscrito por socialistas y populares y en la visualización, por primera vez, de la alternancia política. Evidencia esta, a la que, paradójicamente, parece negarse la opinión pública vasca, ya sea por la sacralización y el cierre de un horizonte institucional supuestamente monopolizado in eternum por el nacionalismo gobernante.

Consecuencia de esta doble dimensión de la espiral del silencio es la dificultad en la actual coyuntura, primero, para acceder a ser entrevistado cuando se acerca un encuestador (al menos, tres de cada cuatro, por término medio, rehúsan la entrevista), después, para obtener respuestas precisas sobre la intención de voto u otras cuestiones de etiquetado político (alrededor de un tercio de los entrevistados no sabe o no contestan a tal cuestión) y, finalmente, por qué no temer que tengamos un contingente variable de falseamiento para despistar, todo lo cual explica las dificultades e incertidumbres en las estimaciones de voto. Esto llega al extremo de producir vértigo institucional a hacer públicas tales estimaciones, que, en un caso notable, acabamos conociéndolas por la trasparencia a que obliga la ley, pero en otros más taimados sólo es una sospecha fundada, dada la opacidad escandalosa y la apropiación partidista de la que han hecho tradición.

Francisco José Llera Ramo es catedrático de Ciencia Política y director del Euskobarómetro de la UPV.

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