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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Papa, en Siria

Este Papa polaco, infatigable aunque fatigado, ha cumplido su último viaje con una visita al Mediterráneo oriental y Oriente Próximo. Y Juan Pablo II, todo menos reacio a la polémica, ha logrado conjuntar en un solo paseo lo pastoral y lo político, moviendo a críticas, pero también a aplausos. Ha sido el primer Papa en visitar Grecia, aun pasando por encima de una protesta popular tan auténtica como quizá anacrónica. La ortodoxia lo dice todo con su nombre: la verdadera Iglesia es la suya, y Roma, un travestido político que sólo aspira a la dictadura universal religiosa. El Papa, sabio y oportuno, no ha entrado al trapo de quienes le apostrofaban de anticristo, y ha pedido perdón a la Iglesia ortodoxa por todo el mal que le han causado los católicos, sobre todo por el saqueo de Constantinopla en 1204 y el medio siglo de dominio latino sobre Bizancio. Eso no va a colmar el cisma que separa a los dos credos, consagrado por un concilio en el lejano siglo XI, pero sí responde al ecumenismo de Wojtyla, que tanto se duele de las divisiones cristianas.

Pero la segunda parte de su viaje, la visita a Siria, ha sido lo más significativo del trayecto. Primero, ha lanzado un cable al régimen de Bachar el Asad, como había hecho días antes el Gobierno español recibiéndole en Madrid; segundo, no ha visitado Siria sólo por motivos pastorales, sino que ha dicho con meridiana claridad que la solución del conflicto árabe-israelí pasa por el cumplimiento de las resoluciones de la ONU, y eso, por mucha facundia que le eche el primer ministro Ariel Sharon, significa que es Israel el que está primordialmente en falta; y tercero, se ha dejado invitar a Quneitra, la capital del Golán, que el Ejército israelí destruyó con profesional celo y especial saña contra los templos cristianos a su retirada a mediados de los setenta; y visitar Quneitra es censurar a Israel.

¿Debe intervenir el Papa en asuntos tan terrenales? No hay que llamarse a engaño; la Santa Sede es también un poder político. Otra cosa es preguntarse si incluir Quneitra en la visita es o no propio de la finísima diplomacia vaticana. Es comprensible que en Jerusalén ese paso haya levantado ampollas. Wojtyla es también un soberano, un árbitro, un líder, aunque no tenga divisiones, y hay que recordar que sus pronunciamientos en lo temporal han sido siempre a favor de la justicia y de los oprimidos.

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