Apocalipsis, orain
Cuando el miedo se convierte en pánico a perder la posición, el sitio, el cacho, la canonjía y la subvención
Desde que he escuchado decir que 'aquí a nadie se le pide el carnet político cuando acude a Osakidetza' me consta que varios cientos de próstatas maltrechas han sentido un cierto alivio. ¿Quíen dijo miedo habiendo hospitales?. Ya no se emiten mensajes sino temblores. Como era de prever, la campaña discurre entre diagnósticos apocalípticos. El miedo es el medio, y es libre.
Las alusiones 'al hombre de la porra', al 'Dios de la Guerra', a la destrucción nacional y a la Ley de Murphy - todo es susceptible de empeorar- han calado tan hondo y han ido tan lejos que han hecho exclamar incluso a un desolado contratista del Valle de Atxondo: 'Como ganen éstos nos van a quitar las Jaiak'. Espero que nadie, en los Siete días de Mayo que aún quedan para desvelar una intriga digna de la película que con el mismo título dirigió Frankenheimer, absolutamente nadie, ose poner sus sucias manos sobre el kalimotxo de nuestras alegres fiestas, para que este temeroso votante pueda dormir sin sobresaltos y cantar con entusiasmo el Festara cuando llegue el momento.
Mientras tanto en el Diario de Campaña el desastre se instala entre el sujeto, el verbo y el predicado. A la mencionada Ley de Murphy , Ibarretxe ha añadido su particular Ley del Embudo. Ya se sabe que los logros, como las victorias, están llenos de padres y que las derrotas como los errores y los fracasos o son huérfanos o se reparten a escote. Los mejores éxitos de estos veinte años 'son nuestros', los fracasos son de todos, 'Todos hemos cometido errores', señala..
En una hipótesis accidental de campaña, Jaime Mayor, por su parte, atribuye un futurible aumento de los índices de paro a un triunfo del continuismo y por lo que respecta a Xabier Arzalluz cabe señalar que en la única ocasión que ha abierto el pico fue fiel a la tesis de Maquiavelo según la cual la peor jugada que el diablo puede hacer es convencernos de su existencia, aludiendo a la presumible ira del primo de Zumosol en caso de un cambio poco favorable.
La siniestra táctica de la disuasión y el discurso de la sintaxis desconsiderada -'van a destruir en poco tiempo lo que nos ha costado tantos años construir'- altamente desconsiderada en ocasiones, se han puesto en marcha para recordarnos el viejo truco del Doberman y sobreponerse al bendito lenguaje de la diéresis serenamente lógica. El día 13 produce tanto miedo escénico que en este país parece que los acontecimientos no se suceden, se precipitan...hacia el abismo.
Para rebajar la tensión pasamos del terror dialéctico al espanto parabólico, del tremendismo semántico al casticismo cateto, ilustrado con sermones de cura rural 'cada ciudadano cada vez que sale de casa tiene que ser como el montañero que piensa en hacer cima', (se ha dicho, cuando uno en lo que realmente piensa a todas horas, y muchas más, es en su próstata) se invierte el discurso coactivo por la pedagogía tradicional del maestrillo de escuela.
Se nos riñe cariñosamente, se nos infantiliza con ejemplos paternalistas y como no somos suficientemente buenos se nos asusta con un castigo: 'si no hacemos los deberes, ¿verdad?, tendremos que ir a septiembre, ¿eh?, cómo los malos estudiantes, ¿verdad?' contaba un candidato.
También hay quien piensa que si los coches circulan y la gente cruza sin sobresaltos los pasos de cebra, todo va bien. En semejante ambiente de normalidad he recibido la tarjeta censal de la oficina correspondiente para las elecciones al Parlamento Vasco 2001. En el reverso se advierte que el folleto en cuestión tiene un carácter puramente informativo y se le indica al señor cartero que en caso de devolución marque con una X la causa de ausencia en las siguientes circunstancias: 'rehusado', 'desconocido', 'se ausentó sin dejar señas', 'dirección insuficiente' y 'fallecido'.
Todos los supuestos resultarían rutinarios en cualquier situación censal del planeta, pero como aquí somos mucho más aficionados a la excepción que a la norma es vital tomar las de Villadiego sin domicilio conocido e incluso habitual fallecer por 'causas no biológicas'.
Por lo demás la campaña continúa con su run run, su yin y su yan: Actualidad frente a historicidad, anomalía frente a normalidad, la venda frente a la mordaza, el vértigo de la conciencia provocado por la vorágine de los hechos, frente al refugio de la cólera ante la repitida falta de explicaciones.
Atípica campaña ésta en la que se difuminan los asesores de imagen para dar paso al contenido, a la soledad del corredor de fondo, al mensaje sin maquillaje, al miedo -qué digo miedo- al pánico pero no al pavor a los discursos electorales, no, sino al canguelo, al desaliento, al descoloque, al recelo, a la alarma, al rebato, a la turbación, al sobrecogimiento y al susto que provocan en muchos el miedo a perder no las elecciones, sino la posición, el sitio, el cacho, la canonjía y la subvención, mientras otros sencillamente pierden la vida.
Cuando faltan siete días de mayo prosigue el lenguaje electoral con sus abundantes metáforas bélicas - estrategias, luchas, coaliciones, derrotas, invasiones- y sus excesivos mensajes intimidatorios para un público demasiado acostumbrado a compaginar la calamidad con el chiquiteo y las jaiak con las borrokas.
Apenas queda una semana y el ciudadano contratista de Atxondo vive en un temeroso desasosiego: 'Nos van a quitar las jaiak', me dice. Entonces recordé a Clark Gable en aquella memorable réplica final de Lo que el viento se llevó y le dije: 'Francamente, querido, me importa un bledo'.
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