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Columna
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Tres apuntes de campaña

1.- El cambio. Es conocida la notable presencia de antiguos militantes antifranquistas entre las gentes que componen ¡Basta Ya! y también entre los asistentes al mitin que organizaron casi al inicio de la campaña electoral en San Sebastián. Mujeres y hombres cerca o sobrepasados los cincuenta y que hace ya muchos años pertenecieron o se movieron alrededor del pecé, de Euskadiko Ezkerra o de otros grupos de izquierda y que en su mayor parte no continuaron en la actividad política partidaria. Alguno me dijo en el acto del Kursaal que no había visto tanto rojo junto desde finales de los 70. Rojos. El primer apunte de campaña que uno anota es la impresión de que son vistos con simpatía creciente por el común de la ciudadanía. No es nada habitual respecto a los rojos, tantas veces incómodos no ya para sus adversarios o enemigos políticos, sino para las buenas gentes que no quieren ver alterada su tranquilidad y buena conciencia con la exhibición cruda de una realidad que les gustaría oculta y sin salpicarles, cual ediles responsables del turismo. Cuando los rojos en los setenta empezaron a dejar de ser percibidos como molestos por la mayoría, el franquismo amenazaba ruina y se anunciaba el cambio. Los síntomas son hoy similares.

2.- La alternativa. Quienes abarrotaban el Kursaal saludaron con entusiasmo la presencia conjunta de Jaime Mayor Oreja y Nicolás Redondo Terreros. Es evidente que una de las intenciones principales de los promotores del mitin era la de consolidar los lazos de la alternativa constitucional y estatutaria y que el conjunto de los asistentes al acto, tanto los que tienen ya decidido su voto bien al PSE-EE, bien al PP, como los que dudan entrambos, son partidarios de un gobierno basado en la colaboración de populares y socialistas. Con toda probabilidad, los recelos que despierta esta coalición permanecen en algunos rangos, sobre todo entre el electorado socialista, pero lo significativo es que, en este caso, el empuje hacia la coalición no es promovido desde los partidos, sino desde una plataforma independiente y plural. Por otra parte, el transcurrir de la campaña electoral está fortaleciendo la verosimilitud de una alternativa sostenida en el acuerdo gubernamental entre PP y PSE, siempre a expensas, claro, de cuales sean los resultados. En cualquier caso, el pronóstico de los agoreros que preveían un corto recorrido a un Pacto Antiterrorista sometido a los rifirrafes de la confrontación electoral no se está cumpliendo, confirmando la excepcionalidad en la que se mueve la situación vasca. Quedan los citados recelos, que algunas intervenciones de Aznar, Arenas o Fraga no hacen sino justificar. Pero la alternativa exhibe como núcleo una robusta apelación a la libertad y al respeto a las instituciones democráticas y estatutarias que difumina las tentaciones revanchistas y, sobre todo, contrasta con la difusa aspiración autodeterminista que sigue siendo el eje de la campaña del nacionalismo gobernante

3.- El consenso amplio. El desarrollo de la campaña no apunta avances en este terreno, ya que nada permite considerar como tales algunos tímidos guiños que Ibarretxe y otros han dirigido hacia los socialistas, más con la intención de debilitar su alianza con el PP que de forjar un punto de encuentro. Las melifluas declaraciones de Ibarretxe sobre la imposibilidad de acuerdos con quienes no se separan de la violencia resultan poco convincentes procediendo de quien acaba de ser protagonista de la experiencia contraria y sigue sin aclarar que hará si los votos de EH son claves en la elección del lehendakari y éstos le vienen supuestamente gratis. Pero la necesidad de reiterar la declaración demuestra hasta qué punto la connivencia con los terroristas y sus afines afecta a las expectativas electorales, es decir al sentimiento mayoritario de la ciudadanía. El tono de la campaña de EH nos traslada la misma apreciación. Su esfuerzo por blindar a sus votantes, que amenazan con desplazarse hacia las opciones nacionalistas que no respaldan a ETA, es la muestra de que el rechazo al ejercicio del terror alcanza a sectores del propio nacionalismo radical. La campaña, entendida en su sentido más profundo de comunicación entre partidos y electorado, también está mostrando que si hay un objetivo que puede entenderse como expresión de la voluntad mayoritaria de los vascos, éste no es otro más que el del rechazo a ETA.

En mitad de la vacuidad y el ruido que son inherentes a la campaña, cada cual anota aquello que considera significativo. Uno ha percibido la existencia de una corriente de fondo que anuncia cambio, la consolidación de una alianza que se presenta como alternativa y la confirmación de que la clave de cualquier consenso amplio es la lucha contra el terrorismo.

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