Lágrimas en la lluvia
A tenor de las respuestas institucionales a las demandas de ayudas del sector teatral para las actividades escénicas, a ciertos profesionales nos queda la duda de si la política cultural de este país no está inspirada en la obra de Woody Allen Cómo acabar de una vez por todas con la cultura. Esto que sigue son algunas reflexiones, a bote pronto, del director de una compañía de danza de las llamadas punteras de la ciudad de Barcelona.
Es del dominio público que el sector goza de una política de subvenciones raquítica y que, en comparación con las del resto de los países de la Europa comunitaria, las compañías catalanas vivimos instaladas en una crisis económica permanente, de la que nos salvamos por las coproducciones internacionales. Alguna, como Danat Dansa, ha dejado de existir, y la sensación de impotencia entre mis colegas es hoy manifiesta.
Vamos asistiendo con curiosidad a la apertura de nuevos espacios: Teatre Nacional de Catalunya (TNC), Liceo, Institut del Teatre, pronto -suponemos- el Lliure, y en el horizonte, un evento internacional que se presenta como de primera magnitud: el Fòrum 2004. Entre todos esos espacios, se me ocurre preguntar, ¿a cuánto asciende la inversión pública de las administraciones en infraestructuras? ¿Y cuál ha sido el incremento público de las administraciones para que después funcionen esos espacios? Algún día me gustaría saberlo, simplemente para verificar con números lo que ahora son sencillas observaciones.
Y es que hoy me gustaría, después de casi 25 años de profesión, volver a ser estudiante para gozar de unos lugares de ensayo dignos, que hoy tienen los estudiantes del Institut del Teatre, pero de los que carece la profesión, incluidos sus representantes más destacados. Se tiene la sensación de que existe cierta simetría -situaciones histéricas aparte- entre lo que ocurrió con el TNC y Generalitat, y ahora con el Lliure y el Ayuntamiento, es decir, de que hay falta de definición por parte de la Administración correspondiente una vez acabada la obra. Dimisiones, reacciones por parte de la profesión ante los astronómicos sueldos de los directores, etcétera, ponen de manifiesto una instrumentalización de la cultura teatral con fines exclusivamente partidistas, y se da la paradoja de que en estos momentos lo que puede programar cualquiera de los dos espacios es intercambiable.
La compañía de danza que mayores prestaciones obtiene en estos momentos de la Administración es I. T. Dansa, que fue creada para los posgraduados del Institut del Teatre. Su presupuesto supera el doble del de cualquier compañía de danza del país de las llamadas consolidadas, sin contar las aulas del Institut del Teatre y la red de teatros a la que tiene acceso por pertenecer a la Diputación de Barcelona. No se me malinterprete: no estoy en contra de su presupuesto, sino de la penuria de las compañías profesionales.
Hoy por hoy, la programación del Mercat de les Flors ha perdido ímpetu, y ya no se cuenta entre los principales teatros de Europa. Lo mismo se puede decir del festival Grec.
En la declaración de principios de la actual dirección del TNC estaba la danza como uno de sus pilares; luego, aunque la aportación de coproducciones ha ayudado al sector, la danza ha sido relegada a una pequeña temporada y alguna producción internacional de primer rango que ya se ha visto por toda Europa y otros continentes hace tiempo.
Hoy, Barcelona ha quedado fuera del circuito del mejor teatro y de lo mejor de la danza internacional. Con la actual política, no puede surgir un gran creador en el terreno de la danza porque no se apuesta por nadie y porque los medios son inadecuados para que se dé el equipo humano que hay que forjar alrededor de un Forsythe o una Pina Bausch, por nombrar sólo a un par de los grandes, esos que tienen cabida en los espacios de la ciudad que hoy a nosotros nos están vedados: Liceo, sala Gran del TNC...
Los profesionales hemos visto sucederse políticos que al llegar a su cargo se han reunido con nosotros y después deoír nuestros problemas nos han pedido paciencia y perseverancia. El resto es silencio.
Nuestro presupuesto anual para producir es exiguo, nuestros bailarines se van al extranjero, los profesionales del management terminan aburriéndose y tirando la toalla. Las giras por Cataluña se reducen a uno o dos bolos en el mejor de los casos. En el resto del estado, la Red Nacional de Teatro sigue 'atentamente' nuestra evolución y está 'contenta' con nuestros éxitos.
El Fòrum de les Cultures se presenta a bombo y platillo y yo me pregunto qué quedará de nosotros para esas fechas. ¿Qué papel representará la danza de la ciudad con la actual política cultural? Llevamos años haciendo propuestas de diversa índole, no sólo pidiendo incrementos del presupuesto, sino ofreciendo otras vías de colaboración que ahora empiezan a tener un cierto eco, aunque tímido e incompleto, de lo que eran nuestras propuestas. Después de todo esto, hablar de reciclajes para bailarines una vez acabada su edad profesional, hablar de un trato mejor por parte de la Seguridad Social o de una reducción del IVA como apoyo a oficios de interés social pero de baja rentabilidad económica suena a música lejana, aunque sea una reivindicación ya clásica del sector teatral.
En fin, perdónenme el dramatismo los lectores, pero son demasiadas cosas, y después de todos estos años de profesión, lo único que le pido al destino es que si mi trabajo, mi compañía, tiene que desaparecer, me enseñe a aceptar lo inevitable y afrontar la disolución de mi mundo con elegancia. Así que me despido con aquellas últimas palabras del replicante de Blade Runner antes de morir: 'Nuestros gestos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia'.
Juan Carlos García es director del grupo de danza Lanònima Imperial.
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