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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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Días de libro y rosas

Del paro al ocio. Mucho antes de ser designado director de la Biblioteca Nacional, Luis Racionero se alzó con el Anagrama de ensayo con una obrita donde llevaba su anarquía hasta el punto de sugerir -un tanto a la manera freudiana- que donde estaba el paro debía estar el ocio. Es decir, usar la disponibilidad que se supone al parado para reconducirlo hacia el disfrute de un ocio creativo. Por desgracia, se olvidó de considerar las posibilidades de tan brillante idea para ser incluida en los presupuestos generales del Estado. Cualquier persona más cultivada que culta podría escribir algo semejante sobre la espléndida ocasión de quienes nos visitan en patera para gozar de los atractivos de la Costa del Sol. En cualquier caso, no parece que el gobierno que premia con la Biblioteca a este ensayador esté por la labor de atender más utopías que las propias, que son muchas y de mucha gracia.

De Borges a Cioran. No hay dietario que se precie que no incluya alguna referencia a Borges entre sus páginas, bien porque se le considere autor de culto, bien porque siendo de periferia el citante le sirve a modo de visado cosmopolita, bien porque el argentino profesional era más listo de lo que todavía hoy se puede suponer. Al fin y al cabo, hasta Michel Foucault abría uno de sus libros más personales con una cita fantástica del autor de El Libro de los Seres Imaginarios. El misterio es que ocurra otro tanto con Cioran y su sufrimiento de mesa camilla, la trivialidad de sus distintas afecciones, el manualismo de salón de una pasión empobrecida. Y el trabajo que le llevó ejercer de sufridor en casa: tomar nota de algunas obviedades bajo especie de aforismos, darlas a la imprenta, corregir las galeradas, tenerlas por buenas en las sucesivas ediciones... Un esfuerzo agotador. Un Joan Fuster sin vistas a La Albufera.

No es un libro, pero es como si lo fuera. En el Espai d'Art Contemporàni de Castellón hay hasta junio una instalación que se acoge al rótulo Lugares de la Memoria para decir la suya sobre la retención en el recuerdo de los sucesos consuetudinarios que acontecen en la rúa más propensos al olvido. Entre ellos, hay nada menos que una grabación videográfica del mítico Jean-Luc Godard de más de cuatro horas de duración, donde el cineasta francés compone su autobiografía ilusoria a partir de las películas de otros que no eran él, que todo quiso serlo. Eso y, en lo que respecta a la imagen clásica y pasada del único siglo que protagonizamos en su último tercio, el audiovisual de Chris Marker sobre el centenario del cine, inédito entre nosotros hasta ahora. El puente del primero de mayo, en el EACC, pese a todo.

De Sartre a Camus. Seguimos con la alta cultura (una feria al año no hace daño). El libro de Bernard-Henry Lèvy sobre Sartre, al que confunde con el siglo -otra vez- recién pasado. Su deleznable tratamiento de la famosa polémica Sartre-Camus. Los que vivimos más o menos peligrosamente el último tercio del siglo ya pesado leímos, muchos años después, esa trifulca entre gigantes a través de la enigmática sintaxis del fulgor del castellano de Buenos Aires, cuando se diría que París nos tocaba mucho más de cerca. ¿De qué se trataba? De arremeter contra los beneméritos impulsos del humanismo abstracto en nombre de la aplicación coyuntural de los humanismos concretos. Camus era guapo y elegante y fumaba negro con tanta apostura como Humprey Bogart, mientras que Sartre era feo, bizco, casi un enano -según propia confesión- y con la dentadura pública más precaria desde Peter Lorre. El ganador intertextual está claro. Pero ¿quién podría protagonizar aquí una polémica de esa clase, si los cabezas de serie locales la desdeñaron en su tiempo?

De folleu al salvem. Todavía no se ha hecho ningún libro sobre esto, pero se está cociendo. Más que una broma alegre y combativa, la consigna sesentayochista Folleu, folleu, que el mon s´acaba era una tontería de adolescente universitario. Ni el mundo, tal como se lo puede entender, se acaba nunca ni ese peligro remoto podría ser certificado por la propensión al folleteo indiscriminado. Esa curiosa postura de postrimerías encuentra su estela en la proliferación -acaso más razonable- de las numerosas plataformas dispuestas a salvar lo que creen su obligación preservar para disfrute de generaciones venideras. Aunque lo mismo va y la nostalgia de la intertextualidad bien entendida hace de ese vaivén de periferia un arma cargada de futuro. Quién sabe. De momento, aunque no se sabe bien hasta qué otro instante de su experiencia futura, son más numerosos los jóvenes que prefieren apelar a la contundencia del alcohol alambicado durante los fines de semana.

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