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Tribuna
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Previsiones

Semana de previsiones la última. El primero fue el Gobierno el pasado martes, que a sabiendas de que los organismos internacionales le iban a dejar fuera de juego, se adelantó a la jugada y evitó la falta con que los ciudadanos y los medios de comunicación le hubieran sancionado. Posteriormente, la Comisión Europea (CE), el miércoles, y el FMI, el jueves, hicieron públicos sus informes de primavera. Todos revisan a la baja el crecimiento y al alza la inflación respecto a las cifras previstas el pasado otoño (véase el cuadro superior adjunto).

Cuando a finales de noviembre último comenté en esta columna las previsiones de otoño de estos organismos, ya dije que me parecían optimistas. No es que uno tenga línea directa con el dios del futuro o una bola de cristal mágica. Cualquiera con algo de oficio en estos temas y la información a su alcance, podía concluir lo mismo. Los organismos internacionales y los gobiernos tienen todo eso y mucho más. Lo que ocurre es que, cargados de un discutible sentido de la responsabilidad, no quieren alarmar y empeorar las expectativas de los agentes económicos. Al fin y al cabo, las previsiones no son nada seguras y si uno se equivoca cuando dice que las cosas van a ir a peor, queda marcado para toda la vida con la etiqueta de aguafiestas y agorero. Pero, entonces, si por evitar el estigma o por no querer empeorar las expectativas, no podemos decir lo que pensamos sinceramente, ¿para qué sirven estos ejercicios? Soy de los que piensan que las previsiones son útiles para que los agentes económicos (gobiernos, empresarios, sindicatos, inversores y consumidores) puedan tomar decisiones con más información y racionalidad, siempre teniendo en cuenta que las mismas se sitúan dentro de un intervalo de probabilidades más o menos aceptable. De hecho, tan útil como la previsión en sí misma es algo que suele ocultarse, la probabilidad que se le asigna. Si nos empeñamos en decir a unos consumidores que gastan y se endeudan en exceso, que todo (el empleo, la inflación, la Bolsa) va a seguir yendo maravillosamente, continuarán gastando por encima de sus posibilidades hasta que la situación estalle y dé paso a una fase recesiva más o menos prolongada, como tiene todos los visos de ocurrir en Estados Unidos.

Consideraciones aparte, las cifras que han presentado el Gobierno y los organismos internacionales esta semana parecen más razonables que las del pasado otoño. Suponen una revisión a la baja del crecimiento de la economía española esperado para este año, si bien no de proporciones alarmantes. La causa será la desaceleración de la demanda interna y no tanto factores externos. La creación de empleo también se ralentizará, pero seguirá disminuyendo la tasa de paro. El problema principal, con consecuencias a medio plazo sobre nuestro potencial de crecimiento, es la dificultad de reducir el diferencial de inflación con la zona del euro. En este punto es donde las previsiones del Gobierno vuelven a quedarse claramente por debajo del resto, aunque todas coinciden en que su perfil será descendente a lo largo del año.

Respecto a la duración de esta fase de desaceleración del crecimiento económico, casi todas las previsiones dicen que el año 2002 será ya mejor que 2001. Ojalá sea así, pero recuerden que a medida que nos alejamos en el tiempo, la probabilidad de las previsiones disminuye.

Ángel Laborda es director de coyuntura de la Fundación de las Cajas de Ahorros Confederadas para la Investigación Económica y Social (FUNCAS).

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