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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

La Universidad y la memoria

En estos momentos en que el criterio de la oportunidad, por la intención del Gobierno de sustituir la denostada LRU, demanda reflexiones sobre la Universidad y su relación con la sociedad, aparecen artículos como el de Manuel Ramírez; en él se pretende una visión muy crítica y libre de ataduras o censuras ideológicas sobre esta institución. Estoy de acuerdo con él cuando afirma que no se dice todo lo que se debería por miedo a provocar la reacción airada o escandalosa, pero el acuerdo acaba ahí. Sucede que su diagnóstico, por más que cargado de sinceridad, resulta bastante desmemoriado (y uno nunca sabe qué es peor, contar la historia como no fue o callársela por pudor). Resulta que Ramírez nos habla de una Universidad mucho mejor que la actual, de calidad, excelente; lástima que esa Universidad nunca existió (fuera de su discurso, se entiende). Me explico: se nos dice que sobran universidades, que hay una por provincia, pero nadie se encarga de recordarnos que antes de la democracia el sistema universitario español era, con diferencia, uno de los más elitistas (en el peor sentido de la palabra), injustos y desigualitarios de cuantos pudieran encontrarse en la Europa occidental, y que eso tiene mucho que ver con que el nivel de instrucción de la población española sea, y haya sido durante siglos, significativa- mente menor (casi aberrantemente bajo, si hacemos caso a según qué autores) que el de otros países del entorno europeo (esos en los que, al parecer, no se ha producido el efecto 'multiplicador' de centros y titulaciones). Se dice que sobran profesores, y es cierto, pero también sobraban antes, todos aquellos que parecían más preocupados por consolidar su prestigo social y utilizar éste para su propio propósito que por atender a sus obligaciones docentes (¡ay Dios, he pronunciado esa palabra que produce vergüenza en nuestras universidades excelentes!) e investigadoras.

Nada menciona Ramírez en su diagnóstico de las corruptelas y los humillantes vasallajes a los que la carrera docente obligaba, del adoctrinamiento ideológico y personal que las cátedras imponían, de la inmensa fábrica de conformismo y sumisión a la ley del más fuerte en que se convertía nuestra institución excelente. Por último, proponer el término meritocracia para la Universidad estaría bien si no supiéramos que la susodicha es más un correlato de posiciones sociales (es decir, el reflejo de una desigualdad básica en el acceso a la igualdad de oportunidades) que otra cosa, nos guste o no admitirlo (y esto también hay que decirlo y no callárselo si nos proponemos ser francos).

¿Es mejor la Universidad hoy o ayer? No lo sé, yo no conozco la respuesta a esa pregunta, pero ando mejor de memoria, y pienso que probablemente todo este debate público es el mismo por el que otras sociedades cercanas han atravesado. Tal vez mirándonos en el espejo de otros y olvidando esa visión nostálgica y aristocrizante de la enseñanza aprendamos algo. Algo más de lo que nos enseñan en nuestras universidades, quiero decir.

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