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Columna
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En cristiano

Miguel Ángel Villena

En la película Aguirre, la cólera de Dios, el personaje del conquistador que interpreta Klaus Kinski intenta que un indio escuche la voz divina a través de una caracola. En un barco fantasma un grupo de fanáticos exploradores remonta el río Orinoco en busca de El Dorado. Perplejo y sorprendido, sin entender el castellano en el que brama el conquistador, el aborigen naturalmente no oye ningún eco de la palabra de Dios. Enfurecido por la falta de fe del presunto evangelizado, Lope de Aguirre decide lanzar por la borda al indígena. Aquella película de Werner Herzog, sobre la novela de Ramón Sender, puso en imágenes todo el terror de una conquista basada, como siempre, en las leyes implacables de la espada, la religión y la lengua. Negar a estas alturas -como ha hecho el Rey en su discurso de entrega del Premio Cervantes a Francisco Umbral- que cualquier imperio impone un idioma por la fuerza a los pueblos colonizados raya en el ridículo científico o en la intencionalidad política. Pero si la rotunda afirmación del monarca de que 'a nadie se le obligó nunca a hablar en castellano' resulta falsa a la vista de la historia de la América hispana, para los cerca de ocho millones de españoles que hablan una lengua materna distinta del castellano esta tesis significa directamente una afrenta.

En 1998 asistí a la inauguración de un complejo cultural en la ciudad germano-suiza de Lucerna. El solemne acto concluyó con una intervención del entonces presidente de Suiza, Flavio Cotti, que se dirigió al auditorio con un discurso donde alternó el alemán, el francés y el italiano. A algunos personajes suele molestarles esta comparación lingüística de Suiza con España y acostumbran a exclamar que no se pueden equiparar lenguas europeas habladas por muchos millones de personas con el catalán, el gallego o el euskera. ¿Son aplicables, pues, los derechos lingüísticos sólo a comunidades numerosas? ¿Tenían más méritos culturales el castellano, el inglés o el francés que los idiomas indígenas? ¿No será que las letras entraron con fuego en América?

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