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Columna
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A vueltas con los judíos

En 1935 el rabino de Berlín describió así la situación de los judíos en Alemania: 'Acaso esto no haya sucedido nunca en el mundo y nadie sabe cuánto tiempo se puede soportar: la vida sin vecinos'. Como señala Bauman, el Holocausto fue posible sólo tras un largo proceso de producción social de la distancia, condición previa para la producción social de la indiferencia moral. Sólo así fue posible generalizar entre los alemanes la convicción de que por muy atroces que fueran las cosas que les ocurrían a los judíos, nada tenían que ver con el resto de la población y, por eso, no debían preocupar a nadie más que a los judíos. Por su parte, Beck denomina construcción política del extraño al proceso que hizo que tantas personas pasaran 'de vecinos a judíos', siendo así expulsados en la práctica del espacio de los derechos y las responsabilidades. No pretendo alimentar debates sobre la supuesta comparabilidad entre la situación vasca de hoy y la de la Alemania nazi, que personalmente cuestiono: salvo unos pocos, la mayoría de las vascas y de los vascos seguimos pensando en nuestros vecinos como vecinos, sea cual sea su opción política, y sentimos que su suerte tiene que ver con la nuestra. Sólo quiero llamar la atención sobre la relevancia ética y política que tiene el sentimiento de vecindad, la conciencia de pertenecer a un mismo espacio de convivencia, y el riesgo que la misma corre cuando la pertenencia nacional pretende constituirse en el eje estructurador de las identidades en sociedades plurales.

Hace una semanas, a raíz de las tan mal traídas y peor llevadas declaraciones de Arzalluz sobre los 'alemanes en Mallorca', recordé que todo Estado se construye sobre la exclusión. Todos los estados han empezado su historia distinguiendo entre las personas que habitan un territorio a los nacionales (con todos los derechos asociados a la ciudadanía) de los que no lo son (privados de algunos, de muchos o de la totalidad de esos derechos). En su estudio sobre la expulsión de los judíos de España, Joseph Pérez ha sintetizado lo que estaba en juego tras la caída del reino de Granada: 'Estamos frente a un típico problema de identidad nacional: para los Reyes Católicos, como para todos los soberanos de Europa, la cohesión del cuerpo social exige la asimilación de las comunidades minoritarias a la cultura dominante, considerada como consustancial al concepto de nación. Así se comprenden, primero la creación de la Inquisición para castigar a los judaizantes o falsos convertidos, luego el decreto de 1492: el que no quiera asimilarse -es decir convertirse-, que salga del reino'. La expulsión o la conversión forzada, este es el pecado original de los estados. Por eso, que nadie condene los sueños estatalizantes de otros desde la impunidad que proporciona el incuestionable estado propio construido sobre la reducción, ayer y hoy, de miles de vecinos a la condición de extraños. Otra cosa es que estemos dispuestos a reproducir hoy el proceso de 1492.

El nacionalismo vasco debe desestatonacionalizarse para pensar el autogobierno desde nuevas claves. Si así lo hiciera: por primera vez en su historia ampliaría su espacio de alianzas a los más dinámicos y combativos movimientos sociales; cambiaría el ritmo del juego político, en el que el estatonacionalismo español domina con comodidad, al poner la pelota en su tejado; posibilitaría el diálogo y la acción conjunta con sectores políticos e intelectuales no nacionalistas en la tarea de desestatonacionalizar España; se liberaría de la cuestión que más pesa sobre el proyecto del autogobierno vasco: la sospecha de etnicismo excluyente. Se habla de recuperar la proposición no de ley sobre autodeterminación del Parlamento vasco de 1990: recupérese mejor el tono y los contenidos de aquel debate.

Manifestantes en Gasteiz portando estrellas en la solapa. Recordatorio oportuno de que lo que ya ha ocurrido mil veces está ocurriendo y puede volver a ocurrir, si no fuera porque la potente metáfora se reduce a más leña para un fuego que a demasiados calienta mientras a otros nos provoca cada vez más frío.

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