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Tribuna:INFLACIÓN Y SALARIOS
Tribuna
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Vuelta a las trincheras

El autor analiza los problemas del diálogo social y el temor a que los sindicatos abandonen la moderación salarial que han mantenido durante los últimos años

Antón Costas

La ruptura por UGT de la 'paz sindical' es una mala noticia. Sean cuales fueren las causas reales de esa decisión, una vez tomada, no cabe esperar que las cosas sigan igual que antes en la economía española. Una primera y probable consecuencia es que los sindicatos, al menos UGT, vuelvan la vista hacia los salarios como trinchera desde la que defender sus posiciones. Si es así, ésta es una mala noticia para la inflación, el crecimiento y el empleo. Una mala noticia que llega además cuando el virus de la inflación y la pérdida de impulso ya se han introducido en la economía como consecuencia de la subida del precio del petróleo y de la crisis norteamericana, y cuando más necesaria es, por tanto, la moderación de salarios y precios españoles.

La importancia de esta ruptura se puede entender mejor si recordamos el papel fundamental que la moderación salarial tuvo en la 'milagrosa' expansión económica y del empleo que, acompañada de una aceptable estabilidad de precios, ha vivido la economía española en el periodo 1996-2000. Preguntado en una ocasión el presidente del Gobierno, José María Aznar, por las causas respondió: 'El milagro soy yo'. Sin restarle méritos (aun cuando convenga aquí recordar la reflexión de Joseph Schumpeter acerca de que a los políticos les sucede lo que a los jinetes: tienden a atribuirse a sí mismos méritos que son del caballo), sin duda influyeron también otras causas. Si hubiese que hacer un ranking, sin duda, como ha señalado uno de los mejores analistas de la economía española, Miguel Sebastián, el primer o segundo lugar en las causas de la expansión lo ocupa la moderación salarial. La falta de beligerancia salarial de los sindicatos coincidiendo con el primer Gobierno de José María Aznar sí ha sido un milagro. Un milagro que en todo caso ha beneficiado al crecimiento, al empleo y a la inflación. El riesgo ahora es echar por la borda algunos de esos logros.

Todo recuerda en este momento lo ocurrido a finales de los años ochenta. En diciembre de 1988, también después de una fuerte expansión acompañada de moderación de salarios y precios, los sindicatos UGT y CC OO plantearon al Gobierno una huelga general que rompió la moderación de salarios y precios, quebró el equilibrio de las cuentas públicas, contribuyó a que la economía entrara en recesión y fue el principio del fin del Gobierno socialista. Han cambiado los actores, a excepción de ese personaje incombustible que es el presidente de la patronal CEOE, José María Cuevas. Y, a diferencia de entonces, el anuncio de huelga general por parte de UGT puede quebrar la unidad de acción sindical. Pero el guión, el escenario y los efectos son muy similares.

Esta similitud induce a pensar que, más allá de circunstancias concretas de cada momento y del color político del Gobierno, existe un ciclo en el comportamiento de los sindicatos en relación con la evolución de la economía. En las fases de fuerte crecimiento económico es frecuente que, aunque la economía vaya bien, a unos les vaya mejor que a otros. Los que se rezagan, que acostumbran a ser los asalariados, acaban queriendo pasar factura y cobrar la deuda que consideran que la sociedad, los empresarios y el Gobierno tienen con ellos. Esto es lo que ocurre, de nuevo, ahora.

Para comprender el comportamiento de Cándido Méndez quizá sea útil manejar una especie de teoría de los tres frentes de acción sindical. El primer frente son los salarios. Es la trinchera en la que, en última instancia, siempre intentarán mantener los sindicatos. El segundo frente es la negociación de las relaciones laborales y el reparto de las ganancias de productividad dentro de la empresa entre beneficios y salarios. El tercer frente es la negociación de la política social y de bienestar con el Gobierno. Los economistas acostumbran a mantener una visión convencional que ve a los sindicatos como unas organizaciones monopolistas que siempre intentan alterar los salarios al alza. Los sociólogos han sabido ver que los sindicatos son también organizaciones que buscan abandonar esa trinchera para avanzar en el terreno de la negociación de las relaciones laborales y las mejoras de productividad dentro de las empresas. Como al frente de los ministerios acostumbra a haber más economistas que sociólogos, los Gobiernos tienden a asumir la visión de los economistas y no favorecen los intentos de los sindicatos para desplazar su acción desde los salarios a la negociación laboral dentro de la empresa.

Pienso que en los últimos años los sindicatos españoles, especialmente desde el momento en que se produjo la llegada de la nueva generación de sindicalistas que sustituyeron a los míticos Marcelino Camacho y Nicolás Redondo, han hecho un esfuerzo notable para enfocar la voz y la acción sindical por el camino de la negociación de las relaciones laborales y la productividad. Pero ese esfuerzo ha sido baldío, dada la estrategia envolvente de la CEOE y la precipitada interferencia del Gobierno poniendo fin a las negociaciones para la reforma laboral. El temor es ahora que los sindicatos vuelvan a la trinchera de los salarios. Y para ello basta que un sindicato lo haga para arrastrar a los demás a esa guerra.

Es posible que al Gobierno de Aznar le haya pasado con los sindicatos lo que le pasó con la no-fusión entre Endesa e Iberdrola: ha medido mal las consecuencias de sus actos. Con su decisión de interferir en el acuerdo social ha llevado a los sindicatos -ya de por sí predispuestos a recuperar el terreno perdido por los salarios durante la expansión- a radicalizar sus posiciones en los otros dos frentes. Le quedaba al Gobierno la negociación de la política social y de las pensiones. Pero también este frente se ha quebrado. Para evitar ahora el retorno a las trincheras de los salarios, sólo queda una salida: la sensatez por parte de todos. Quizá lo que no se pudo conseguir en las negociaciones con la patronal se pueda ahora lograr dentro de las empresas. En cualquier caso, para la economía y el empleo, más vale un mal acuerdo que la falta de acuerdo.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona.

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