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LA CRÓNICA
Columna
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Volverás a Comala

La obra fotográfica del escritor Juan Rulfo parece contener una tercera dimensión del indio o el campesino mexicano

Enrique Vila-Matas

Quienes le conocieron cuentan que Juan Rulfo siempre dejaba una sensación de tristeza y de lejanía, de que estaba en otra parte a pesar de que llegaba puntualmente a ofrecerte el mechero o a hablarte con una naturalidad absoluta. Lo más inquietante en Rulfo era su estar y al mismo tiempo su no estar. Era, según un amigo que le conoció, la representación cabal de una melancolía en desuso, esa que tiende a ahondarse y a retorcerse en la ausencia total de sosiego. Es decir, que se parecía mucho a los personajes de su Pedro Páramo: esos espectros que escuchaban voces hijas del viento, no engendradas, que jamás encontraban cobijo.

Librado Arreola, uno de los mejores amigos de Rulfo, era de su mismo estilo. Librado, cuando estaba en su casa y llamaban muchas veces a la puerta, se asomaba por una ventana y decía: '¿Qué, no ven que está cerrado? Esto quiere decir que yo no estoy y como no estoy es inútil que llamen'.

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El silencio y la tristeza de México resuenan en las fotografías de Juan Rulfo

Cuando Rulfo venía a Barcelona, se pasaba horas en la cafetería Treno de la calle de Diputación, un lugar más bien horrendo. Allí en el Treno pasaba horas y horas y estaba y al mismo tiempo no estaba. Ahora en Barcelona, no muy lejos del Treno, en el Palau de la Virreina, puede verse una impresionante selección de fotografías sobre México realizadas por Rulfo entre 1945 y 1955, imágenes poseídas de una 'maravillosa transparencia líquida', en palabras de Carlos Fuentes; imágenes que nos recuerdan la fuerza de los ojos y cómo la mirada humana puede a veces calar hondo y entrar en el alma. Así parece operar el ojo fotográfico de Rulfo, que en Pedro Páramo escribe: 'La abuela lo miró con esos aquellos medio grises, medio amarillos, que ella tenía y que parecían adivinar lo que había dentro de uno'. En el espléndido libro catálogo de la exposición, Margo Glantz, amiga de Rulfo y experta en su obra, ahonda en su magnífico texto en el espejo del alma que viajaba en los ojos del escritor Rulfo, fotógrafo de penetrante mirada rara que, al igual que la de algunos personajes de Pedro Páramo, es una mirada que aquilata, aprecia, determina.

Lo que Rulfo aquilata, aprecia y determina en sus fotografías son casas derruidas, parajes solitarios, puertas y ventanas desvencijadas, cementerios, iglesias perdidas, plantaciones de magueyes, niños de risa perdida, bardas tiradas en campos verdes, cruces de hierro, ídolos totonacas, jinetes y caminantes, rostros mixes de mirada impenetrable en la que Rulfo parece penetrar... Porque, al igual que en Pedro Páramo, la obra fotográfica de este escritor parece contener una tercera dimensión del indio o del campesino mexicano, un punto de vista exploratorio de su hermética interioridad.

Las miradas de los mixes (un misterioso pueblo del interior más profundo de México, un pueblo al que nadie pudo vencer nunca; viven en casas ennegrecidas por los años, casas oscuras que, al llegar la noche, según Rulfo, desaparecen) no pueden ser más inquietantes. Cuando uno las observa ve que Rulfo intenta explorar su misterio, saber qué piensan aunque no se puede saber, porque son difíciles los mixes y completamente herméticos; se arrodillan, por ejemplo, ante las cruces que hay a las entradas y salidas de sus pueblos y parece que están rezando, pero sólo lo parece, porque para ellos las cruces son las puertas de los caminos; les piden a las cruces que les abran para dejarlos pasar, porque si no la cruz no los deja ni entrar ni salir del pueblo. 'Si a una cosa tan simple -comentó Rulfo acerca de esto-, no le encuentra uno explicación, ¿cómo será la mentalidad de ellos, no?'.

Esa mentalidad la exploran algunas de las fotos del Palau de la Virreina, la exploran con una cámara fría surgida de la tierra más caliente de México, de esa invención que es Comala, el pueblo de Pedro Páramo, ese lugar al que el visitante de la Virreina tiene la oportunidad de regresar a través del Rulfo más visual, de un Rulfo de violentos contrastes de luz y sombra, que se acerca a parajes solitarios, a miradas de indígenas y a cruces en los caminos, se acerca queriendo entender lo que nunca entenderemos pero que nos devolverá a Comala, nos hará retornar a lo muerto, lo desaparecido, lo olvidado. 'Nada puede durar tanto -se dice en Pedro Páramo-, no existe ningún recuerdo por intenso que sea que no se apague...'. La fotografía de la vida, como la literatura, va sólo hacia sí misma, hacia su propia esencia, que es la desaparición. Quien vaya a ver las fotos de Rulfo, sin duda volverá a Comala, volverá a vivir y a morir, a estar y también a no estar, se encontrará con Librado Arreola: 'Como no estoy es inútil que llamen'.

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