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Reportaje:

Se necesitan espías con idiomas

EE UU se enfrenta a problemas de seguridad ante la escasez de agentes bilingües, traductores e intérpretes

Para las generaciones que han crecido con la imagen de James Bond como la del perfecto agente secreto, cabe entender que su dominio de los idiomas es una cualidad necesaria para alguien que dedica su tiempo a evitar el peligro, y más aún si lo hace siempre delante de la chica. A ningún espectador le sorprende que Bond se haga pasar por ruso en Rusia: un buen espía no tiene acento cuando habla otro idioma, porque para eso le pagan.

Ahora viene la realidad: EEUU espía cada vez peor porque no entiende lo que dicen los enemigos. Tal es la escasez de traductores, intérpretes o agentes bilingües como para empezar a pensar que los idiomas están poniendo en peligro la seguridad nacional del país.

El problema del Departamento de Justicia y el Pentágono es similar al que tiene el Departamento de Estado a la hora de buscar personal para las embajadas en el extranjero: los aspirantes sólo hablan inglés.

Parece extraño aceptar la escasez de idiomas en un país tan multicultural como éste. De hecho, el problema no es la falta de candidatos con varios idiomas en su cabeza, sino los criterios estrictos que aplica el FBI para dar su visto bueno a las personas que quieren ser espías.

Por lo general, las candidatos bilingües que desean trabajar para organismos relacionados con la seguridad tienen uno de estos dos problemas: o su nivel de inglés no es lo perfecto que debería ser, o su pasado como inmigrantes -o hijo de inmigrantes- les impide superar la investigación preceptiva que hace el FBI.

Cuenta el New York Times que en 1998, cuando la CIA y el FBI investigaban el bombardeo de las embajadas de EE UU en Kenia y Tanzania, interceptaron una conversación entre los sospechosos de aquel atentado. Con esfuerzo, llegaron a identificar la lengua en la que hablaban, pero fue imposible encontrar un traductor que contara con la confianza de los organismos de investigación: no querían arriesgarse a que el traductor resultara luego ser un espía.

Hay un problema adicional que impone el signo de los tiempos: la globalización extiende el uso del inglés. Cada vez menos alumnos se esmeran en el aprendizaje de otras lenguas, y quienes lo hacen escogen prioritariamente el español, el francés o el alemán, idiomas poco usados por los enemigos convencionales. Hay dos opciones: o cambian los enemigos o los espías aprenden idiomas. Y en esto último están los encargados de la seguridad nacional en EE UU.

Con los nuevos sistemas de vigilancia e incluso con los pinchazos cibernéticos a comunicaciones por Internet, las agencias de espionaje acumulan más documentos y más grabaciones que necesitan ser traducidas. Y por gente de confianza. Tal es la escasez que incluso el Pentágono está decidido a poner en marcha una política de cuotas en el reclutamiento de soldados para abrir las filas a hijos de inmigrantes con mayor don de lenguas.

El Departamento de Defensa es el que tiene las mayores y mejores instalaciones para el aprendizaje de idiomas. Y nada de español, francés o alemán: se enseña ruso, koreano, árabe y, por razones ahora más obvias que nunca, chino.

Hay una solución provisional que ha planteado el Departamento de Justicia: la creación de un grupo de traductores de élite que esté a disposición de todas las agencias de investigación del país y todas las instituciones que necesiten traductores fiables. Richard Brecht, responsable del Centro Nacional de Lenguajes en la Universidad de Maryland, asegura en el diario neoyorquino que la inteligencia de EE UU no pudo anticipar los experimentos nucleares de India y Pakistán en 1998 porque no encontraron un traductor para la información que habían conseguido.

La mitad del personal que el Departamento de Estado emplea en el extranjero carece del nivel necesario de conocimiento del idioma del país al que va destinado. En una comparecencia sobre este problema, los senadores supieron hace poco que el FBI deja sin traducir millones de páginas y miles de horas de grabación por falta de medios lingüísticos.

Algunas consecuencias son tristes: se podría haber evitado el atentado del Word Trade Center de Nueva York en 1993 si se hubieran traducido unas conversaciones grabadas en la prisión federal en la que uno de los terroristas explicaba a otro -en árabe- cómo debía construir la bomba. Otras son embarazosas: un documento de la CIA contenía la traducción de un artículo publicado en un periódico palestino en el que se acusaba a Israel de usar armamento con uranio 'flebotomizado'. Querían decir 'empobrecido'.

Un policía ayuda a una mujer en el atentado en el World Trade Center de Nueva York en 1993.
Un policía ayuda a una mujer en el atentado en el World Trade Center de Nueva York en 1993.REUTERS

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