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Columna
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Colectiva en Uribitarte

Como hicieron antes separadamente con Zumeta y Balerdi, ahora los de la galería La Brocha han vuelto a un edificio de Uribitarte, a punto de ser derruido, para montar una exposición con 14 artistas vascos, entre los que se incluyen los dos citados.

Son catorce artistas de diferentes y múltiples tendencias. De entrada, se advierte un punto de unión entre las obras, debido a que la mayoría de ellas son de gran formato. Pero lo que destaca del conjunto es el resultado visual de la totalidad, que se alza sobre lo particular disperso y diverso. En vez de sobreponerse en la retina del espectador los esperados choques entre estilos y maneras distintas de expresarse, lo que prima es el valor del conjunto, sumamente rico y diverso, sorprendente y ameno, lúdico y profundo (contando con que lo lúdico no sea en ocasiones lo más profundo).

Sobre una veintena de visitas a la exposición, anotamos algunas impresiones, sin orden prelación. Las obras de Fito Ramírez Escudero están realizadas sobre fragmentos saltarines. Colores radiantes, bulliciosos, empujados por trazos a los que ahoga un poco el descontrol caótico. Una obra de Gonzalo Jáuregui le indica un camino que puede ser un enfelizado camino para él. Se trata de la fechada en este mismo año. Apunta formas que parecen tener vida sin que tengan raíz de objetos vivos. Se palpa el aroma del mejor y más personal del último Phillip Guston.

Tres obras de Juan Mieg son su contribución a la muestra, en la que denota un universo muy personal. Interiorización bien construida de ese universo, con su entramado de líneas quebradas, donde se entrecruzan los ritmos oblicuos. La oblicuidad como fundamento básico. Pintura del leve y sutil susurro.

Santos Iñurrieta se presenta con su pintura alegórica, divertida, mordaz, siniestra. Náufrago feliz en su isla. Colores puros con propensión a la fantasía, y con la credibilidad de conseguir lo real a través de esa fantasía. Vale decir: el deseo de hacer visible lo percibido secretamente.

El donostiarra Bonifacio, quien lleva mucho tiempo sin que su arte se exhiba por Bilbao, presenta tres obras donde se dan cita la magia del trazo y la mancha. La obra de mayor tamaño, parece un grabado hecho con óleo. Pintura formulada con tachaduras trazadas en virtud de pinceladas cargadas de sentido. Pintura sobre pintura, de un pintor de pintores.

Alfonso Gortázar firma dos obras en su parcela. Contundente e irónico en la representación del pintor-carnicero; atrabiliario, y aún más irónico, en la chabola del pintor; risible en las ataduras de las cuerditas; osado en los trazos informales, y enormemente poderoso en la gama de los verdes. No tiene secretos para él ese esencial color secundario del espectro. El quebradizo cuadro amarillo de Ortiz de Elgea destaca fuertemente en el conjunto de la muestra. Velocidad en las pinceladas, que traen recuerdos vangoghianos. Amarillos fulgurantes con pespuntes negruzcos como espadas hirientes.

De Daniel Tamayo destacamos una obra muy lograda, extrañamente no reproducida en el catálogo, siendo la mejor. Se sirve de la línea para compartimentar los planos de espacio-color. Alberto Rementería deja dos obras de 1990 con características lúdicas, tropicales, trazadas con libérrima soltura. Por su parte, Xabier Morrás aporta dos obras donde los silencios sordos y dolientes corren como vómitos horizontales hacia un tiempo sin tiempo. Ramón Zuriarrain nos descubre en dos obras una tenue antología de grises. Pintura insinuante y muy sugerente.

De Juan Luis Goenaga cabe decir que ha pintado durante dos semanas bastantes obras apoyándose en el suelo del local. Ese suelo con huellas matéricas poderosísimas quizá estaba esperando a que llegara un pintor como él. Y de Zumeta y Balerdi sólo diremos que están representados por obras, dos obras cada uno, que fueron expuestas en las ocasiones precedentes ya aludidas.

Dos sorpresas en diez años

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