El juez ordena el ingreso de Milosevic en prisión preventiva durante un mes
El ex presidente será juzgado, en el interior de Yugoslavia, por delitos económicos y abuso de poder
Milosevic había amenazado con no salir vivo de Dedinje. Su guardia pretoriana, al mando de Sinisa Vucinic, una mezcla de ultraizquierdista fascistoide que dirige un grupúsculo enrolado en la Izquierda Yugoslava (JUL) de Mira Markovic, la esposa de Milosevic, había prometido morir antes que rendirse. Los guardias populares que se congregaron durante semanas a las puertas de la residencia de Milosevic, un grupo de hasta unos quinientos pobres infelices, habían jurado que pavimentarían con sus cuerpos las calles de Dedinje para impedir la captura de su líder.
A la hora de la verdad, nada de nada. Milosevic no siguió la tradición familiar, padre, madre y tío suicidas, y desoyó los gritos que los jóvenes opuestos a su régimen coreaban ayer a 200 metros de su residencia: '¡Slobo, salva a Serbia y suicídate!'. La guardia personal de Milosevic desapareció y la policía sólo detuvo a tres, Vucinic entre ellos. De los guardias populares no quedaba ni rastro en la madrugada. Se disolvieron como un azucarillo. Los quinientos no habrían llenado ni una parcela de la plaza de la República de Belgrado, en caso de manifestación de adhesión al déspota derrotado en las urnas, derrocado en las calles y ahora encarcelado por la presunción de haber metido la mano en la lata y haber desviado fondos para toda clase de tropelías políticas y enriquecimiento personal.
Sin sangre ni héroes
Las nuevas autoridades democráticas de Belgrado pudieron respirar con alivio. La detención, tras el primer intento chapucero de la madrugada del sábado, concluyó en la de ayer domingo sin sangre, sin héroes, ni mártires, tal como había ordenado el presidente de Yugoslavia, Vojislav Kostunica.
Los dirigentes del Gobierno federal de Yugoslavia y el de Serbia podían dedicarse ya a restañar las heridas abiertas con el conflicto entre el Ejército yugoslavo y la policía serbia y barrer debajo de la alfombra la animosidad palpable entre Kostunica y el primer ministro de Serbia, Zoran Djindjic. Las declaraciones de ayer rebosaban armonía. Tan sólo 24 horas antes se habían tirado los trastos a la cabeza.
El ministro del Interior de Serbia, Dusan Mihajlovic, acusó al Ejército de haber impedido la detención de Milosevic al entregar las llaves de la residencia a su guardia personal y no a la policía encargada de detenerlo. Mihajlovic declaró ayer que Milosevic aceptó entregarse tras recibir la garantía de no ser extraditado al Tribunal Penal Internacional en La Haya, que lo acusa de crímenes contra la humanidad, cometidos en Kosovo, la provincia serbia por cuyos habitantes la OTAN entró en la primera guerra de su historia. Milosevic, cual Al Capone que fue a la cárcel por sus fraudes al fisco y no por sus crímenes en el Chicago de los años 30, afronta un proceso por un quítame allá esos millones de marcos detraídos de las cajas públicas.
Ni siquiera han logrado los acusadores imputarle alguno de la más de una docena de asesinatos, entre políticos y mafiosos, cometidos en Serbia durante los últimos años de su presidencia.
Lo importante para los Gobiernos de Belgrado, el serbio y el yugoslavo, era encerrar a Milosevic y lanzar un mensaje a la llamada comunidad internacional de que esto es un paso en el camino de colaboración con La Haya.
Belgrado intenta hacer buena letra ante Estados Unidos para asegurarse el certificado de buena conducta, que le asegure recibir 50 millones de dólares -unos 9.250 millones de pesetas- y el apoyo de Washington ante el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. La Serbia que dejó Milosevic está en la ruina. A duras penas pasó el invierno. La primavera y una posible buena cosecha podrían ser un lenitivo, pero el tejido industrial del país está arrasado por la economía desastrosa del régimen de Milosevic, los bloqueos de occidente y las bombas de la OTAN. Para salir de esto, Serbia necesita dinero de occidente y Estados Unidos había vinculado las ayudas a la colaboración con el Tribunal Penal de La Haya. Con la detención Belgrado no le ofrece a Washington la cabeza de Milosevic en bandeja de plata, pero al menos ha realizado un gesto que espera una recompensa.
Un puñado de dólares
Esto ha provocado que los seguidores de Milosevic hayan lanzado ya la consigna de que las nuevas autoridades lo han vendido 'por un puñado de dólares'. Resulta difícil borrar esta imagen. La detención de Milosevic ha coincidido en el tiempo de una forma casi palpable con el vencimiento del ultimátum de Washington.
Los aliados de Milosevic de su Partido Socialista de Serbia (SPS) declararon ayer que su líder se entregó 'para evitar un derramamiento de sangre'. No deja de ser una perversa ironía, porque se refieren al hombre que en la última década hizo correr ríos de sangre. Tal vez cuando vio que los suyos corrían peligro, su nieto de dos años incluido, Milosevic tuvo un momento de lucidez y optó por entregarse.
El Código Penal de Yugoslavia prevé para Milosevic una pena de entre 5 y 15 años de cárcel por delitos económicos y abuso de poder en el desempeño de su cargo. Milosevic se entregó en la madrugada de ayer tras largas y tensas negociaciones. El presidente de Yugoslavia, Vojislav Kostunica, había dado la orden de llevar adelante la detención sin causar 'ni héroes ni mártires'.
La solemne declaración de Kostunica el sábado por la noche, cuando declaró que nadie podía situarse por encima de la ley e ignorar la convocatoria de un juez, aunque se llame Milosevic, dejó abiertas las puertas para una nueva intervención y detener al déspota encastillado en su búnker de Dedinje. No obstante, las instrucciones de Kostunica coincidían con la intención del Gobierno de Serbia: negociar la entrega para evitar un baño de sangre. Al final, a la hora de la verdad, Milosevic incumplió su amenaza de morir antes que ir a la cárcel y se entregó pacíficamente.
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