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Columna
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Lenguaje

Una manera de medir el fracaso de las insurrecciones que pretendían cambiar el mundo consiste en aplicar al presente los alegatos que en el pasado les sirvieron de argumento. Hace casi dos mil años que Jesucristo murió en la cruz 'para salvar a los hombres', pero los hombres siguen condenados y la cruz no es más que un logotipo. 'Igualdad, libertad, fraternidad', reza el ideario de la Revolución Francesa, que a ciencia cierta debe parecer irracional a los africanos discriminados de los suburbios de París. ¿Y qué decir del 'proletarios de todos los países, uníos' que gritaban los bolcheviques camino del Palacio de Invierno? Hoy sus nietos mueren de soledad y alcoholismo en las aceras de Moscú.

En 1968, 'la imaginación al poder' fue una de las pintadas mas famosas de las revueltas callejeras del Mayo francés. Tenía su gracia y, de haberse convertido en realidad, hoy nuestros vecinos escucharían apasionantes discursos presidenciales, pero Jacques Chirac, incapaz de pronunciar tres palabras seguidas sin leer en un papel, se halla a tantos años luz de ser un hombre imaginativo como Zaplana de parecerse a Montesquieu.

En Occidente, la política se basa en un juego retórico destinado a amansar fieras e ir aguantando mientras dure el pastel. ¿Había algo de verdad en aquello de 'vamos a hacer el cambio' que se inventaron los sociatas cuando la corrupción empezó a enseñarles las orejas del lobo? No, pero funcionó una primera vez. La segunda, el 'vamos a hacer el cambio del cambio' fue ya una insolencia y una falta de educación y por eso la ciudadanía los mandó al carajo. Ahora, los del PP están en el 'España va bien', recientemente sustituido por el 'vamos a más', que en esta Comunidad pasó a ser la variante 'poder valenciano', pero lo cierto es que quienes hace unos años tenían problemas para llegar a fin de mes siguen teniéndolos ahora, lo cual indica que el lenguaje, como la aspirina, oculta los dolores, pero éstos vuelven siempre a jorobar si no se remedia la enfermedad.

De vez en cuando -la última el pasado día 19- el consejero de Bienestar Social, Rafael Blasco, se jacta en esta misma página de que su partido tiene un corazoncito social y apoya el voluntariado ciudadano y la solidaridad entre los pueblos, pero acabamos de saber que del dicho al hecho hay un trecho, porque según denuncia Julián Monleón, presidente de la coordinadora de las Organizaciones No Gubernamentales para el Desarrollo (ONGD), los fondos públicos que el Consell destina al presupuesto del 2001 para la cooperación han sufrido una merma de 1.220 millones de pesetas respecto al pasado ejercicio, lo cual supone un descenso del 46,9% (¡una estafa!, exclama Monleón). Mientras tanto, en las arcas gubernamentales hay 1.800 millones calentitos que servirán para expropiar territorio virgen y construir un aeropuerto innecesario en Castellón.

Algún día, cuando este gobierno autonómico sea historia y los problemas sociales sigan sin resolver, buscaremos en la hemeroteca los escritos de sus apologistas más destacados y comprobaremos de nuevo que el lenguaje emitido desde el poder se presta al fraude verbal. La prueba es que tanto el Sermón de la Montaña como la prédica neoliberal hablan de fraternidad, sin que por ello signifiquen lo mismo.

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