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Columna
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El síndrome de Diógenes

Juan José Millás

Esta semana vi las primeras hormigas de la temporada. Estaban en medio de la acera, alrededor de un zapato vacío que sin duda pretendían llevarse al hormiguero. Las hormigas padecen el síndrome de Diógenes: el mismo que los psicólogos atribuyen a ese señor de San Sebastián de los Reyes que guardaba 140.000 kilos de basura en su casa. En un hormiguero lo mismo encuentras botones de nácar que filtros de cigarrillos. Como tienen jornadas laborales tan duras, una vez que llenan la despensa se ponen a llenar la imaginación. Hay pocos seres tan fantásticos como las hormigas, si exceptuamos al hombre, que no tiene nada que envidiarlas. De hecho, Diógenes fue hombre. Y el señor de San Sebastián de los Reyes es un hombre de 58 años que trabajó en la Casa de la Moneda. Ha de ser raro pasarse toda la jornada laboral viendo monedas que desfilan, como las hormigas, en dirección a la oscuridad de los bolsillos.

Un bolsillo es lo más parecido a un hormiguero. En él conviven, junto a la calderilla, pedazos de kleenex, clips, billetes del autobús, o del metro, y quizá alguna pastilla para la tos, sin contar el dedal, el mechero o los restos del tabaco. Este señor de San Sebastián había convertido su casa en un bolsillo u hormiguero gigantesco, donde lo mismo podías encontrar una motocarro que un tetrabrik. Y luego había hecho un túnel entre todas esas joyas para poder acceder a la vivienda propiamente dicha.

-Es que tiene el síndrome de Diógenes -han diagnosticado enseguida los psicólogos.

Quizá sí. De hecho, el padre de Diógenes era un banquero que acuñó moneda falsa, aunque toda la moneda es falsa en cierto modo, para qué nos vamos a engañar. El joven Diógenes no llegó a trabajar en la Casa de la Moneda, pero casi, puesto que en la cocina de su hogar se fabricaba calderilla falsa: pequeñas hormigas de metal que buscaban el bolsillo de la gente, etcétera. Y él fue cómplice de aquella impostura de la que, como buen cínico, se jactaría el resto de su vida. Viendo lo fácil que era fabricar el dinero, Diógenes despreció las riquezas, los honores, incluso los deseos. Se convirtió en un avaro inverso, por decirlo así, cuya habitación era un tonel. Predicaba la desacumulación de capital hasta el punto de que un día, viendo beber a alguien con las manos, se desprendió de su escudilla, que empezaba a resultar una posesión incómoda. Es sabido que odiaba a la humanidad y que buscaba por las calles de Atenas, armado de una linterna, un hombre que jamás encontró.

No sabemos si con los medios actuales lo habría encontrado. Ahora te hacen una radiografía de muñeca y no sólo saben si eres hombre o mujer, sino los años que tienes con una precisión estremecedora.

El otro día pescaron prostituyéndose en la Casa de Campo a una niña kosovar que al ser sorprendida dijo que tenía 18 años. Los policías la llevaron ante el juez de guardia, que ordenó a su vez que se le practicase una radiografía de muñeca y resultó que no tenía 18, sino 16, vaya por Dios. La pequeña kosovar fue trasladada a un centro de acogida, donde se dio una ducha, se comió un bocadillo y se marchó. Al día siguiente estaba prostituyéndose otra vez, pero ahora, gracias a la radiografía, sabíamos que tenía 16 años.

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No sabemos qué habría dicho Diógenes de estos adelantos. Ni siquiera sabemos si Diógenes tenía el síndrome de Diógenes. Puede que no. Tampoco Cervantes es premio Cervantes. Al señor de San Sebastián de los Reyes, sin embargo, le han dado los psicólogos el premio Síndrome de Diógenes por haber acumulado en su casa 140.000 kilos de riqueza inversa.

Hay, pues, algo más meritorio que no tener nada: estar lleno de cosas que no sirven para nada. Ciento cuarenta toneladas de objetos inútiles justifican un premio psicológico de esa categoría. Ahora tendríamos que encontrar el modo de premiar también a la Comunidad de Madrid por acumular radiografías de muñecas a las que ni el Defensor del Menor ni la señora Tardón acaban de encontrar una salida práctica.

Queda justificada, pues, mi admiración por esas primeras hormigas que estudiaban, en medio de la acera, el modo de trasladar un zapato vacío al hormiguero. Las habría ayudado de buena gana de no ser porque yo mismo había salido a realizar unas gestiones en el Ayuntamiento y llevaba las manos llenas de unos papeles inútiles con los que ya he llenado dos armarios en menos de cinco años.

A ver cuándo me tienen en cuenta para el premio Diógenes. Gracias.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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