Soldadito semiespañol
El Ministerio de Defensa prepara una ley que permita el acceso de extranjeros al Ejército. La medida hubiera parecido increíble hace algunos años, cuando se inició el debate sobre la sustitución del tradicional reclutamiento forzoso por la profesionalización de la tropa. El debate teórico -Fuerzas Armadas como expresión de la soberanía nacional, participación de los ciudadanos frente a riesgos de pretorianismo, etcétera- quedó diluido ante la evidencia de que los jóvenes se negaban a hacer la mili. Se trataba de una tendencia imparable, compartida por otros países.
Sin embargo, el proceso ha estado presidido por una cierta improvisación. No se calcularon los riesgos de iniciarlo en un momento de retroceso demográfico y crecimiento económico, y tampoco los de anunciar la medida con años de antelación. El resultado es que no hay voluntarios suficientes. De ahí la propuesta, ya ensayada en otros países, de abrir las puertas del Ejército a los extranjeros. El argumento es que, del mismo modo que en la agricultura y determinados servicios los inmigrantes cubren los puestos de trabajo que no quieren los nacionales, también podrán cubrir los huecos en ese servicio público especial que es la defensa.
Sin embargo, es cierto que resulta chocante la idea de unos soldados que se comprometan a defender una Constitución y unas libertades de las que ellos mismos no disfrutan en tanto no alcancen la nacionalización. Desde el ministerio se ha argumentado que el objetivo no es tanto completar el contingente como crear una vía de integración de los inmigrantes. Suena algo hipócrita y, en todo caso, resulta contradictorio con la cautela, o desconfianza, con que el borrador de proyecto plantea el asunto: cupo anual restringido, acceso limitado a algunas unidades (especialmente la Legión) con un máximo de extranjeros en cada una de ellas, permanencia no superior a seis años si no se obtiene la nacionalidad, la cual no está garantizada. El borrador de la Dirección General de Reclutamiento propone limitar el acceso a los inmigrantes hispanoamericanos, por razones de lengua y cultura, pero el ministro se ha visto forzado a admitir que también podrían alistarse los ciudadanos de otros países de la Unión Europea. Tal vez se trate de ensayar la iniciativa a escala reducida antes de ir más lejos. Porque hoy resulta evidente la dificultad de hacer predicciones sobre la evolución del mercado laboral y también sobre la inmigración. ¿Quién hubiera previsto hace una década, cuando Adolfo Suárez planteó la utopía del fin de la mili, que hoy estaríamos discutiendo del contingente de extranjeros a integrar en la Infantería de Marina española?
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