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LA CRÓNICA
Columna
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Un refugio en Salt

Latente todavía el eco de la inquietante discusión que políticos y escribidores hemos mantenido estos pasados días sobre los nuevos inmigrantes, se produce en Girona una modesta aunque ilusionante celebración: los 25 años del nacimiento de la Escola d'Adults de Salt. Es ésta una de tantas anónimas instituciones que, entre mil dificultades, brotan en nuestros áridos territorios urbanos para rescatar la dignidad de los débiles y los humillados y para fomentar su esperanza (no con bellas palabras escritas en volátiles periódicos, no con piadosa caridad momentánea, sino enseñándoles a pescar, como afirma un tópico fácil de vender aunque difícilísimo de aplicar). Capitaneados por Sebas Parra, los profesores de esta escuela son muy raros: no hay manera de verles desanimados o claudicantes. Acogen desde hace años a los alumnos más difíciles y, sin embargo, no pierden ni el humor ni el entusiasmo. Ahora disfrutan del moderno y bien equipado edificio de Les Bernardes, pero durante estos 25 años las han pasado canutas: peregrinando de local en local, entre la indiferencia o la hostilidad de la Administración, cobijados durante años en los locales de una cooperativa (Delta) y, finalmente, acogidos por la Administración. A pesar de estas agotadoras batallas, han conservado una virtud que antes se consideraba imprescindible: la pasión de enseñar. La vacuna de la vocación les inmuniza contra el virus depresivo que diezma a enseñantes de toda clase y condición.

Escuela de adultos de Salt, dirigida por un equipo lleno de ánimo. Clase de lengua: los verbos 'ser' y 'estar' crean perplejidad...

El secreto del entusiasmo de Sebas Parra está en su biografía. Le conocí antes de la muerte de Franco, en los despoblados círculos antifranquistas de Girona. Manchego, recién llegado de Socuéllamos, se ganaba la vida vendiendo fotocopiadoras. Su sueño más preciado era ser maestro de escuela. Un sueño que a muchos sale barato, pero que a él, que estudió nocturno como hacen ahora sus alumnos, le robó bastantes horas de cama. Todas las batallas, entonces, eran la misma batalla: la democracia, el Estatut, la enseñanza de adultos, la independencia de Salt, la enseñanza del catalán... En todas estas tricheras estuvo. Formó parte del núcleo fundador del PSC y llegó a colaborar con Quim Nadal, pero ahora es uno de esos críticos feroces que, con el corazón en Nicaragua, consiguen congelar las frívolas sonrisas que resuenan en las fiestas de disfraces de nuestra moderación. Inflexible en su batalla a favor de los pobres de aquí y de allí, es uno de los tipos más entrañablemente combativos que conozco: sentimental, amabilísimo y tierno como el pan, puede ser terco, indomable y duro como el hierro. Junto con Joan Colomer, veterano también de mil batallas, y con todo el grupo fundacional, Sebas ha desarrollado un discurso docente que choca contra las rocas tecnocráticas de la pedagogía actual. Estos raros maestros creen que hay que educar para la esperanza, creen que los sueños no son menos útiles que la formación técnica y científica, creen que la función principal del pedagogo es ayudar a quitar el velo que cubre la realidad y creen que sólo está en condiciones de enseñar el que está dispuesto a aprender de sus alumnos.

No es casual que la educación de adultos naciera aquí, en Salt, una populosa ciudad de aluvión que empieza donde la Girona rica, gótica y turística pierde su nombre. Aquí llegaron hacia los setenta los andaluces y extremeños, bastantes de los cuales procedían de barracas y albergues. A fines de los ochenta llegaron los subsaharianos. Los magrebíes están llegando a tropel. También llegaron catalanes de origen para mezclarse con hortelanos y obreros autóctonos no menos humildes. Ya antes de la guerra civil, Salt tenía un marcado acento proletario que convivía con un no menos contundente acento rústico. Las huertas y las fábricas textiles han sido alimentadas desde antiguo por la vieja acequia Monar, que, procedente del Ter, se convierte en la espina dorsal de la población. Girona, que está en pleno delirio moderno, sepulta los últimos tramos de la acequia. En Salt, en cambio, la conservan como un regalo. La acequia ha permitido salvar un territorio dulce y doméstico: las Deveses del Ter. Huertos y bosques espontáneos de ribera se han transformado en un parque que protege la espalda de una población preñada de problemas. En la angosta densidad de Salt se masca la dureza de la vida. A pesar del enorme esfuerzo de los ayuntamientos democráticos, las calles son estrechas y las gentes se comprimen. El abigarrado colorido racial es visualmente encantador, pero va a requerir mucha ayuda. Vecina del agua y del bosque, la escuela de adultos está situada frente a las Deveses. Si el bosque se ha convertido en parque, la escuela se ha convertido en ágora y refugio. Y se ofrece a los que, viejos o nuevos, necesitan aprender a pescar. He ahí el eslogan con que celebran estos 25 años: 'Se trata de transformar las dificultades en posibilidades'.

Me colé el otro día en una de sus aulas. Era la clase de español y la lección no era nada fácil: los verbos ser y estar. El profesor repasaba los ejercicios. 'La mujer está alegre', 'los niños son traviesos'. De repente, un ingenua frase despertó a los más dormidos: 'María está morena: ha pasado unos días en la playa'. ¿Está o es? Ahí te quiero ver. La frase siguiente no estaba menos cargada: 'Estoy negro, llevo dos noches sin dormir'. 'Soy negro', sugirió un zumbón, 'llevo meses sin papeles'. Olvidaron la gramática y en diversas lenguas se produjo una sensacional tertulia sobre integración, identidad y política internacional. Inició la discusión un chico marroquí de Nador. Y la empezó citando -lo juro- al filósofo Spinoza. La cerró, en delicioso francés, un joven guineano conferenciando sobre política africana: de Gaddafi a los dictadores africanos, de Naser a Sadat. Son inmigrantes y pobres. Puede que no tengan papeles, pero están cargados de sorpresas.

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