El SAS ha realizado 13 operaciones de cambio de sexo en un año de trabajo
152 pacientes siguen ahora el tratamiento previo a su intervención
Cada semana, la Unidad de Trastornos de Identidad de Género del Hospital Carlos Haya -el único de la sanidad pública española que da cobertura integral a los transexuales mediante atención hormonal, psicológica y quirúrgica- recibe dos o tres nuevos pacientes; un goteo que ha llevado a las autoridades sanitarias andaluzas a disponer que ya no se admitan más solicitudes de fuera de la comunidad.
En la actualidad, de los 152 pacientes en tratamiento, 25 (el 15%) son de otras autonomías. Debido a que el Servicio Andaluz de Salud (SAS) es el único sistema público de España que asume la prestación, algunos enfermos de fuera de Andalucía a los que se ha denegado su petición han optado por empadronarse en la comunidad.
Pero al margen de los que todavía se consideran prisioneros de un cuerpo equivocado, ya hay 13 pacientes que han logrado un sexo acorde con su mente y sus sentimientos. Doce operaciones han sido de hombre a mujer y una, a la inversa. Esta proporción de doce a uno contrasta con la de la etapa previa al quirófano, donde hay un centenar de enfermos que esperan una genitoplastia feminizante (hombre a mujer) y 50 una genitoplastia masculinizante (mujer a hombre).
Datos que suponen que en la fase prequirúrgica, la relación es casi de dos a uno. Para los médicos, este salto se debe a que hay más transexuales del primer grupo, que éstos ya llevaban en algunos casos años de tratamiento y que hasta el momento la cirugía feminizante obtiene mejores resultados.
Para los miembros del equipo -Isabel Esteva, endocrinóloga; Trinidad Bergero, psicóloga; y Francisco Giraldo, cirujano plástico- hay dos claves de las que depende el éxito de un cambio de sexo: el diagnóstico certero y el apoyo familiar. De hecho, casi el 15% de los pacientes que demandan tratamiento no son transexuales, sino que padecen otros trastornos de identidad sexual.
Apoyo emocional
El respaldo de los más allegados al paciente es el otro pilar. Bergero lo explica sintéticamente: 'Un buen apoyo familiar es un buen predictor de calidad de vida postquirúrgica'. La experiencia de los profesionales malagueños indica que aquellos enfermos rechazados por su entorno presentan mayores índices de depresión, riesgo de suicidio y consumo de estupefacientes. 'Es una patología que se frivoliza, pero pocos pacientes tienen un nivel de sufrimiento tan enorme como éstos. La razón es que se trata de un problema estructural, porque la identidad sexual de una persona es la trama en la que se sustenta como individuo'.
La experiencia de la unidad malagueña es exitosa, ya que casi no se han presentado complicaciones quirúrgicas y los pacientes muestran una mejoría notable tanto en su estado de ánimo como en el disfrute de su sexualidad. Pero con la intervención no termina el tratamiento. El seguimiento hormonal y psicológico debe ser de por vida.
En primer lugar, porque aunque el paciente logre el aspecto físico deseado, carece de los órganos internos, de modo que no produce las hormonas necesarias, que deben ser administradas mediante la correspondiente medicación. La terapia psicológica no es menos importante. Por un lado, para que los enfermos se adapten a sus nuevos genitales -'muy anhelados, pero que nunca se han experimentado como propios', aclara la psicóloga-, y por otro para que incorporen estrategias de comportamiento frente a una sociedad que suele ser bastante hostil con los transexuales.
En esta línea, el equipo reivindica que el cambio de nombre en el carné de identidad sea automático y no como ahora, que se consigue tras un pleito judicial que dura casi un año, ya que estos vericuetos burocráticos perjudican la recuperación psicológica del paciente.
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