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Reportaje:CRÓNICA EN VERDE

El reino del agua

La primavera será excepcional en las casi 80.000 hectáreas que ocupan los humedales

El caprichoso clima mediterráneo, en el que se alternan periodos de sequía con temporadas en las que la lluvia es abundante, ha querido que este invierno sea uno de los más húmedos de los últimos años. Los embalses han acumulado suficientes recursos como para alejar el fantasma de las restricciones, y aunque las intensas precipitaciones han disparado la erosión en algunas comarcas, la materia orgánica, que en grandes cantidades están conduciendo los ríos, servirá para fertilizar zonas de estuario y plataformas litorales, sometidas a una abusiva presión pesquera.

La contaminación se ha diluido en la mayoría de los cauces, favoreciendo el desarrollo de la fauna piscícola e, indirectamente, el de algunas otras especies amenazadas que dependen de esta fuente alimenticia, como las nutrias. Pero los beneficios de las generosas lluvias se hacen sobre todo evidentes en lagunas, marismas y otras zonas húmedas.

Según el Inventario Nacional de Lagos y Humedales de España, realizado por el Ministerio de Medio Ambiente para documentar el Plan Hidrológico Nacional, Andalucía reúne 309 masas de agua, no desecadas, poco profundas y de un tamaño superior a 0,5 hectáreas. En conjunto suman algo más de 78.000 hectáreas, siendo Doñana, con unas 50.000 hectáreas, el territorio que más superficie aporta a este inventario. Si se excluye este extenso espacio protegido, el resto de humedales se reparten, en su gran mayoría, entre las provincias de Huelva (53 %), Cádiz (34 %), Almería (6 %) y Málaga (6 %).

A pesar de estar considerada una región árida, el 56 % de la superficie que en España ocupan las áreas inundables se encuentra en Andalucía. Aún más valiosa que su extensión es la variedad de estos ecosistemas, única en todo el continente. En una sola comunidad se encuentran lagunas hipersalinas, como la de Fuente de Piedra (Málaga); ramblas mediterráneas, como las que abundan en el litoral almeriense; humedales de alta montaña, localizados en el macizo de Sierra Nevada, o extensas marismas, de influencia atlántica, como las de la Bahía de Cádiz o el Odiel (Huelva).

Estos paisajes del agua, como los denominan algunos ecólogos, sirven para amplificar la biodiversidad, para multiplicar la variedad y riqueza de especies animales y vegetales. Por eso, la modesta extensión superficial de muchos de estos enclaves no les resta importancia. Por ejemplo, las tres lagunas de Espera (Cádiz), que apenas ocupan un total de 30 hectáreas, sirven de refugio, o zona de cría, a cuatro de las quince especies de aves que en España están catalogadas en peligro de extinción: focha cornuda, malvasía, cerceta pardilla y porrón pardo. Y en lo que se refiere a las plantas acuáticas, más de la mitad de todas las que se han descrito hasta la fecha en nuestro país se encuentran representadas en los humedales andaluces.

Precisamente por su reducido tamaño, que los hace muy vulnerables a las perturbaciones, y por que constituyen una rareza dentro del conjunto territorial andaluz (apenas representan un 1 % de la superficie regional), la práctica totalidad de estos humedales se encuentran protegidos. Algunos de ellos han sido incluidos, además, en el listado de espacios que tutela la Convención de Ramsar, el único tratado internacional que se ocupa de la conservación específica de un determinado tipo de ecosistemas. La Albufera de Adra (Almería), Doñana (Huelva-Sevilla), los embalses de Cordobilla y Malpasillo (Córdoba), la laguna de Fuente de Piedra, las lagunas de Cádiz, las lagunas del Sur de Córdoba, las marismas del Odiel y las salinas del Cabo de Gata (Almería) se incluyen en el listado que ampara a más de mil humedales en todo el mundo, y la contribución andaluza, la más importante a escala nacional, se incrementará el próximo año, cuando la Junta de Andalucía proponga la incorporación del Brazo del Este (Sevilla), la Bahía de Cádiz y el entorno de Doñana.

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Todos estos factores han hecho que la Consejería de Medio Ambiente elabore un Plan Andaluz de Humedales, cuyas líneas maestras se presentaron a comienzos de este mes. En definitiva se trata de coordinar diferentes acciones para incrementar el grado de conocimiento que se tiene sobre estos ecosistemas y mejorar así su protección.

Comentarios y sugerencias a propósito de Crónica en verde pueden remitirse al e-mail: sandoval@arrakis.es

Laguna de Fuente de Piedra.
Laguna de Fuente de Piedra.RAFAEL MARCHANTE

Desprecio histórico

'Es un hecho demostrado por la experiencia de los siglos que todo terreno pantanoso es perjudicial para la salud (...) haciéndose extender su perniciosa influencia no solamente a los habitantes de la comarca que arrastran una vida miserable, sucumbiendo algunos de un modo casi fulminante bajo el influjo de las llamadas fiebres pútridas'. El párrafo, tomado literalmente del proyecto de desecación del Lago Almonte (lo que hoy son las marismas de Almonte e Hinojos, en Huelva), redactado en 1866, resume a la perfección el valor que se le daba a las zonas húmedas andaluzas a finales del siglo XIX. No se trataba sólo de ganar tierras de cultivo sino de acabar con una amenaza para la vida humana: 'Para el que en la localidad nace, la vida suele ser raquítica, corta, más bien un continuo sufrimiento'. Se llegó incluso a incentivar la destrucción de los humedales mediante disposiciones como la Ley de desecación y saneamiento de lagunas, marismas y terrenos pantanosos de 1918, a cuyo amparo desaparecieron y se privatizaron masas de agua temporales. Ya a mediados del siglo XX, en la década de los cincuenta y sesenta, controlado el paludismo y otras enfermedades cuya propagación se vio favorecida por la existencia de estos ecosistemas, se siguieron destruyendo humedales, aunque ahora eran víctimas del desarrollismo brutal, ávido de nuevas zonas aprovechables para la agricultura. En esta oleada sucumbió la mayor laguna de Andalucía y una de las más importantes de España, la de la Janda, en Cádiz. Ocupaba una posición privilegiada, en las cercanías del Estrecho de Gibraltar, por lo que era lugar de paso e invernada de aves migratorias. La laguna de la Janda llegó a cubrir una extensión de unos 40 kilómetros de largo por seis de ancho, y su silueta aún es perceptible en las imágenes por satélite.

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