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Columna
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Sexo y universidad

Cada día se escuchan noticias más alarmantes sobre la universidad. La moda de aquí apunta ahora hacia la ley de los consejos sociales universitarios, que los políticos entienden como algo necesario para controlar su desarrollo, mientras que los académicos la viven como un ataque a su autonomía. Pero también se habla de manipulación de tribunales para seleccionar profesorado o de modificar los ciclos de inicio de curso y de convocatorias de exámenes. Se mire por donde se mire, aparece un panorama anómalo, con alteración de las viejas normas y, en definitiva, un aumento de relaciones institucionales profundamente infecundas.

La autonomía económica y social entendida como endogamia, las relaciones incestuosas entre tribunales y candidatos, o la alteración de los ciclos académicos para la producción de nuevos descendientes licenciados, todo apunta hacia una institución universitaria que altera las reglas de juego al mismo tiempo que el sexo cambia su función en la sociedad actual.

No tiene nada de nuevo afirmar que las relaciones sexuales están trivializadas en los últimos tiempos, carecen de especial importancia, al igual que ocurre con las relaciones académicas entre profesores y alumnos. El sexo se aleja a pasos agigantados de su inicial función reproductora, con la pérdida inevitable de su carácter hereditario y sin la pretensión de acumular bienes para repartir entre los descendientes, renunciando así a construir familias socialmente dominantes, además del conocido efecto de envejecimiento de la población.

La educación y el conocimiento, especialmente el académico, tampoco aspiran ya a crear escuela y a tener discípulos que intenten dominar la escena intelectual. El conocimiento acumulativo está puesto en entredicho y las grandes teorías pertenecen al pasado, como ocurre con las familias numerosas. El conocimiento, como la población, envejece a toda velocidad y lo único que heredamos es el pensamiento clásico.

Es evidente que sexo y universidad se columpian en nuestros tiempos cogidos de la mano. Cada día es más difícil reducir el sexo a una mera actividad genital, como tampoco se puede limitar actualmente la enseñanza y el conocimiento a las instituciones educativas. El sexo pierde su carácter reproductivo y se convierte en diversión, en un servicio más de nuestra sociedad para atender y para ayudar a la realización del otro. La universidad tampoco produce ya conocimientos, ni siquiera profesionales, ni acreditaciones socialmente válidas. Es una actividad recreativa, un servicio para nostálgicos del conocimiento, para consumidores de cultura y de relaciones personales, a través de congresos, comunicaciones y publicaciones colectivas.

Tengo que reconocer que me costó trabajo entenderlo, pero todo llega. Las investigaciones recientes muestran un aumento de relaciones endogámicas, de diversos tipos de transgresiones incestuosas, de mayores tasas de acoso generalizado, en parte como consecuencia de unas relaciones sexuales más superficiales y sin consecuencias. La universidad, la enseñanza, el conocimiento y las relaciones académicas muestran características análogas, pero es un producto de los tiempos y no de la incompetencia de legisladores y autoridades académicas. Mis disculpas.

jseoane@netaserv.com

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