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LA SITUACIÓN EN EL PAÍS VASCO
Columna
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Dislate final

Una de las pocas cosas que sacan de quicio a Juan José Ibarretxe es la observación de que no ha sido 'lehendakari de todos los vascos'. Se resiste a aceptar que en sus dos años y cuarto de controvertido mandato ha tenido gestos y omisiones que han dejado huérfana de protección y consuelo a una parte de la sociedad vasca, y, en cualquier caso, que el desamparo es una sensación subjetiva de quien lo padece que no se disipa por la simple afirmación en contrario de quien debe dar seguridad. Es posible que la disociada relación que el político Ibarretxe mantiene con su cargo (ha llevado al límite la tradición de sus antecesores de referirse a sí mismo como 'el lehendakari', en tercera persona) implique una cierta limitación para percibir cuándo se desliza en el resbaladizo terreno del interés partidista. Pero caben muy pocas dudas de que el acto celebrado ayer en Ajuria Enea entra en esa categoría e incrementa la confusión, ya arraigada en Euskadi, entre lo institucional y lo partidario.

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PNV y EA presentan a Ibarretxe en Ajuria Enea su programa electoral

El cruce de planos producido resulta digno de un vodevil: los líderes y portavoces parlamentarios del PNV y EA, en la sede de la Presidencia del Gobierno vasco, presentan el acuerdo de coalición suscrito para intentar conservar dicha presidencia al candidato a lehendakari de ambos partidos, que resulta ser la misma persona que es ahora presidente del Ejecutivo autónomo y que hasta el próximo lunes no convocará las elecciones del 13 de mayo, aunque ya anunció su celebración hace casi un mes. Resulta, además, que el lehendakari-aspirante a lehendakari conoce perfectamente el contenido de dicho acuerdo de coalición, ya que estuvo presente en la Asamblea Nacional del PNV que, el pasado 4 de marzo, dio el visto bueno al pacto y le señaló como cabeza de cartel por la vía de urgencia, eximiéndole del complejo proceso de elección exigido al resto de los candidatos de su partido. Con todo, aún sería peor la otra hipótesis: que el designado candidato a lehendakari ignorara las tripas del programa con el que debería gobernar si obtiene la mayoría suficiente; algo que pudo ocurrir con la letra pequeña del acuerdo secreto de julio de 1998 del PNV y EA con ETA.

Las protestas de la oposición por la utilización de una sede institucional como marco para una fotografía electoral quedarían en una queja de oficio -de esas que caducan cuando el que se lamenta alcanza el poder-, si este acto no fuera el último de un rosario de ellos iniciado en septiembre. Fue entonces cuando Ibarretxe se rindió a la evidencia de que no podía seguir gobernando en contra de la mayoría del Parlamento vasco y, en lugar de convocar comicios autonómicos inmediatamente, desplegó un amplio plan de proclamas e iniciativas públicas para sostener su nueva candidatura y el discurso que va a llevar a las elecciones. Todo ello desde Ajuria Enea, pagado con los presupuestos públicos y envuelto en celofán benéfico-institucional, mientras se reprochaba a las fuerzas no nacionalistas de actuar movidos por 'intereses partidistas'.

Habrá que esperar que el de ayer sea el último dislate de una legislatura desafortunada, cuyo penoso final ha tenido bastante que ver con su error de principio: vincular la gobernación del País Vasco y la estabilidad de sus instituciones a la apuesta ideológica por la construcción nacionalista que el PNV y EA hicieron en Lizarra.

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