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París reconstruye un siglo después la antológica que marcó la consagración de Auguste Rodin

El Museo de Luxemburgo reúne las obras que el artista montó frente a la Exposición de 1900

Los 80.000 francos que costó la operación de alquiler y construcción los abonó, en una cuarta parte, el propio Rodin, y el resto corrió a cargo de tres banqueros, uno de ellos el coleccionista Albert Kahn. Era una apuesta arriesgada, pero Rodin sabía lo que se hacía. Por primera vez iba a poder mostrar toda su trayectoria, desde El hombre con la nariz rota (1864) hasta el Balzac (1898) que había sido rechazado por el cliente sólo dos años antes -'se diría que lo ha esculpido usted a patadas', le dijeron para justificar la negativa a aceptar la escultura-, pasando por El beso, su Pensador, sus Burgueses de Calais, La edad de bronce o su proyecto para la puerta del infierno, uno de los numerosos encargos que tuvo de escultura destinada a espacios públicos. Rodin se convierte en la referencia mundial para todos los escultores. El vanguardista acaba de fabricarse su academia y él es el número uno de la nueva institución.

Cien años más tarde, París evoca ese gran momento. Y de nuevo las obras aparecen instaladas sobre columnas o pedestales especialmente pensados por Rodin, que quiso deslumbrar a los visitantes a base de mucha luz, de la blancura inmaculada de la gran mayoría de yesos y la vitalidad de sus formas.

Hace 100 años, Rodin resultaba escandaloso. Sus cuerpos no eran naturalezas muertas, sino musculaturas poderosas que sufrían y deseaban. El escritor Octave Maus decía que, al entrar, había tenido el sentimiento de irrumpir en 'una Sodoma en plena exaltación, golpeada por la cólera divina en medio de una saturnal'. Otros compararían el despliegue de figuras desnudas con 'la colección que hubiese podido imaginar el marqués de Sade para su disfrute'. Le habían criticado también por haber esculpido a Victor Hugo desnudo cuando le encargaron que inmortalizara su figura con destino al Panteón. 'A un dios no se le puede vestir con una levita', respondió Rodin.

Sensualidad

La sensualidad rodiniana es evidente y moderna, sus personajes son exuberantes; no en vano, el escultor cambió su manera de concebir la figura tras viajar a Roma y ver y tocar el universo de Miguel Ángel. Y hoy, al mismo tiempo que París le recuerda, Roma también lo hace, en la Academia de Francia, exponiendo parte de su obra a la luz de la influencia de los grandes autores que pudo ver en la capital italiana.

Veinte años antes, Rodin ya se había topado con problemas derivados de la verosimilitud de los deseos de sus figuras. La edad de bronce fue desautorizada por algunos críticos de la época porque creyeron que Rodin había sacado el molde de sus figuras directamente de sus modelos humanos. Lo paradójico es que Rodin, a diferencia de sus contemporáneos, pedía a sus modelos que no se estuvieran quietos, sino que andaran por su taller, que adoptaran distintas posturas. El procedimiento, su relación con el modelo, fue cambiando a lo largo de los años, como lo prueba que el Balzac lo hiciera a partir de fotografías, pinturas, testimonios orales y, lo que es más importante, de viajar a Bruselas para poder leer los manuscritos del autor.

Vistas hoy las obras del artista parisiense, no sorprenden ya por su descaro y potencia, sino por su carácter inacabado, por su relación con la piedra de la que surgen. A La meditación le falta un brazo y una rodilla. Rodin lo explicaba así: 'En arte hay que saber sacrificar'. Y él estaba empeñado en un trabajo de eliminación de lo superfluo. Aceptaba, además, la irrupción del azar. En 1881 tuvo que interrumpir Eva porque el embarazo de la modelo se había hecho demasiado evidente y las formas de su cuerpo cambiaban día a día. En 1899, Rodin comprende que, en realidad, la obra interrumpida era una obra acabada. También sorprende su capacidad para reutilizar figuras, cómo las adapta a un nuevo contexto.

La exposición de este hombre desmesurado que fue Rodin, capaz de toda la generosidad del mundo al mismo tiempo que se comportaba de manera rastrera con sus hijos o amantes, sólo es posible en París porque el Estado francés fue el gran beneficiario de su herencia. Su legado incluye más de 7.000 fotografías. El escultor parecía adivinar hasta qué punto la supervivencia de su popularidad iba a depender tanto de la capacidad de su obra para desafiar al tiempo como de su talento para dejar otro tipo de rastros. La imagen fotográfica se lo permite, nos acerca al personaje, a sus amores, a sus gestos de genio, de hombre que posa para la eternidad, que mantiene una relación moderna con su imagen, perfectamente capaz de mirarla desde fuera, de adaptarla a lo que él estimaba conveniente.

Aspecto de la exposición de Auguste Rodin en el Museo de Luxemburgo, con la escultura <b></b><i>Eva </i>en el centro.
Detalle de <b></b><i>Eva</i>.
Aspecto de la exposición de Auguste Rodin en el Museo de Luxemburgo, con la escultura Eva en el centro. Detalle de Eva.JORGE SCLAR
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