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LOS PROBLEMAS DE LOS INMIGRANTES
Columna
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Maketos merodeando por el baile

Ha dicho el delegado del Gobierno para la Inmigración que sería conveniente que los llegados compartieran, además de la lengua, la religión: porque favorecería su integración. La apreciación es razonable y no debería equipararse a otros pronunciamientos de neto sabor xenófobo. Hace un siglo, fue precisamente el hecho de que la primera generación de inmigrantes llegados a Euskadi compartiera con (la mayoría de) los nativos lengua, cultura y religión lo que exacerbó el rechazo por parte de los nacionalistas, cuyo temor era justamente la integración. La inmigración, escribió Sabino Arana en 1897, sería inofensiva 'si el español no fuera recibido aquí como conciudadano y hermano sino como extranjero' [porque] 'como extranjeros estarían siempre aislados de los naturales en aquella clase de relaciones sociales que más influyen en la transmisión del carácter moral, cuales son el culto, la enseñanza, las costumbres y la amistad y trato'.

Lo primero el culto, para disimular, pero lo más importante era la amistad y trato. Por ejemplo, en el baile. En las fiestas de San Pedro de ese mismo año, en la villa de Bergara, un jesuita apellidado Ibarguren se flageló públicamente en reparación por el pecado de los vecinos que habían ofendido a Dios bailando agarrao. Comentando la noticia, Sabino Arana escribió, en un artículo titulado Efectos de la invasión, que 'al norte de Marruecos hay un pueblo cuyos bailes peculiares son indecentes hasta la fetidez', y al norte de ese pueblo 'otro cuyas danzas nacionales son honestas y decorosas hasta la perfección'. La conclusión era que había que prohibir 'el bailar al uso maketo, como es el bailar asquerosamente abrazado a la pareja'.

La literatura nacionalista está llena de referencias al baile en pareja como uno de los efectos más perniciosos del contacto con los españoles. 'Presenciad un baile español y si no os causa náuseas el liviano, asqueroso y cínico abrazo de los dos sexos, queda acreditada la robustez de vuestro estómago', había advertido Arana a los suyos un mes antes de fundar el PNV. En 1909, los socios del batzoki (sede social nacionalista) de Sestao aprobaron por unanimidad una norma por la que se expulsaría 'a todo socio del que se tenga noticia de haber bailado el agarrao'.

En los estudios sobre los orígenes del nacionalismo vasco se ha destacado la evidente influencia de los flujos migratorios, pero quizá no suficientemente el elemento sexual: los inmigrantes eran en su mayoría hombres, y hombres jóvenes. Hay indicios de que la competencia por las mujeres fue un factor decisivo en los sentimientos de temor y hostilidad al maketo en que germinaría el primer nacionalismo.

Los fantasmas de la generación de Arana no son muy diferentes a los de la población nativa masculina de El Ejido en la actualidad. El sociólogo Julio Carabaña ha hablado, a propósito de la situación creada en esa localidad, de 'machos merodeadores'. El brusco aumento del número de varones en un espacio reducido es vivido por los naturales como una amenaza. Lo que determina la dificultad de asimilación no es tanto la distancia cultural, aunque también, sino el número. Los forasteros merodean en grupo por los espacios públicos -la plaza, discotecas, bares- en busca de mujeres; pero sólo hay una mujer por cada tres o cuatro hombres, y ése es el verdadero origen del conflicto.

En un escrito de 1924, 'El origen deportivo del Estado', Ortega considera que en el nacimiento de la organización social -la autoridad, la división de tareas, la ley- está la inclinación de los varones jóvenes a secuestrar mujeres de otras tribus, y la correlativa de evitar el robo de las de la propia. Según Ortega, la primera sociedad humana propiamente tal es la de esas fratrías de hombres jóvenes en busca de mujeres extrañas al grupo consanguíneo. Esas hermandades organizadas para la guerra y la fiesta, y sometidas a ritos estrictos, fueron, dice Ortega, 'el primer cuartel y el primer convento'.

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Entre el convento y el cuartel, el nacionalismo actual se enfrenta a una situación inédita: la nueva oleada migratoria no estará ya formada por católicos habitantes de ese pueblo situado al norte de Marruecos, sino por mahometanos marroquíes; a no ser que, como recomienda Enrique Fernández-Miranda, se estimule la llegada de latinoamericanos.

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