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Vargas Llosa y la salvación de Cataluña

Leo el artículo que Mario Vargas Llosa ha publicado en estas mismas páginas sobre la situación de Cataluña y, aunque comparto bastantes cosas de su análisis, me queda un regusto amargo o, más exactamente, una inquietud de fondo ante la solución que preconiza en el título y en el párrafo final del texto: hay que salvar a Cataluña.

Nunca me han gustado los salvadores de patrias, sean del lado que sean, ni tampoco me han gustado las patrias a secas. En nombre de éstas -y más todavía en nombre de sus pretendidos salvadores- se han cometido tantas barbaridades y se han exaltado las trayectorias de tantos tiranos que en cuanto me hablan de salvadores y de patriotas se me encoge el alma.En nuestro país sabemos demasiado de esto.

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La tesis de Vargas Llosa es que el nacionalismo catalán nos lleva a la catástrofe y por esto hay que derrotarlo. Pues bien, tampoco me gusta que una sola palabra -'nacionalismo' en este caso- abarque el conjunto de presuntos enemigos a derrotar y que otra, el 'antinacionalismo' agrupe el conjunto de las fuerzas que deben emprender la lucha contra aquellos.

Le voy a poner tres ejemplos. El primero es que Heribert Barrera es ciertamente un veterano dirigente de un partido nacionalista, Esquerra Republicana de Catalunya, pero sus posiciones xenófobas han sido claramente repudiadas por la dirección de este partido y por las juventudes del mismo. Es más, su secretario general, Josep Lluís Carod Rovira, no sólo ha rechazado con fuerza las posiciones de Heribert Barrera, sino que le ha recordado que él, el propio secretario general, es hijo de emigrante y que la mayoría de los miembros de la dirección del partido también lo son.

El segundo ejemplo es igualmente ilustrativo. El PP de Cataluña -que se precia de ser un partido antinacionalista- ha aprobado las tesis de Marta Ferrusola y ha presentado una proposición en el Parlament de Catalunya en la que pide al presidente de la Generalitat medidas para promover la religión católica en la enseñanza pública y evitar así que esta confesión se vea desplazada por la enseñanza de otras religiones. En su exposición de motivos, el PP catalán dice lo siguiente: 'El Gobierno de la Generalitat debería velar para que la enseñanza de otras religiones, la demanda de las cuales no llega al 0'5% de los alumnos, no desplace la enseñanza de la católica'. Es más o menos lo que decía Ferrusola cuando anunciaba con pavor la substitución de las iglesias románicas de Cataluña por las mezquitas.

Y el tercer ejemplo me llega cuando estaba redactando estas líneas: el Parlament de Catalunya ha rechazado por 68 votos frente a 66 la propuesta de plantear un recurso de inconstitucionalidad contra varios artículos de la Ley de Extranjería. Los 68 votos que lo han impedido corresponden a los parlamentarios de Convergència i Unió y del PP.

En ésas estamos. Por esto creo que el problema que ha emergido en Cataluña con las explosivas declaraciones de Marta Ferrusola y de Heribert Barrera no es un ejemplo de confrontación entre nacionalistas y no nacionalistas sino un caso de confrontación entre lo que en términos genéricos denominamos derecha e izquierda y que, en términos más claros podemos llamar entre carcas, nacionalistas o no, y progresistas, nacionalistas o no, para usar una antigua terminología que tendremos que volver a utilizar a menudo.

El problema que hoy agarrota a Cataluña no es el de la inmigración sino el del estancamiento político, que repercute muy seriamente en el ámbito económico y en el cultural. Cataluña carece hoy de un verdadero gobierno porque el actual, formado por Convergència i Unió y apoyado por el PP, no está en condiciones de gobernar. Como es sabido,en las últimas elecciones autonómicas, el partido y el dirigente más votados fueron el PSC y Pasqual Maragall pero por el juego de los escaños se impuso -por un solo escaño de diferencia en el Parlament- una alianza entre CiU y el PP. Esto ya había ocurrido en la legislatura anterior, pero en ella el PP necesitaba el voto de CiU en las Cortes Generales y se intercambiaban los cromos, pero ahora, después de las elecciones generales del año pasado, ya no lo necesita. El resultado es que Convergència i Unió depende total y absolutamente del PP, que es quién le dicta los presupuestos y le da el sí o el no a sus peticiones. Es lo que el presidente Aznar y sus colaboradores denominan el control de los nacionalismos.

El resultado para Cataluña es un peligrosísimo estancamiento político que se manifiesta también en los demás terrenos. No hay más que recordar la absurda polémica sobre el AVE y el aeropuerto, que convierte al ministro Álvarez Cascos en una especie de cónsul que, por sí solo, decide lo que hay que hacer contra la opinión general de todos los sectores sociales de Cataluña.Este estancamiento repercute sobre las perspectivas económicas y, sobre todo, puede dejar a Cataluña disminuída, social y políticamente, ante los retos de la inminente expansión del espacio europeo.

Este es, pues, el gran problema de la sociedad catalana y no el de la inmigración. Es cierto que en Cataluña hemos tenido ya brotes de xenofobia, como el de Terrassa. Pero no es menos cierto que no han llegado a la violencia de otros de fuera de Cataluña, como el de El Ejido, ni a tragedias como la de Lorca. Y es cierto también que hay sectores de la sociedad catalana que ven con disgusto la presencia de inmigrantes

Pero esto no es nuevo. Cataluña ha sido a lo largo del siglo XX una tierra de inmigración y, en general, ha sabido integrarla. En las duras condiciones de la dictadura franquista tuvimos muchas y muy importantes discusiones sobre el papel de la inmigración en la lucha contra el franquismo y la recuperación de la autonomía. Y fue la izquierda clandestina, política y sindical, la que con gran lucidez planteó y resolvió el problema en sus justos términos, frente a los que expresaban reticencias y tendían a ver a los inmigrantes andaluces, murcianos, extremeños, leoneses, manchegos y demás como un invento de Franco para impedir el retorno de la autonomía catalana y para destruir nuestra lengua. Fue la izquierda la que dejó bien claro que la autonomía sólo se podría recuperar -como así fue- si los catalanes de origen y los catalanes de adopción se unían contra la dictadura, si todos ellos unidos podían vincularse también al movimiento antifranquista en toda España y si las dos lenguas en vez de separarnos nos unían en una sociedad bilingüe. Esto es lo que se consiguió entonces, lo que fue asumido por otros sectores más reticentes y lo que ha perdurado con el concepto establecido en el art. 6 del Estatuto de Autonomía, que define como catalán a la persona que vive y trabaja en Cataluña.

El actual proceso inmigratorio puede ser más complejo, por la diversidad de identidades y por las diferencias sociales, culturales y religiosas que nos pueden llevar a situaciones de aislamiento de grupos, de confrontaciones entre ellos y de incomprensiones mutuas entre los nuevos catalanes y los catalanes de origen. Pero si en condiciones mucho más difíciles supimos resolver el problema también lo podemos resolver hoy. Si, por ejemplo, las segundas y terceras generaciones de la inmigración interior son hoy bilingües, ¿por qué no pueden ser bilingües o trilingües las segundas y terceras generaciones de los inmigrantes de hoy?

Éstos son y van a ser algunos de los problemas de verdad de una sociedad como la catalana, que pasó de tres millones de habitantes a seis millones con la integración de los inmigrantes, pero que, posiblemente, se va a quedar estancada en su crecimiento futuro, por más inmigrantes nuevos que nos lleguen. Y digo algunos de los problemas, porque los más importantes van a ser los de nuestra presencia en la España y en la Europa futuras y nuestra capacidad de gobernarnos con nuevos dirigentes, que acaben de una vez con el estancamiento de una sociedad que no se merece a los tristes gobernantes actuales.

No sé si el admirado novelista Mario Vargas Llosa incluye todo esto en su análisis del nacionalismo, pero, como puede comprobar, en Cataluña hay nacionalistas y no nacionalistas en ambos lados y no creo que ésta vaya a ser la gran pelea del futuro. Ni creo que Cataluña se vaya a salvar por la presión de un Gobierno como el del PP, que persigue nacionalismos en nombre de su propio nacionalismo centralista.

Jordi Solé Tura es senador del PSC-PSOE

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