París muestra el viaje de ida y vuelta del 'pop art' entre ambos lados del Atlántico
El Centro Pompidou reúne en una exposición 500 obras realizadas entre 1956 y 1968
De entrada, hay que recordar que la denominación pop art tiene inventor, el británico Lawrence Alloway, que la aplicó a un movimiento que él veía, en 1953, despuntar en su país -el Independent Group, Hamilton, Paolozzi-, pero que en Francia tenía sus precedentes o contemporáneos en los trabajos de Jean Tinguely, Raymond Hains, Daniel Spoerri o Jacques Villeglé, todos ellos reunidos en una misma exposición en 1955.
Luego conviene precisar las características de ese pop art que, según la comisaria de Les années pop (Los años pop), Catherine Grenier, pueden resumirse en 'el rechazo del pathos egocéntrico y de interioridad que alimentaban las corrientes abstractas posteriores a la Segunda Guerra Mundial' y en la 'actitud-antisentimental' cuando adoptan como fórmula estética 'el retorno a la mímesis' y citan a menudo 'una imaginería de segunda mano'. El pop art jugará pues con la representación fiel y con anestesiar la subjetividad.
El Centro Pompidou reúne, desde mañana y hasta el 18 de junio, 500 obras, una mitad de las cuales corresponde al apartado de artes plásticas, otra gran parte a arquitectura y diseño, mientras el cine está representado por unos 60 títulos. Considerar que el punto de partida es el rechazo manifiesto al expresionismo abstracto de Jackson Pollock o Willem de Kooning es un poco reductor, pero no deja de ser cierto. Para los pop era irritante que el arte se mantuviera ajeno a las grandes transformaciones sociales que se estaban produciendo, con el auge del consumo de masas, la aparición de nuevos medios de comunicación, el progresivo acceso de los jóvenes y adolescentes al consumo y el deshielo entre Este y Oeste.
Y respecto a ese nuevo mundo hecho de coches y coca-cola para todos, los puntos de vista son distintos aunque las técnicas puedan ser semejantes, pues la mayoría de artistas pop trabaja a partir de técnicas del grafismo y del cómic, utilizan o retratan objetos cotidianos y sin ningún peso dentro de la tradición cultural, latas de sopa, portadas de revistas, fotogramas de películas, no temen los medios de reproducción técnica y no dan importancia a la habilidad manual.
El pop americano será recuperado con cierta rapidez y lo que quería ser crítica se convertirá en glosa. Estados Unidos se identificará con la imagen que del país le proporcionan sus artistas, el pop art adquirirá casi las características de un 'arte nacional' como lo fueron ciertos movimientos europeos del XIX y esa confusión hará también que el pop art pase a formar parte de las 'cosas inequívocamente americanas' del siglo. Un equívoco más.
El Centro Pompidou recuerda que el nouveau realisme de los europeos les llevaba a arrancar los grandes carteles publicitarios de las calles y a presentarlos tanto como un testimonio de la inanidad de los distintos estratos político-culturales que se superponían como en tanto que muros provisionales destinados a ocultar la miseria de solares en los que aún estaba viva la desolación de la guerra. Hains, Villeglé o Rotella, ya a fines de los cuarenta, coinciden en ese trabajo que conecta a la vez con la tradición cubista del collage y con la dadaísta que deja al azar un gran protagonismo. Y la exposición también muestra la transformación que sufren ciertas imágenes cuando cruzan el Atlántico, pues para Öyvind Fahlström, Richard Hamilton, Wolf Vostell, Erró, Bernard Rancillac, el Equipo Crónica, Hervé Télémaque, Jacques Monory o Martial Raysse lo que procede es leerlas de otra manera, manipularlas, a menudo volverlas contra sí mismas para evidenciar el carácter colonizador de ciertos mitos e iconografía. El pop art aparece como la primera tentativa victoriosa de mundialización del arte. Y en ese sentido no está de más poner de relieve los vínculos del movimiento con el cine. La mitología clásica, los centauros y dioses que habían logrado irse adaptando a un mundo cambiante, desde la Grecia antigua hasta el universo picassiano, desaparecen para convertirse en Liz Taylor o Marilyn Monroe, en Supermán y Gato Félix.
El conjunto de esta antológica permite comprobar cómo el arte del siglo XX se balancea entre la trayectoria picassiana que permite reutilizar los objetos, manejar la tradición, realizar superposiciones y ser, en definitiva, neocubistas, y la trayectoria duchampiana que repite incesantemente y a través de vías muy diversas que el arte se acaba desde el momento mismo en que todo es susceptible de ser convertido en arte. El pop art, con su retorno a la figuración o los nuevos puentes que tiende a la realidad, hace explotar el discurso vanguardista que veía la historia como una sucesión de movimientos que significaban pasos hacia adelante. Con el pop, la historia se detiene o salimos de ella, la imagen pasa a ser o altamente sospechosa o banal. Luego, revisitadas 40 años después, esas imágenes que no querían reproducir el objeto, sino la imagen del objeto, vuelven a ingresar en la historia y la reconciliación alegre o desesperada con la contemporaneidad que define lo pop toma otra dimensión, de icono representativo de una época de euforia económica y utopismo sin ideas.
Babelia
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