La historia como teoría
La historiografía de arquitectura tiene en Cataluña una larga tradición entre los propios arquitectos, desde Elies Rogent y Josep Puig i Cadafalch hasta César Martinell y Josep Pijoan, una tradición en la que ha predominado la investigación documental y filológica. Pero con Ignasi de Solà-Morales esa tradición ha dado un vuelco importante porque, siguiendo los modernos modelos europeos y americanos, la historia ha empezado a convivir con la teoría. Los mejores libros, los mejores artículos y las mejores lecciones de Solà-Morales son aquellos que -siguiendo y al mismo tiempo contradiciendo abnegadamente a grandes personajes como Manfredo Tafuri o Francesc Dal Co- hacen del conocimiento una propuesta. O hacen de la intuición teórica una base para la investigación, como es el caso de sus magníficos textos sobre Antoni Gaudí, Joan Rubió i Bellver, Josep Maria Jujol, Martinell o el GATCPAC.
Pero debo confesar que los recuerdos más potentes provocados por la muerte de Ignasi no me llevan en primer lugar al reconocimiento de sus méritos como historiador y como profesor, ni siquiera como arquitecto de dos acontecimientos barceloneses tan importantes como el pabellón Mies van der Rohe o el nuevo Liceo. Me llevan, ante todo, a sus cualidades personales, a sus empeños éticos, a su afianzamiento generacional que he vivido tan de cerca durante tantos años. Yo fui alumno de su padre, él fue alumno mío, convivimos en la Caputxinada y en tantos avatares universitarios, colaboró después en nuestros esfuerzos de transformación de la Escuela de Arquitectura como subdirector, le traté como representante de la Administración en la construcción del pabellón Mies y del Liceo. Y seguimos en empeños comunes de orden muy diverso en los que Ignasi era el seny ordenador y al mismo tiempo la rauxa creativa.
No lo podremos olvidar. Tendremos sus libros y sus obras, sus bellas enseñanzas éticas para reconfortar el recuerdo y la esperanza.
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