Los profesores de Derecho
Con esta carta quiero dar las gracias a la mayoría de los profesores de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid (y digo la mayoría, porque, como en todas partes, hay excepciones).
Les doy las gracias por fomentar la participación en clase, admitir las preguntas de los alumnos, estar disponibles en las horas de tutoría y, sobre todo, tratarnos de igual a igual.
Estoy estudiando este año en una facultad de París, en la que hay que suplicar y agradecer infinitamente (con las palabras apropiadas) un minuto de atención al final de la clase, si se tienen dudas. Las tutorías no existen; y en seis meses, a razón de cinco horas diarias de apuntes, ningún alumno ha alzado la voz para preguntar nada. Por supuesto, no es que esté prohibido (¡faltaría más!), simplemente, no se hace. No se estila dialogar con los profesores, esos reyes que imparten conferencias desde el alto trono de la República. Y, para colmo, hay que dar las gracias a los grandes principios de La France, de los que no queda más que el molde, vacío.
Con todo esto no quiero decir que la enseñanza universitaria española sea todo cualidades (ni mucho menos, nunca he pecado de chovinismo), pero sí más de lo que los franceses piensan.
Tampoco quiero decir con ello que todo en Fancia sea tan imperfecto, pero, desde luego, sí lo es más de lo que ellos creen.-