Harry el limpio
La presentación masiva de la nueva entrega de la serie de Harry Potter da la medida del fenómeno literario juvenil
Viernes. Presentación peninsular de Harry Potter, el retonno. Es decir, la cuarta entrega de Harry Potter. Es decir, El cáliz de fuego / El calze de foc, acceso castellano y catalán al asunto ofrecido, respectivamente, por las editoriales Salamandra (tirada de 250.000 ejemplares) y Empúries (40.000 ejemplares). Seiscientas y pico páginas. Un libro de literatura infantil que, si se cae encima de un niño, podría provocarle serios problemas de crecimiento. La presentación se realiza simultáneamente, en diversas ciudades y en más de 70 puntos de venta de Costa a Costa. La cosa adquiere, pues, poder de convocatoria sólo comparable a un Madrid-Barça arbitrado, además, para mayor espectáculo, por un ilustre colegiado de la ONCE. Bueno. Barcelona, capital de la edición peninsular y, ya puestos, hispánica. Me temo que es la única presentación que no se realiza en un punto de venta, algo muy arte-y-ensayo. De hecho, en el hotel donde se celebra el acto, está previsto que los libros no se vendan, sino que se regalen. De lo cual se deduce que, en efecto, esto es, guau, de arte y ensayo.
Niños a gogó, de la modalidad arte y ensayo. Es decir, que no compran los libros sino que se los regalan. Hay niños de todas las tendencias estéticas. Quizás es preponderante el niño de spot de natillas, mientras tiene presencia nula el niño con tatuaje en el bíceps. Hay un doble de Harry Potter que le dirige la palabra a los niños. Los niños le devuelven la palabra con el tono que adoptan para devolver la palabra a un adulto disfrazado. Es curioso, pero ese tono persiste durante la vida civil de adultos. De lo que se deduce que entre los adultos existe el concepto adulto-disfrazado. El salón de hotel ha sido decorado en plan peli de terror. Hay niebla artificial y un ambiente cerrado. La cosa adquiere una dimensión escenográfica fronteriza entre la Mansión de los Plaff y un encierro de inmigrantes sans papiers en una iglesia. Hay, empero, barra libre de chuches y de un brebaje fluorescente. Espero que les siente bien a la chiquillada. De lo contrario, esto parecerá una presentación menos Potter y más pota. En un rincón de la sala hay una montaña de libros. Gruesísimos. Parecen la edición infantil del Kempis. Los niños los miran con avidez, a la espera de que un adulto proclame la comuna y los libros se entreguen a sus usuarios. Esa mirada y esa espera sintetizan quizás el fenómeno Potter.
El fenómeno consiste en las historias de un niño a quien los malos matan a sus padres, dejándole en la frente una cicatriz en forma de rayo vallecano. Acogido por sus tíos, que no están mucho por el asunto de la maternidad, o no son del Rayo, Potter asiste a un colegio de brujos. Aquí es preciso señalar que los brujos existen en el universo Potter. Los Gobiernos conocen el fenómeno, lo toleran -como sucede aquí con Rappel-, pero, para no provocar el terror entre la población, hacen ver que se enteran de su existencia por la prensa. A su vez, los brujos tienen un Gobierno paralelo que a veces es bueno y a veces, no tanto. Cada libro de Potter corresponde con un curso escolar de Potter. Cuando acabe su titulación, es posible que J. K. Rowling, la madre del cordero, se invente un plan de reforma y aumente varios años más su bachillerato. Potter tiene un par de amiguitos, lucha contra el mal full time, vuela en un modelo I + D de escoba y mata los ratos libres jugando al Quidditch, una mezcla de torneo y carrera ilegal de motos realizada en escoba. Potter son historias bien construidas, con tramas bien construidas, que han cambiado completamente los hábitos editoriales y de recepción en la literatura infantil. El padre de un niño de 10 años comenta que la noche del viernes su hijo se peló casi 100 páginas de Potter, un cuadro clínico que sin duda impedirá que su hijo sea nominado candidato a la Presidencia por el Republican Party. Tradicionalmente se ha creído que leer es bueno, por lo cual se interpreta que el fenómeno Potter es positivo. En todo caso, pude ser otras cosas o algunas cosas más.
Potter quizás ejemplifica el valor de la cultura por aquí abajo. Es decir, es positivo, como la cultura se ha decidido que sea siempre positiva, que sea un valor en sí mismo y que no conlleva polémicas. Leer es bueno y los papás están muy contentos porque sus hijos leen.
Potter es un fenómeno planetario. Posiblemente es, entre los menores, lo que Stephen King en los adultos y los patinetes esos entre los adolescentes. Es decir, que se vende como polos. Es muy posible que Potter sea el primer gran fenómeno de una cultura de la globalización. Es decir, es un producto anglosajón y difunde una corrección política que está recorriendo el planeta. Posiblemente, Potter sea el vagón de enganche de la población infantil a la nueva moral y a las nuevas corrientes correctas que empapan los productos de cultura de masas, y que tienden a evitar conflicto con la realidad o en solucionar el conflicto con palabras y situaciones correctas. Lo políticamente correcto, en una sociedad como la nuestra, que ha decidido desproveer de polémica a la cultura y aceptarla como positiva en todos sus contextos, quizás será un filón en cuatro días.
Finalmente, Potter puede significar una paradoja a todo esto. La editorial castellana que adquirió los derechos de la serie lo hizo por, relativamente, cuatro duros, ante el desinterés de editoriales especializadas en literatura juvenil, que aducían que los libros esos tenían muchas páginas. Quizás el bingo de la editorial ilustra el hecho de que el mercado cultural por aquí abajo puede ser sometido a más experimentos y accesos de los que se le presuponen.
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