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¿La otra cara de la verdad?: inmigración y terrorismo

Estamos viendo todos los días este hecho doloroso. Lo mismo en política que en religión o en filosofía: parece que todo tenga dos caras, una la que yo veo, otra la que ve el contrario. Y la verdad se escapa diciendo: hay que aceptar que sólo el necio olvida que todo tiene dos caras. Incluso, al juzgar a las personas, es verdad que somos un poco, o un mucho, el 'Dr. Jekyll and Mr. Hyde', como en la célebre novela de Robert Louis Stevenson.

Y, para mayor complicación todavía, si acudimos a Unamuno y leemos el prólogo a sus Tres novelas ejemplares, encontraremos para nuestra confusión que no somos dos solamente, sino cuatro. 'Digo', señala Unamuno, 'que además de lo que uno es para Dios -si para Dios es uno alguien-, y del que es para los otros, y del que se cree ser, hay el que quisiera ser'. Pero todo este embrollo lo aclara nuestro Unamuno asegurando que para él 'éste, el que uno quiere ser, es en su ser, en su seno, el creador, y es el real de verdad'.

Pero, ¡cuidado!, si volvemos a Bloch todavía se descubre otro motivo de perplejidad: 'Lo que es, no es verdadero'.

¿Será que la verdad es imposible de alcanzar, y no hay más postura que el escepticismo, como predica el filósofo italiano Giuseppe Rensi?

Todas estas reflexiones venían a mi mente al considerar lo que está pasando en nuestro país con la Ley de Extranjería, abominada por el buen sentido o el deseo de justicia universal y de respeto para todos. O con el terrible hecho del terrorismo que invade el mundo actual, y en parte importante, a nuestro país. Y la ONU -que parece indicada para parar tamaños desastres- es una especie de pigmeo que nada consigue con el diálogo bienintencionado con aquél que blande la pistola, la bomba o el fusil. El hecho descorazonador es que 'el infierno está empedrado de buenos propósitos'. Buenas intenciones como aquellas que predica la ONU, nada consiguen. Entre otras cosas porque igualan al delincuente con la víctima, en el caso del terrorismo.

Parece que ni la razón sola ni la buena voluntad son camino de esa paz y convivencia justa y no-violenta que el ciudadano común tiene tanto deseo de alcanzar, sea en un caso como en otro.

¿No será más bien que, tras lo que se ve, sean uno, dos, tres o cuatro aspectos de la realidad, late en el fondo la clave invisible de la misma? ¿No será verdad que hemos achatado nuestra vista y no conocemos que tras lo visible anida eso invisible que todos hemos olvidado?

Y debemos preguntarnos: ¿qué será esto?

La clave es que vivimos a ras de tierra unos y otros; y el secreto está en que, tras lo que vemos, se encuentra oculto lo que nos mueve a unos y a otros: los valores personales que dirigen, consciente o inconscientemente, nuestras conductas. Y éstas no cambian ni cambiarán si no descubrimos estos móviles internos que marcan la conducta de nuestras vidas.

Los móviles que nos mueven a obrar es lo que hay que descubrir.

Freud hizo un impagable descubrimiento: que lo que se ve no es lo más importante, que en el fondo están los móviles de nuestra conducta, y tememos desvelarlos y darnos cuenta de ellos para no engañarnos. Lo cual ni es fácil ni se consigue de repente.

Lo mismo tienen que hacer los que dirigen en España la religión de muchos españoles: los obispos y su Conferencia Episcopal. Su actitud vergonzosa, por lo cauta que es con el terrorismo concreto de nuestro país, o con los desvalidos emigrantes, requiere que se desvelen los móviles ocultos y los pongamos a la luz, ya que hacen más daño todavía cuando están resguardados tras la importancia social de sus cargos.

En una palabra: España y el mundo necesitan de un psicoanálisis valiente, metiendo el cuchillo en los entresijos que lo ocultan, envueltos y escondidos con buenos modos o palabras engañosas. Así, la verdad de fondo no se descubre y está actuando sin freno alguno eficaz. Quizá el espíritu de cuerpo, o el miedo a definirse, o no sé qué misterio, ocultan la verdad, y es lo que les impide ser claros a nuestros obispos, igual que a algunos políticos.

Yo me he escandalizado oyendo el domingo en mi parroquia predicar, tras el fallo de los obispos, al cura que leía el Evangelio del perdón, de San Lucas. Parecía que ese mensaje evangélico pedía el olvido y la resignación ante los violentos que matan, o con los enemigos que dejan de ayudar a los necesitados, cuando Jesús nunca predicó que se olvidase la justicia, porque dice la Biblia que 'la paz es obra de la justicia', y no del conformismo con el mal de cualquier clase que éste sea. Hay que evitarlo y cortarlo debidamente, porque su cara oculta no presagia nada bueno. Y lo mismo jueces que obispos, políticos o ciudadanos, hemos de proceder en consecuencia.

Ser comprensivo no es ser condescendiente con el mal. Se puede no ser pecador por ignorancia, pero eso no exime de responsabilidad social por el mal realizado, o apoyado o consentido. Y nadie debe sentirse exento de culpa en las cuestiones que afectan a la sociedad de modo tan grave.

Menos mal, aunque tarde, como siempre, que algunos obispos han reconocido que tenemos con los emigrantes una responsabilidad todos los españoles, y las autoridades, más, porque son víctimas de persecución injusta, o de carencia económica y humana. Nuestro gran cristiano del Siglo de Oro, el padre Vitoria, sostenía que todos tienen libertad de circular por el mundo y afincarse en él, y más todavía si padecen alguna grave carencia que no pueden resolver en sus países. Hasta propugnaba que la sociedad universal es una cierta 'república' que, para bien de la convivencia de todos, puede y debe promulgar leyes universales que obliguen a todos. Y un obispo tan socialmente olvidado como el que fue de Canarias, Pildaín, pidió en el Concilio Vaticano II que el principio tradicional de moral que divulgaron para los individuos nuestros teólogos juristas del Siglo de Oro se colocase en el frontispicio de la ONU y se aplicase entre los países diciendo: 'En caso de necesidad, todas las cosas son comunes'.

Y ahora preguntémonos: ¿es eso -por ejemplo- lo que hace la Ley de Extranjería?: no; y aunque hay que regularla para convivencia de todos, tiene que hacerse modo humano y altruista, y no raquíticamente como ahora...

Buenos temas estos dos, de reflexión sin miedo para políticos, jueces, obispos y ciudadanos: el del terrorismo y el de la inmigración.

E. Miret Magdalena es teólogo seglar.

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