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Tribuna:EN RECUERDO DE JOSEFA AMAR
Tribuna
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Como el mandar es gustoso

La autora rememora, con ocasión del 8 de Marzo, la defensa hecha por Josefa Amar de los derechos de la mujer

Josefa Amar y Borbón fue una mujer ilustrada nacida en Zaragoza en 1749, donde tiene una calle dedicada, aunque las gentes que la transitan sepan muy poco de esta mujer, en comparación con el amor y la reverencia que esta ciudad ha dado a la figura -que no la realidad- de otra mujer: Agustina de Aragón. Pero así es la Historia que construimos interesadamente. Yo en cambio voy a escribir hoy sobre aquella mujer, que contra el sentido común de su época, se empeñó en la carrera del saber llegando a alcanzar cierta reputación entre los círculos ilustrados de su tiempo. Partidaria del reformismo político y convencida de sus méritos intelectuales, solicitó y obtuvo el privilegio de ser admitida en el exclusivo grupo social que era la Sociedad Económica de Amigos del País de su ciudad natal. Su intención declarada era la de ser útil a la politica de 'reforma' y 'progreso' social, en la que, como es sabido, se ocupaban las sociedades económicas que por entonces se estaban creando en las grandes ciudades españolas.

Rebate los argumentos que adjudican menor capacidad de las mujeres para las tareas del intelecto

Al mismo tiempo, los miembros de la Sociedad Económica de Amigos del País, de Madrid, mantenían una polémica sobre si las mujeres debían ser admitidas o no a formar parte de la sociedad, como pretendía un reducido y exclusivo nucleo de señoras. Josefa Amar intervino por escrito en el debate que se haría público en la prensa y para el cual redactaria un texto memorable: Discurso en defensa del talento de las mujeres y su aptitud para el gobierno y otros cargos en que se emplean los hombres. En su memoria se rebaten los argumentos al uso sobre la diferencia de sexos que adjudicaba menor capacidad y disposición de las mujeres para las tareas del intelecto y de la política. Para Josefa Amar, la admisión o no de las mujeres en estos espacios no dependía de los mayores o menores talentos de las mujeres, como querían hacer ver sus adversarios, sino de la resistencia de los hombres de su época a compartir sus privilegios con las mujeres, como se dice en su texto: Pero 'como el mandar es gustoso [los hombres] han sabido abrogarse de cierta superioridad de talento, o yo diría que de ilustración, que por faltarles a las mujeres parecen éstas sus inferiores'. Lamentablemente, dirá más adelante, la suerte de las mujeres, en el asunto que ahora debía dirimirse, no depende de ellas mismas, sino de los socios de la Económica y la ventaja que ellos tienen es la que va de abogado a juez. 'Si acceden dirán que han otorgado una gracia a las mujeres y si se niegan pondrán de manifiesto su tiranía y su deseo de seguir con la supremacía intelectual y el mando que ellos mismos se han otorgado'.

Contra la entrada de las mujeres en la Sociedad Económica de Madrid había reaccionado, también por escrito, un miembro de los más ilustres de la sociedad, el ministro Cabarrús, reputado reformista admirador de las Luces y de Rousseau, cuyas ideas parecían haber inspirado su programa de orden social y su estricta moral. En su texto, en el que se aboga por una separación radical entre los espacios de los sexos, se manifiesta una debilidad o un temor personal ante lo que Rousseau pensaba era el poder de las mujeres: la banal seducción que, según decía, las mujeres sabían utilizar para intervenir en los asuntos de los hombres, interviniendo también sobre ellos:

'¡Ah!, sin duda, sólo un enemigo de las mujeres, sólo aquél no sé infeliz o desgraciado que logró ignorar o resistir sus halagos pudo exponer la sociedad a tanto peligro: el sabio es más prudente, se conoce, consulta su corazón y huye del combate porque teme quedar vencido'.

Por curioso que parezca, un hombre de la talla política de Cabarrús, que dice no ser enemigo de las mujeres, no parece advertir aquí la parcialidad de los argumentos que emplea para apartar a las mujeres de los espacios masculinos y de los graves asuntos del gobierno que él pensaba reservados a los hombres.

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Otro de los que intervendrían en el debate sería Jovellanos. Con un talante más confiado hacia las mujeres, aboga por la participación de las señoras en las tareas de gobierno. Pues, según dice, esto significaría un bien; para las mujeres mismas, que enfrentadas a los retos del reformismo social, estarían obligadas a ejercer sus mejores cualidades; para los hombres por el estímulo y la colaboración que las mujeres les aportarían: 'en las materias propias de su sexo' para las que Jovellanos aconseja que se acuda 'al consejo y auxilio de las mujeres'. Finalmente sería la intervención del rey la que decantaría la cuestión: las mujeres fueron invitadas a formar parte de la Junta de Damas de Honor y Mérito creada al efecto con la misión de que ellas entendieran de sus propios asuntos, pero sin intervenir en las juntas de los hombres.

El debate de los sexos, tal como se producía en el siglo XVIII, puede parecernos hoy en día un asunto del pasado. Y ciertamente lo es: hoy en día nadie discute sobre el alma o el intelecto de las mujeres; hoy en día nadie se atreve a cerrarles el paso en ningún espacio público. ¡Pero que estoy diciendo! cuando se acaba de negar el acceso a una cuantas mujeres de élite, al exclusivo Círculo del Liceo de Barcelona. Pero supongamos que se trate de un caso aislado que tiene sus cauces de resolución por el escándalo mediático que se ha montado, en el que no es ajeno el renombre de las señoras rechazadas. ¿ Podemos suponer también que vayan a resolverse en breve las situaciones de discriminación que padecen aún las mujeres? Ciertamente no, porque como las mujeres saben bien, las situaciones de desigualdad que nos afectan, son tan evidentes como imperceptibles. A poco que se observe, las mujeres están hoy en todas partes: la paridad entre hombres y mujeres se da en la educación, en el trabajo e incluso en el compromiso y en la responsabilidad política, pero esta misma paridad desaparece en determinados espacios y lugares . No hay más que mirar las fotos de los periódicos con los nombres al pie, o mirar los informativos de la televisión para saber que las mujeres, estaremos bien o mal gobernadas, pero estamos muy mal representadas. No hay más que saber cuántas mujeres somos en la Universidad y cuáles son nuestros destinos acádemicos para saber que nuestras carreras tienen tiempos y resoluciones diferentes. Como dice mi amiga Amelia Valcárcel, sin necesidad de recurrir a su bagaje filosófico, o las mujeres somos tontas o aquí pasa algo. Y si no es talento y virtud, como diría Josefa Amar, lo que falta es que aquí pasa algo.

La mirada histórica no nos da la clave del problema pero sí nos ayuda a pensar que si hoy las cosas han cambiado, si las mujeres hemos avanzado lo que hemos avanzado, se debe a que cada vez son más las mujeres que han tomado la rienda de sus vidas y cada vez más los hombres que abandonan las resistencias. Pero como el mandar es gustoso, el techo de cristal (el obstáculo invisible que pone límites al avance de las mujeres) permanece y la justicia y la paz para las mujeres tarda en llegar más de lo debido. Hoy por hoy el problema no es sólo que las mujeres no estén en determinados espacios de la política o del saber, es también el que al gobierno de la sociedad le falte el talento de otras muchas mujeres.

Así es que como mañana es el 8 de Marzo, por la tarde iré a manifestarme para que las mujeres seamos cada vez más visibles y así, entre unas y otros... Pues, según dicen, que las cosas sigan cambiando.

Isabel Morant es profesora de la Universidad de Valencia.

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