¿Reforma de la LRU? Panorama desde el puente
Veinte años no es nada, decía el tango, y la LRU ni siquiera los tiene. Hace algún tiempo pensaríamos que era una ley joven, pero hoy por hoy las cosas se mueven con gran rapidez y esta ley, como otras leyes, como otros aspectos de la vida social, ha envejecido pronto, se nos ha quedado antigua, alejada de las exigencias de la nueva realidad.
Con el paso de los años se han venido observando disfunciones, llamémoslas internas, que, desde hace ya algún tiempo, parecen aconsejar su revisión. Son cuestiones diversas que suscitan la mayor preocupación en buena parte del profesorado y en los órganos de gobierno y que deben merecer la mayor atención. Pero no son, a mi juicio, las más importantes. Porque lo nuevo, lo que hay de nuevo al comienzo de este siglo, o, si nos queremos poner importantes, de este milenio, respecto al momento en que se aprobó la ley, no es una cuestión de mera organización, de matiz o de matices, sino algo global que exige una detenida y profunda reflexión de conjunto de los propósitos que llevaron a la LRU. El problema mayor es, y no tengo más remedio que volver a ponerme importante, de tempo histórico. Y es que los avances que trajo consigo la LRU por su adaptación a la sociedad industrial, que nos parecieron tan significativos y evidentes en 1983, se nos revelan manifiestamente insuficientes en 2001. Parece como si hubiera transcurrido un siglo, y sólo han sido dieciocho años.
Han pasado muchas cosas en poco tiempo, y algunas han modificado el suelo que pisábamos, los engranajes del tejido social. Algunos autores llegan a hablar de cambio de paradigma. Quizás esto sea demasiado para los propósitos de este artículo, que sólo pretende llamar la atención sobre lo nuevo, pero, ahora que lo pienso, puede que lo uno lleve a lo otro; es decir, que lo nuevo sea de tal envergadura que sólo quepa hablar de un replanteamiento global, como decía antes, para luego entrar en detalles. Así pues, y a riesgo de equivocarme, apuntaré cuatro de esos cambios sustanciales que aconsejan contemplar a la Universidad en un nuevo contexto.
La 'Nueva Economía' es algo realmente nuevo, y no sólo en el terreno estrictamente económico. Algo tan nuevo hoy como lo fue en su momento la Revolución Industrial y que no limita sus efectos a las empresas tecnológicas del Nasdaq. Es todo el sistema empresarial, y, consecuentemente, el conjunto del sistema social, el que está sometido a los profundos cambios que se derivan de los desarrollos tecnológicos en un mundo globalizado. La 'sociedad industrial' a la que se refería el preámbulo de la LRU, tan alejada en aquel entonces de las preocupaciones de la Universidad española, empieza a quedar lejos y ya nos permitimos hablar de una nueva sociedad, la 'Sociedad de la Información'.
La 'Nueva Empresa', la que aparece en el horizonte tecnológico y organizativo de nuestros días, es muy diferente a las de comienzos de los ochenta, cuando se empieza a extender en la Universidad española la preocupación por establecer unas relaciones más fluidas con el sistema productivo. Hoy son aún más importantes las razones que aconsejan el mantenimiento y la ampliación de tales relaciones, pero el tejido empresarial no es ya el mismo. Sería un grave error no advertirlo. En la última reunión de Davos, los expertos aconsejaban a las empresas antiguas olvidar su código genético. La nueva empresa se mueve en un mundo distinto, tiene otras preocupaciones, otros valores, otros requerimientos... La Universidad no puede ignorarlo.
El 'Nuevo Trabajo' ya no es sinónimo de empleo en la empresa o en la Administración, y esta concepción era, hay que reconocerlo, la que primaba en los propósitos de la LRU al preconizar la mayor adaptación posible de la oferta universitaria a las demandas de las empresas. Fue un gran paso adelante que dio lugar a la aparición de nuevas titulaciones y a la reforma de los planes de estudio, pero los desarrollos tecnológicos y sociales han desbordado el concepto restringido del trabajo propio de la sociedad industrial. Se habla hoy del trabajo ocupación, en el que, junto al trabajo asalariado, aparecen el trabajo solidario, el autoempleo, el trabajo doméstico, el trabajo empresarial. Un dato: en EE UU, los titulados y los profesores del Massachusetts Institute of Technology (MIT) participaron en los dos últimos años en la gestación de alrededor de 4.000 empresas, que emplean en la actualidad a más de un millón de personas.
Los 'Nuevos Trabajadores', los que Robert Reich califica como 'analistas simbólicos' y otros denominan 'trabajadores del conocimiento', son esenciales para la empresa del futuro. Según algunos estudios, se trata de un grupo humano singular, no fácilmente adaptable a rutinas y convencionalismos, transgresor de las reglas si se convierten en obstáculos, apto para la persuasión y la comunicación. Hombres y mujeres, se dice, no previamente formados y, en cierto modo, moldeados para un destino previsible, sino para hacer frente a los nuevos desafíos de la Sociedad de la Información. Hace años, Giner de los Ríos afirmó que la Universidad meramente instructiva, la que proporcionaba una doctrina hecha, cerrada y conclusa, podía darse por moribunda. En esto, como en tantas otras cosas, Giner se anticipó a su tiempo.
Parece que tanto cambio y tan profundo nos ha de llevar a una 'Nueva Universidad'. Pero, si lo pensamos detenidamente, no necesariamente ha de ser así: la formación y los valores propios de los trabajadores del conocimiento están en la base de lo que se podría considerar la función constitutiva de la Universidad, a saber, la transmisión del saber en libertad y la reflexión crítica sobre los problemas de la sociedad. Porque nunca como en nuestros días se había producido una confluencia tan clara y fecunda entre los objetivos universitarios y los objetivos sociales. La metáfora 'fábrica del saber', que me sirvió como título a un libro sobre las relaciones de la Universidad y la empresa, puede servir como expresión que sintetiza esa necesaria simbiosis entre la Universidad y las necesidades y requerimientos del entorno social y económico. La LRU, vista así, desde el puente, habrá de revisarse con los criterios de flexibilidad y diversidad necesarios para que nuestras universidades puedan convertirse, en el futuro próximo, en la piedra angular de la Sociedad del Conocimiento.
Antonio Sáenz de Miera es presidente de la Red de Fundaciones Universidad-Empresa.
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