Furia iconoclasta
Es toda una ironía que talibán signifique estudiante, término que da nombre a la cohorte de extremistas religiosos que domina la casi totalidad de Afganistán, tras una prolongada guerra civil en la que cualquier vestigio no ya de modernidad, sino hasta de civilización, ha desaparecido. Y esa ironía macabra se debe a que estos extremistas de la fe mahometana han vuelto ahora su furia destructiva, como aquellos herejes cristianos del siglo VIII llamados iconoclastas por su odio a las sagradas imágenes, contra todas las representaciones artísticas de carácter antropomórfico con el pretexto de que el islam prohíbe la representación iconográfica de la figura humana.
Todo ello pone en extremo peligro de extinción un legado artístico de las culturas que dejaron huella de su paso por el país. Afganistán ha tenido su cuota de visitantes desde Alejandro Magno hasta los imperios mongol, árabe y persa. En el país se alza, por ejemplo, la mayor estatua que se conoce de Buda. El islam tiene, como cualquier otra gran religión, preceptos difícilmente comprensibles para pueblos no afiliados. Pero si por algo se caracteriza es por una tradición tolerante con credos y culturas con los que ha entrado en contacto. Sólo una minoría enloquecida, hoy en el poder en Kabul, practica el convencimiento de que todo lo que no sea obligatorio hay que prohibirlo. Hasta el exterminio.
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