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Reportaje:

Un club de hombres muy particular

El debate sobre el rechazo de las mujeres ha convulsionado la apacible y decadente vida del Círculo del Liceo

La media docena de peñas que reúnen a los socios del Círculo del Liceo en torno a los manteles del centenario local apenas hablan desde hace semanas más que de mujeres. En las peñas de los socios opositores a modernizar el club, que el pasado fin de semana votaron contra el ingreso de las 10 primeras aspirantes a socias, entre ellas la soprano Montserrat Caballé, el rechazo a las mujeres se escuda en 'preservar las esencias de la institución'.

'El concepto de club ya es decadente', dice Francisco Llonch, de 43 años y socio desde que su abuelo, socio como su padre y su bisabuelo, lo afilió a los 21 años. 'Es tan decadente como la Corona Española, que discrimina por razón de sexo al que es el máximo representante del país', sentencia. El tema, donde también se cita a la Iglesia Católica por discriminar a la mujer como sacerdote, anima las tertulias. 'Es el asunto más tratado las últimas semanas, y han aumentado los tertulianos', explica Alberto Roca, jubilado, miembro de dos peñas y 37 años de socio. Para ingresar se requiere el visto bueno de dos tercios de los socios que se avengan a votar y 750.000 pesetas a fondo perdido. La cuota anual es de 75.000 pesetas.

'¿Hay un 'bidet'? No lo sabía. Pero lo de las citas furtivas amorosas es leyenda'
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Manuel Bertrand, nieto e hijo de socios (su familia fue mecenas de Caballé cuando ella estudiaba canto) reconoce la decadencia, pero apuesta por conservar las esencias modernizando el club. 'Tiene solera, pero ha perdido su puesto como club con peso real. Necesitamos un aire más de negocios, con nuevos comedores y salones, preservando la parte museística'. Antes de 1936, el Círculo era frecuentado por financieros que allí cerraban negocios e invertían luego en la Banca Arnús Garí, en la Rambla, a escasos metros.

El Círculo, el coliseo lírico y el Conservatorio son la trinidad de instituciones que habitan el edificio del Liceo. Las tres independientes, aunque con orígenes en los fundadores del Teatro, un grupo de burgueses capitaneados por Joaquim de Gispert, ex miembro de la Guardia Real y encargado de los lanceros de Isabel II, que logró la concesión del solar del desamortizado convento de Trinitarios para construir un teatro de ópera. Gispert creó una sociedad de accionistas que a la vez fueran propietarios. Pero la venta de acciones no fue tanta como esperaba y tras la negativa de Isabel II a contribuir al proyecto (el Liceo no tiene palco real por ello) creó la Sociedad Auxiliar de Construcción, que aportó el capital a cambio de ceder partes del edificio no necesarias para el teatro.

Tras las obras la sociedad se disolvió, pero los 125 prohombres, entre ellos cinco nobles, decidieron en una de esas partes del edificio crear el Círculo con carácter recreativo; años más tarde incluyeron los 'fines culturales'. Siempre se ha nutrido de buena parte de quienes, hasta la asunción en 1995 de la propiedad del teatro por las administraciones, fueron sus titulares. Ese amor por la ópera, común en el 95% de los socios, es lo que les ha unido, pese a la variada ideología.

'Está prohibido hablar de política', explica Llonch y lee los estatutos para certificarlo. 'Ello ha propiciado la armonía y que no haya discusiones'. Pero una placa, que hasta 1999 colgó en lugar preminente en el vestíbulo y ahora permanece semioculta tras la puerta principal, recuerda bajo la leyenda Caídos por Dios y por la Patria a 13 socios fallecidos en uno sólo de los dos bandos de la Guerra Civil. 'Yo no le doy a eso ninguna importancia', sentencia Llonch.

La parte social, la más vistosa, ha convertido las paredes en mudos testigos de intrascendentes charlas entre socios uniformados con chaqueta y corbata, obligatorias incluso en el estío; de timbas de juego o de inocentes partidas de bridge, ajedrez y billar; de conciertos en petit comité; conferencias sobre temas varios, con invitados como el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, que en 1993 explicó allí qué es, para él, la burguesía catalana; de fastuosos y, según dicen, desmadrados bailes de Carnaval en épocas pretéritas; y de posibles furtivos encuentros amorosos con señoritas que, como las legítimas, siempre han sido bienvenidas como 'acompañantes' y que tienen a su disposición un lavabo con tocador, colonias y bidet. '¿Hay un bidet? No lo sabía. Pero lo de las citas furtivas amorosas es leyenda', dice Alberto Roca. 'Le aseguro que en el Círculo no hay camas; además, es muy arriesgado usar los locales para citas amorosas clandestinas, porque apenas hay espacios ocultos y, si coincides con un socio amigo acompañado por su mujer, ya te han pillado'. El bidet, sin embargo, allí está.

Y el restaurante, que Maragall quiere ampliar, y donde los socios celebran banquetes y acuden en los entreactos y al finalizar las óperas en el vecino teatro, comunicado con una doble puerta que se abre los días de función, previo acuerdo mutuo. Aunque no siempre fue así, Círculo y Teatro viven un periodo armónico, enturbiado levemente por el rechazo a Caballé. Si bien el coliseo se comió, previa expropiación, parte del espacio tras el incendio que lo destruyó en 1994, reina la concordia y el Círculo, hoy mecenas del teatro (20 millones de pesetas al año), ha contribuido a reidificar el coliseo organizando, con el consulado italiano y la Fundación Grup Set, integrada por mujeres empresarias (dos estaban entre las 10 mujeres rechazadas), varios conciertos con la Orquesta y Coro de la Scala de Milán, dirigidos por Riccardo Muti.

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