Cabeza de Marta, cabeza de turca
Me piden una palabra cristiana sobre las dolorosas declaraciones de doña Marta Ferrusola. Quizá la primera palabra sea el refrán aquel: 'Del árbol caído todos hacen leña'. De la Marta caída todos podemos hacer honorabilidad propia. Y eso sería más fariseo que cristiano.
En democracia lo malo no es la opinión particular y vulnerable de una persona. Lo grave es que un conseller en cap ratifique que así piensa mucha gente; que Heribert Barrera venga a confirmarlo, y que este periódico haya de evocar en un espléndido editorial la figura de Haider. Y lo peor no son unas declaraciones sino que un constructor catalán reciba un aviso (anónimo, eso sí) de que como alquile o venda uno sólo de sus pisos a 'un moro', ya no colocará ninguno más. Desde El Ejido hasta El Dorado, pasando por el Vallès, lo terrible sería que nos estemos convirtiendo en un país xenófobo y que en eso del racismo no parezca haber hechos diferenciales.
¿Por qué? Aquel viejo barbudo innombrable decía que las cosas tienen en última instancia un determinante económico que ayuda a analizarlas. Quizá no hemos comprendido que, en nuestro sistema económico, identidad y crecimiento acaban siendo incompatibles. El dinero no conoce más patria que a sí mismo. Y el bolsillo está a la derecha, por mucho que el corazón esté a la izquierda. Elegimos un desarrollo material imparable y ello exige sacrificar otros valores, pues lo que el sistema llama engañosamente 'privatización' es en realidad una 'transnacionalización', y las multinacionales no están para reparos identitarios, salvo quizá a la hora de poner algún anuncio de McDonald's en catalán, para vender más. Según la Biblia, cuando el pueblo de Israel quiso tener un rey para ser como los demás imperios, pareció que se engrandecía, pero a la larga acabó por perder su estructura de pueblo sencillo pero alternativo. Los que no conozcan la historia bíblica que piensen en el Barça, paradigma perfecto de la renuncia a una identidad por el afán de ser el primero a base de dinero. Antaño pudo ser 'más que un club' por otras razones. Hoy lo es sencillamente porque es una multinacional como todas las demás.
Habría una manera para que no viniesen tantos inmigrantes, y es que no fueran necesarios. Para ello páguese un salario justo, con seguridad social y demás, por todos esos trabajos indeseables que aquí ya nadie quiere hacer, y que los inmigrantes sí hacen, en condiciones infrahumanas. Me arguyen con horror que eso es económicamente ruinoso, y que así no seríamos competitivos. Pero entonces, si nuestro sistema necesita esclavos, dejémosles venir. A quien considere exagerada esta afirmación puedo darle el teléfono de Sandra, una ecuatoriana que le explicará cómo la explotan los mismos que le consiguieron los papeles a base de enchufes, y con los que ahora se siente agradecida; cómo trabaja casi 15 horas en dos lugares distintos, y cómo en su piso duermen unas 16 personas, cuatro en la habitación donde ella debería dormir. Y digo 'debería' porque una de ellas acaba de tener un niño ('no hacen más que tener hijos', decía doña Marta) que se pasa muchas noches berreando. Y a la mañana siguiente, Sandra sale de casa sin haber dormido, como un zombi, para ir a trabajar 15 horas.
Entonces, ¿por qué vienen? Si son latinoamericanos, llegan porque nacieron ya debiendo millones: porque el mundo rico se niega a perdonarles una deuda e(x)terna que ellos no contrajeron y que han pagado ya varias veces sólo en concepto de intereses. Si son del Este, vienen porque nosotros tuvimos mucha prisa en derrotar al Este para proclamar la superioridad de nuestro sistema, pero sin pensar en una transición humana, sino buscando que la caída del Este fuera un río revuelto donde pudieran ganar todos nuestros pescadores de empresas arruinadas y de turismos sexuales. Luego se vio que el comunismo, con todos sus males innegables, preparaba buenos profesionales que ahora están en paro y aceptan trabajar por la tercera parte de lo que lo haría un profesional hispano y no tan bueno. ¿Cómo no habrían de venir? Si son marroquíes, vienen porque, aunque 'no saben lo que es Cataluña', sí saben qué es el hambre. Y han deducido de las televisiones hispanas, tan seguidas en el Magreb, que aquí es posible enriquecerse porque en los concursos se reparten millones a dojo. Vienen porque Marruecos, uno de los países más injustos y más tiránicos del planeta, tiene carta blanca para seguir así, dado que puede crearnos problemas con Ceuta y Melilla o con la pesca.
Hermana Marta, usted comprenderá como pocos aquellas frases tan humanas de L'Emigrant de Vives: 'Quan de tu s'allunya, d'anyorança es mor'. Haga pues un viaje a Marruecos con su marido y con el señor Mas; pero no vayan a hoteles de lujo para turistas europeos, sino al campo. Seguro que entenderán entonces por qué vienen. Muchos llegan con la idea de que serán tres o cuatro años muy malos, y de que luego empezarán a irles muy bien las cosas. Eso les da moral. Y prefieren cerrar los ojos al dato de que es como aspirar a una quiniela de 15 aciertos.
Pero es que '¡no se integran!'. Claro. No se integran porque vienen en masa, dado que nuestras necesidades son ahora masivas, y es una buena forma de ayudarse. Porque vienen con complejos de inferioridad, como les pasaba a los primeros españoles que emigraban a Alemania (de los que fui testigo). Porque los pocos que intentaron integrarse se encontraron con que les negaban la entrada en muchos locales. Si son árabes tienen más dificultad de integrarse por la profunda humillación a que Occidente les ha venido sometiendo. Es bonito aplaudir el terrorismo de imperio cuando bombardea Irak y Europa se baja los pantalones y las bases para no irritar al fuerte de la banda. Pero a la larga, aquellos polvos traen estos lodos. Es fácil acusarles de que no se integran. Más humano sería preguntarnos con cuántos inmigrantes hemos salido nosotros a tomar un chato. Pues uno se integra allá donde recibe cariño. Si recibimos bofetadas, reaccionamos como la tortuga o como el puercoespín: modos de reaccionar que impiden la integración.
Con esto no estoy insinuando que toda la culpa es nuestra. Estoy tratando sólo de concretar cuál es nuestra parte de culpa. Ellos tienen otra parte y no pequeña. Pero si doña Marta fue a misa el pasado domingo 25, recordará que el evangelio alertaba contra esa actitud de ver la paja en el ojo ajeno, cuando no tenemos ni idea de la viga que llevamos en el propio.
¿Que peligran nuestras iglesias románicas? Eso yo lo sentiría mucho porque el románico catalán me parece uno de los tesoros de la humanidad. Pero si intento mirarlo desde el Dios en quien creo, debería decir que nuestras iglesias son bonitas para nosotros, pero a Dios no le dan gloria alguna. Según Jesús, lo que Dios quiere es 'misericordia y no culto', y 'amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los actos cúlticos'. Un ser humano (por 'ninivita' que sea) es más imagen de Dios que una iglesia románica, aunque yo sentiría mucho que algún tesoro románico se perdiera.
Todo lo anterior puede ser dicho también de forma no expresamente cristiana: a lo mejor, dentro de poco vamos gritando por ahí una nueva consigna: 'Lo que no hizo la revolución, lo conseguirá la inmigración'. Se lo brindo a quienes gustan de organizar manifestaciones. A doña Marta sólo le recomendaría la reciente película de Ken Loach Pan y rosas. Trata sobre la emigración, pero 'en cabeza ajena'. Y seguro que la ayudará a entender muchas cosas.
José Ignacio González Faus es teólogo y jesuita.
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