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Columna
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A la vista están

En estos días de escarmentadas conmemoraciones alguien dijo que, caducadas las responsabilidades penales, podría ser llegado el momento de adentrarnos en la verdad de lo ocurrido y de conocer los nombres de los implicados subyacentes. Los nuevos hechos disponibles confirman el craso error de semejantes expectativas. Apenas el general Alvarado ha sido capaz de sacar fuerzas de su senectud para salir del armario del golpismo garantizada ya la falta de consecuencias y la continuidad de las pensiones y demás gabelas de la reserva permanente. Pero es que además envalentonados con la impunidad sobrevenida reaparecen en escena hagiógrafos y exégetas de toda laya decididos a reescribir la historia.

La operación actual es de amplio alcance y cuenta entre sus activos a rebeldes improvisados como el historiador y catedrático José Manuel Cuenca Toribio, reidor de las insidias y circunloquios de Alfonso Armada -ese cultivador de camelias con tumba garantizada en la catedral de Santiago, máximo especialista en hipocresías y restricciones mentales, capaz de dejarse decir lo que carece de atrevimiento para expresar por sí mismo, jamás dispuesto a beneficiarse pero siempre disponible para el servicio de mayor riesgo y fatiga, incluido el de ocupar con el empujoncito de Tejero y sus metralletas la presidencia del Gobierno-, que ahora amanece en su pazo de Santa Cruz de Rivadulla reclamando el homenaje que considera le es debido por haber liberado de su secuestro a los diputados el 24-F. ¿Pero de verdad tenemos pendiente un homenaje a quien sabía lo que se tramaba y nada hizo por evitarlo? ¿A quien dio su palabra marrullera a los golpistas y se atuvo a ellas por encima de lealtades y deberes sustanciales con el Rey y sobre todo con la Constitución y con el pueblo que es quien proporciona y paga las armas y quien asigna el mando para respaldar su soberanía y no para embargarla sustituyéndola por preferencias particulares? ¿Cuál es ese supuesto bien supremo -evitar la división del Ejército- que debía anteponerse a la reducción de los asaltantes del Congreso, siendo así que al tomar rehenes inermes ya se habían excluido de las Fuerzas Armadas de la nación? ¿De verdad tenía sentido alguno el pacto del capó para dibujar la salida de los rebeldes como el cuadro de Las lanzas, tal que si de una rendición caballerosa se tratara después de haber luchado con armas iguales en campo abierto?

Así que, mientras Rubio y Cerdán, esos dos colegas émulos de Woodward y Bernstein, que España tanto se demora en exaltar, siguen buscando debajo de las alfombras golpistas camuflados, conviene recordar a esos acusadores que al general Calderón, de quien para nada consta su participación en el golpe, le nombró director del Cesid nuestro presidente Aznar, compañero de balcón en Carabaña de nuestro Ben Bradlee local. En cuanto al escurridizo y absuelto comandante Cortina venía de Godsa, aquel think tank de Fraga, y que fue después durante años consejero áulico en Moncloa del anterior vicepresidente primero Francisco Álvarez Cascos. Basta ya de buscar la paja en el ojo ajeno y examinemos la viga del propio. Por ejemplo, en el asombroso texto alumbrado por Miguel Platón. Se trata de un descarado intento apologético sobre el comportamiento de las Fuerzas Armadas que raya en la tergiversación más ridícula y suscita la indignación ciudadana sobre todo cuando se presenta en su contraportada como el punto de vista de la propia institución militar. Semejante insolencia requeriría una inmediata desautorización oficial del ministerio de Defensa y de los Cuarteles Generales si no queremos volver a caldear el ambiente. Ya en la introducción puede leerse que los militares participaron de forma destacada en la neutralización del intento de golpe de Estado de 1981. Un golpe que al parecer debía estar intentando el gremio de churreros, todavía pendiente de investigarse. De ahí a las conclusiones las páginas babean insidias como por ejemplo que resultaría injusto interpretar que las llamadas de S.M. el Rey a los mandos militares -un hecho anómalo, pero explicable por lo excepcional de la situación- lo fueran para que reconsiderasen una supuesta postura inicial, así como afirmar que fue la llamada regia lo que los frenó. O sea que según Platón no se descarta que la ronda telefónica de los capitanes generales tuviera por finalidad interesarse por el lugar que iban a elegir para pasar las vacaciones de verano. Y lo firma el director actual de la agencia Efe. Es decir, que a la vista están y en posiciones de máximo rango. Por algo será.

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