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Columna
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Amistades peligrosas

Andrés Ortega

Silvio Berlusconi tiene muchas posibilidades de ganar las elecciones y convertirse esta próxima primavera en primer ministro de Italia. Constituye una aberración que en una democracia pueda gobernar el hombre más rico del país, y que el propietario de las principales cadenas privadas de televisión pueda sumar el control de las públicas. Pero hay más. Su Forza Italia concurre a estas elecciones aliada en la Casa de las Libertades, entre otros, con la Liga del Norte, de Umberto Bossi, y con la Alianza Nacional, de extrema derecha, de Gianfranco Fini. En grado de xenofobia, estas dos formaciones son perfectamente equiparables a la de Haider en Austria. ¿Tomarán sanciones contra Roma los otros catorce de la UE si triunfa la Casa? Evidentemente que no. No tropezarán dos veces en la misma piedra, y menos cuando la nueva piedra es tan gruesa.

Berlusconi es amigo de Aznar. Éste resultó decisivo para que se le abrieran las puertas del Partido Popular Europeo al magnate italiano, cuyo suplicatorio al Parlamento Europeo por la justicia española está dando tantas vueltas. Es más, Berlusconi va proclamando las virtudes del modello spagnolo y de Aznar, a quien ayer echó un cable al asistir en Bilbao a un acto electoral. Para Aznar, su amistad con Il Cavaliere puede entrar en conflicto con su amistad con Blair, pues el italiano, pese a ser recibido en Londres, no es precisamente el tipo de amigo que busca Blair, y tiene a la prensa británica en su contra.

Aznar podría compensar con Berlusconi su pérdida de capital político en la Unión Europea. Ya se ha dicho: el presidente del Gobierno del PP contaba con un plus de influencia por representar desde un país importante al centro derecha europeo, en una UE dominada por el centro izquierda. Pero ese capital se puede estar esfumando debido a dos hechos. En primer lugar, su comportamiento en Niza, en el que quiso desempeñar el papel de grande a la hora de proponer repartos de votos, lo que provocó un cierto alejamiento del amigo portugués. En segundo lugar, en enero, en la cena en el Reichstag de la conferencia organizada por la Fundación Bertelsmann en Berlín, Aznar, en el discurso de honor, se jactó de las virtudes del superávit presupuestario español, no percatándose de que su auditorio alemán traducía estas palabras directamente en las transferencias de Bruselas a España por la política de cohesión. Además, los alemanes pudieron constatar la falta de ambición del español respecto a la construcción de Europa.

Aunque no coincidan en sus puntos de vista, París, Londres y Berlín han estado hablando entre sí sobre el futuro de Europa, sobre esa próxima cita para 2004. Se han dado cuenta de que el esquema institucional del Tratado de Niza, que se firma formalmente hoy, no sirve para esa Unión Europea, geográfica y funcionalmente otra, que asoma en el horizonte. El Gobierno de Madrid no está plenamente en el circuito. Schröder, que se verá con José Luis Rodríguez Zapatero en Berlín el 20 de marzo, y cuyo SPD ha formado un grupo de trabajo sobre Europa con el PSOE, y también Jospin, que recibirá en París este jueves al joven secretario general del PSOE, parecen estar eligiéndole como interlocutor para la reflexión sobre el futuro de Europa. Algunos pueden creer que los alemanes intentan cultivar así un terreno baldío. Pero el caso es que ese tipo de relación resultó fructífera en el pasado.

En todo caso, España está en baja forma a la hora de 'pensar Europa', cuando la presidencia sueca está a punto de lanzar un llamamiento para que las sociedades se muevan y participen en esa reflexión sobre las reformas de 2004. ¿Cuántas personas formaban el equipo que en el Ministerio de Asuntos Exteriores en Madrid llevaron la reflexión sobre la reforma institucional aprobada en el Tratado de Niza? Dos. Menos que Luxemburgo. Ahora se va a reforzar el equipo. Pero lejos estamos de la capacidad de reflexión y previsión de los grandes.

aortega@elpais.es

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